La colección: el legado de Brazam, debe ser un hecho sin fisuras, una apuesta total para el bien del arte de Granada.
La Casa del Almirante exhibe el legado artístico y la colección personal del pintor granadino Juan Manuel Brazam
Ha sido desde hace años uno de los grandes pintores de Granada; uno de los más completos, de los más lúcidos. Artista serio, trabajador incansable, dominador de muchos registros y con un oficio tan bien afianzado que le permitía afrontar cualquier situación por compleja que esta fuera. Sin lugar a dudas, lo he dicho muchas veces, un pintor en quien confiar. Su pintura ha estado latente en el contexto general del arte que se hacía en la ciudad porque casi todos lo han tenido como espejo donde mirar –pongo casi todos porque siempre existe algún estulto desinformado, más envidioso que otra cosa, que saca los pies del tiesto, pontificando con nada y para nada-. Es Juan Manuel Brazam, artista superior, máximo exponente de un arte preclaro, sin resquicios para la duda, conocedor de todos cuantos registros se dan en la pintura actual, poseedor de infinitas claves para entender ese arte existente hoy y que tiene tantas derivas, tantos recovecos desvirtuantes y tantos compromisarios afectos a lo que no debe ser. En todas esas procelosas aguas, desde siempre, Juan Manuel Brazam ha sabido navegar con soltura, sorteando marejadas y sabiendo otear rumbos seguros.
Confieso –no me duelen prendas en hacerlo– que soy un entusiasta seguidor de la figura de Brazam, de su clarividencia, de su testimonio como artista en ejercicio, de su poder creativo, de su determinante conciencia plástica, de sus abiertas posiciones en una pintura en la que ha ido quemando sucesivas etapas siempre con un estamento formal lleno de solvencia artística y gran trascendencia. A lo largo de los años su obra no ha mostrado grietas estructurales; ha formulado desarrollos muy bien concebidos desde esas bases sustentantes tan bien asimiladas y mejor definidas compositivamente. Ha sido pintor de muchos planteamientos siempre con el rigor como importante centro de interés; no se ha dejado deslumbrar por las muchas buenas circunstancias que se han dado en su pintura y que le han proporcionado éxitos y reconocimientos; todo lo contrario, siempre ha tenido lo hecho como un acicate para seguir avanzando y no quedarse sujeto a un único estamento. Por eso lo hemos visto en las mejores posiciones, con los sabios del que es un artista grande, muy grande.
Conocí a Juan Manuel Brazam, allá por los primeros años de la década de los setenta. Éste que esto les escribe empezaba a querer dedicarse a la crítica. Él exponía en una sala existente en la Gran Vía, sede del Colegio de Arquitectos. Me entusiasmó lo que allí descubrí. En aquel tiempo nuestro destino era la gran programación artística que existía en el antiguo Banco de Granada –recuerdo magníficas muestras de Manuel Ángeles Ortiz, Joaquín Sorolla, Eduardo Sanz, Antonio Rodríguez Valdivieso, el gran Alberto Sánchez, Martín Chirino, Benjamín Palencia, Eusebio Sempere, también de Tapies, de Miró, de Guerrero y hasta una de Marc Chagall-. Aquella muestra de Juan Manuel Brazam me pareció que estaba en la sintonía de lo que ofrecía el Banco de Granada. Se trataba de una pintura gestual, con la abstracción marcando rutas poderosas que velaban una tenue figuración, más evocada que esbozada. Desde aquella exposición he tenido al gran maestro de Alhama como artista preferido, como una viva referencia, como alguien a quien acudir para saber un poco más de pintura y de arte. He asistido a su sabia evolución hacia adelante, siempre abriendo caminos y he podido comprobar que lo nuevo, siempre, era mejor que lo muy grande que se dejaba atrás. A lo largo de estos más de cuarenta años he conocido a un Brazam autor de una excelsa pintura abstracta, llena de absoluta esencialidad plástica, con las gamas cromáticas dejando adivinar la misteriosa magia del color, el verdadero sentido de la emoción formal.
La pintura de Juan Manuel Brazam es un canto a lo máximo y a la esencia, a lo profundo, al misterio de lo imprevisto; en definitiva, a los poderes incontrolables del espíritu. Es, además, un ejercicio de sabiduría artística. Por sus obras pasa la verdad de la gran pintura de siempre, esa que no es fruto de la improvisación y del azar; está configurada con poder, con rigor y seriedad, con verdad; todo producto de esa gran determinación plástica que caracteriza a los grandes artistas. Brazam es pintor conocedor de la Historia del Arte y con muchas de sus obras nos adentra por los entresijos de la misma, sabiendo posicionar su pintura en los parámetros de algunos grandes artistas y sus épocas –imprescindibles las series sobre Piero della Francesca y el Renacimiento o Velázquez y sus planteamientos cromáticos y estéticos-; también ha yuxtapuesto sus argumentos formales a los mágicos complejos de la música, dejando que ésta y la pintura interactúen y amalgamen sus posiciones.
Juan Manuel Brazam ha conformado una carrera llena de absoluta trascendencia artística. Ha sido y es artista de amplísima capacidad creativa. Tiene, por tanto, una gran colección personal con obras de todas sus épocas artísticas, que es un compendio maravilloso de la gran pintura de los siglos XX y XXI. Además, es coleccionista entusiasta de piezas artísticas de todos los tiempos y de muchos y variados planteamientos artísticos –máscaras, vidrios, vasijas, esculturas-. Con toda la generosidad que puede esperarse de un hombre de bien ha cedido su propia obra y las piezas de su colección a la ciudad de Granada. Una verdadera suerte para disfrute de todos. Parte de esa colección constituye esta exposición que, ahora, se presenta en la albaycinera Casa del Almirante. Todo un honor para la ciudad. La colección, el legado de Brazam debe ser un hecho sin fisuras, una apuesta total para el bien del arte de Granada; un hecho de suma importancia. Una colección que debe estar, ya, viva y actuante. Lo contrario sería toda una sinrazón para demandar a los responsables. Juan Manuel Brazam es un artista de absoluta referencia y máxima trascendencia; un orgullo para Granada.