Ana Martín Ramos, un ejemplo de entrega al prójimo (37 años después)

Hay hechos que por su importancia y ejemplaridad no deben olvidarse jamás. Los que, de tiempo en tiempo, deben recordarse para que las nuevas generaciones sepan de ellos y, de alguna forma, los incorporen a su memoria y sigan transmitiéndose en el transcurrir del tiempo.

 Acontecimientos dramáticos que, siendo luctuosos, como el caso que nos ocupa, engrandecen el alma de todo un pueblo y sus buenas gentes. En la pasada noche se cumplieron exactamente 37 años de la muerte de aquella excelente persona que fue, y así ha quedado para la Historia de Alhama, Ana Martin Ramos.

 Vivía en la zona de Adarve de las Angustias, entrada la noche. Se encontraba ya en la cama cuando oyó llamadas de socorro de una vecina a la que se le estaba incendiando la casa y, sin dudarlo, vestida en pijama, se lanzó a la vivienda en llamas y sacó de la misma a la abuela y nieta que se encontraban en mortal peligro. Nuevamente, tras entrar hasta la misma salita de la vivienda, observó una bombona de butano a la que se le acercaban las llamas y, con valentía y decisión, cogió la bombona y la sacó a la calle. Volvió otra vez con agua para intentar mermar las llamas y salvar los que se pudiese y, cuando se encontraba dentro, el fuego si alcanzó otra bombona que no había observando y que, explotando, acabó con su vida.

 Toda Alhama quedó sinceramente entristecida por lo sucedido, ya que Ana Martín era muy apreciada en todo el pueblo, y también sus hermanos y familiares -como por ejemplo la siempre querida Emilia, casada con Andrés Lozano, que regentaba “El Bodegón”, así como María del Carmen, Juanita, Antonio y Paquita- eran personas muy estimadas por el pueblo.

 Ella dejaba cuatro huérfanos; Claudio, Antonio, Roberto y Ana, pero sobre todo un ejemplo de entrega y amor al prójimo difícil de superar cuando se entrega la propia vida de la noble forma que lo hizo, sin esperar absolutamente nada, tan solo salvar a personas como eran la mujer mayor que pidió socorro y la nieta de esta.

 En un principio, como suele pasar casi siempre en estos acontecimientos, con la mejor voluntad y el mayor de los reconocimientos, se habló prácticamente por toda Alhama de rendirle un justo y adecuado reconocimiento para que, de alguna forma, los alhameños no olvidásemos esta gesta de entrega entre personas y alhameños.

 Fueron pasando años, es lo cierto, y nada prácticamente se llevó a cabo. Ya en marzo de 1994, cuando se iban a cumplir los ocho años del desgarrador suceso, con ocasión del “Día de la Mujer Trabajadora”, se llevó a cabo un especial recuerdo que, como escribía en la revista “Alhama Comarcal” de abril de ese mismo año, quien la dirigía y mantenía, nuestro amigo Juan Cabezas: “El silencio se hizo tenso, respetuoso y emotivo por unos momentos, lo que tardó Ángeles Velasco en leer la poesía que le había dedicado a Ana Martín.

 La emoción recaló en cada uno de los presentes en el acto que las mujeres habían organizado, el pasado 8 de marzo, con motivo del Día de la Mujer Trabajadora. El recuerdo de la entrega de Ana Martin vino a la memoria de todas las personas que llenaban el aula del Centro de Adultos.

 El ejemplo de Ana había permanecido callado durante mucho tiempo. Anita, una mujer sencilla y trabajadora, que no dudó en socorrer a una vecina, nunca tuvo el reconocimiento público que mereció, aunque sí el respeto, la admiración y el sentimiento de todos los alhameños. Por eso, ahora que se intenta hacer justicia histórica con las personas que realmente se lo han merecido, nos alegremos que su nombre y su memoria hayan sido recuperados. Es lo menos que se merecía una mujer sencilla que, después de años de trabajos y fatigas, dio su vida por ayudar a una vecina”.

Poesía de Ángeles Velasco

 La poesía de Ángeles Velasco, a la que hace referencia la crónica de Juan Cabezas, tras pedirse que se dedicase un monumento a la misma, es, bajo el título “En recuerdo de Ana Martín”, la siguiente:

Todos sabemos quién era
nuestra querida paisana
que la vida le costó
por ayudar a una anciana.

Cuando oyó pedir auxilio
ella ya estaba en la cama, 
y sin pensarlo dos veces
salió corriendo en pijama.

Que nos sirva como ejemplo
y lo tengamos presente,
si se nos presenta un caso
también seamos valientes.

Lo que a ella le pasó
lo debemos comprender
que Dios todo lo más bueno
se lo llevó con Él.

Si desde el cielo nos ve,
seguro le habrá gustado
que este día, su pueblo, 
de ella se haya acordado
.
Os quiero pedir ahora,
dese aquí, en este Centro, 
quiero recemos todos juntos
por su alma un Padrenuestro.”

Placa en la plaza de los presos

Lugar donde está ubicada la placa en la plaza de Los Presos

 Siguieron pasando los años, por supuesto, que ni Ana ni su ejemplo, como claramente se escribió, se olvidaron por los alhameños. Lo contrario hubiese sido una tremenda falta de sensibilidad por parte de todos, era de justicia al que, de alguna forma, ese recuerdo y reconocimiento quedase plasmado públicamente, tanto para los alhameños de aquellos momentos como para los de venideras generaciones.

 Así, el 27 de junio de 1998, más de doce años después, se hizo, no en toda la medida que correspondía, algo de justicia, de esa justicia que a todos engrandece , aunque la materialmente debida se cumpliese. Con una Plaza de los Presos abarrotada de personas se descubrió una placa en su recuerdo, memoria y honor.

 El mismo alcalde, entonces José Fernando Molina López, descubriéndola junto a hijos de Ana Martín, entre otras sentidas palabras dijo: “En nombre de toda la ciudad de Alhama, en esta emotiva y elevada ocasión del muy noble y leal pueblo alhameño, así como de todas las personas de bien, los que saben y practican el respeto, la consideración y el afecto a los demás por encima de cualquier otra circunstancia o razón material o espiritual, voy a tener el honor, junto al inmenso afecto y emotividad de sus seres queridos, de descubrir esta placa de homenaje y permanente recuerdo hacia aquella ejemplar mujer y persona que fue, y será para lo mejor de toda nuestra historia local, Ana Martín Ramos.

 Que su ejemplo de la más sublime generosidad que puede darse entre las personas, como es la entrega de la propia vida por salvar la de un semejante, sea para todos, al menos, un acicate que nos conduzca incesantemente a dar valor a las cosas y hechos que realmente lo tienen, superando nuestros egoísmos y materialismos. Ana Martín Ramos, desde aquél día de su generosa entrega, está en el corazón de todos los buenos alhameños.”

Texto que figura en la placa a su memoria en la alhameña plaza de Los Presos
 

Ana y el trasvolar de las golondrinas

Con ocasión de aquel acto de la Plaza de los Presos, doce años después, tuve el honor de pronunciar las siguientes palabras:

I

 Las golondrinas de siempre, las de nuestros recuerdos y las de nuestro corazón, están surcando veloz y sublimemente nuestros cielos en este atardecer alhameño que funde la primavera con el verano, la esperanza de vida eterna con la vida misma.

 Y están trasvolando sobre toda Alhama. Sobre la Alhama que no es inmutable, la de nuestros seres más queridos, la que guardamos, entre sus calles y plazas, paseos y rincones, al niño que fuimos.

 Vuelan las golondrinas, de allá para acá, y de acá hacia las Alturas, con mayor regocijo que en tantas otras ocasiones señaladas. Lo hacen especialmente sobre nuestra vetusta Plaza de los Presos, sobre este corazón histórico e insustituible de nuestro pueblo, el que hoy, abriéndose nuevamente de par en par, acoge, ya para siempre, el afecto y la admiración hacia Ana, Ana Martín Ramos, una excepcional y, como tal, ejemplar persona.

 Remontan las golondrinas de nuestros sentimientos el vuelo y, con su incesante surcar nuestro celeste cielo andaluz y alhameño, rotando también a la altura de la erguida y maciza torre, nos acercan a un mismo tiempo al Divino Celestial y a lo mejor de nuestras propias almas.

 Vuelan propagando ternura por doquier. No sólo saben, sino que sienten, que el espíritu, esencia de vida y eternidad de Ana, si es que alguna vez pudo estar distante por causa de nuestros olvidos, ahora, desde que se convirtió en parte de lo mejor de la historia de nuestra tierra, va a quedar simbolizado también entre nuestras propias calles y plazas con este testimonio material que conmovedoramente se transforma en homenaje perenne.

 Aunque los inicuos olvidos jamás pueden ser justificados, sí son reparables cuando, al fin, en alguna medida, se reconocen y proclaman públicamente los hechos y valores que en su día debieron ser destacados y agradecidos convenientemente pero no se hizo, permitiendo la apatía de todos que fuesen pasando demasiadas primaveras sin hacerlo. Y ello a pesar de que jamás las golondrinas dejaron de anunciarnos con su trasvolar, año tras año, como nuestros espíritus, ante todo, han de valorar el amor al prójimo como la más elevada virtud que podemos poseer, la que creyentes y no creyentes, que más acerca al Creador excelso y magnánimo.

Ana con su hija

II

 Nació Ana en días tristes. En días en los que, a consecuencia del ruido de cañones y fusiles, ni siquiera las golondrinas pudieron tener su natural vivir, aquellas fechas de mayo de 1938, ni como primaverales ni, menos aún, como floridas para el espíritu de las personas de buena voluntad. Los campos y pueblos de España se veían cada vez más regados, en ocasiones hasta empapados, por la sangre de hermanos que, odiándose absurdamente, se enfrentaban encarnizadamente.

 La intolerancia y lo inmisericorde que se apoderó de tantos, llevó a su familia a trasladarse a Iznalloz, y allí vio su primera luz Ana. Afectándoles ya, antes de nacer, la fratricida lucha de los mayores de su tiempo, lo que condicionaría su vida desde su más tierna infancia. Primero, por lo que de injusta discriminación supuso a los suyos y, después, por la constante lección de perdón que impartió en el transcurrir de toda su existencia.

 Sus padres, Francisco Martín Lozano y María Josefa Ramos Alférez, llevaban casi trece años casados cuando ella nació, siendo la menor de seis hijos: Emilia, María del Carmen, Juanita, Antonio, Paquita y ella, que no tan sólo por ser la más pequeña, sino por su dulzura y bondad, fue querida y mimada por todos ellos.

 Se le pusieron los nombres de Matilde Ana. Ella, quizás por su elevada sencillez, sólo se hacía llamar Ana, y todos por el cariño que hacia ella sentían, la llamaban Anita.

 No fue fácil su vida. Aunque, como el bello y risueño trasvolar de las golondrinas, en todo momento tuvo presta su sonrisa y bien dispuesto el corazón para los demás, repartiendo cuando generosamente le fue posible a quienes, de algún modo, pudo hacerlo.

 Las circunstancias de la vida no se aliaron para hacerla a ella plenamente feliz, como bien le correspondía. Pero ella sí hizo dichosos a sus cuatro hijos, Claudio, Antonio, Roberto y Ana. Llenándolos de ventura, más que con las cosas vanas y materiales, que además de escasearle sabían que no dan la auténtica felicidad, con abundantes cargas de ternura y afecto materno, el más noble amor que existe.

 Y todo ello porque Ana, desde su misma cuna, había experimentado, y muy bien, con el ejemplo de amorosa abnegación de su madre, el prodigioso trasvolar de los buenos sentimientos de los seres humanos que ejercen continuamente el bien y, por ende, practican lo que es y tiene que ser el verdadero amor a nuestros semejantes muy por encima de otras razones o circunstancias.

III

 Fue un día de la primavera recién estrenada de hace ahora doce años -cuando se escribe este artículo nos encontramos en junio de 1998, por lo tanto hizo ayer 37 años-, el 8 de abril de 1986, cuando Ana viendo el peligro en que se encontraba su vecina y la nieta de ésta, dominada la casa por el fuego, no dudó un solo instantes en ayudarles.

 Su alto y valeroso sentimiento aunque era consciente del enorme peligro que ella misma corría, hizo que no condicionase en nada su decidida y decisiva entrega en aquellos difíciles y dramáticos momentos.

 La llamada de socorro que escuchó le hizo saltar de la cama, saliendo de su casa en pijama, y entrando con rapidez en la vivienda de sus vecina. Esquivando, en lo que pudo, el fuego, actuó a la vez con coraje y diligencia.

 Trató de sofocar las llamas antes de que tomasen mayores proporciones. Entró en la salita de la casa y vio una botella de butano situada junto a las llamas, la cogió y la sacó al exterior para que no explotase.

 Decidió nuevamente entrar para verter agua sobre las llamas que estaban prendiendo los muebles de la sala. Esta vez, la tragedia, la que suele estar al acecho para llevar a cabo sus mejores desquites contra los que en alguna ocasión lograron escaparse de sus garras, la atrapó definitivamente a sus 47 años por medio de otra bombona de butano de la que no se percató.

 En aquellos mismos instantes, al en esas horas nocturnas no trasvolar las golondrinas, comenzaron a revolotear en torno al espíritu de Ana, sin entender cómo podía la fatalidad campear de esta forma tan dura.

 Pronto, muy pronto, las golondrinas, al observar el camino que tomaba el alma de Ana, entendieron que lo importante no era ya la partida, sino la causa de ella: el amor al prójimo.

 Entonces, más que nunca, las golondrinas de nuestros sentimientos y vida comenzaron un maravilloso e insólito trasvolar nocturno, jamás visto y aún menos sentido, por los cielos de Alhama, y de los espíritus y, repitiendo su viejo y permanente desafío con la empinada torre, se alzaron cada vez más y más sobre ella, acompañando a Ana hasta el umbral del mismo Paraíso.

 Por ello hoy, en este atardecer en el que la esperanza de vida eterna con la vida misma se han unido en homenaje y recuerdo de Ana, nuestras golondrinas, otra vez, están trasvolando, con su más conmovedor sentimiento, llenas de gozo.

 Júbilo que le es aún mayor al observar como nosotros, desde nuestro sentir humano y espiritual, volvemos a captar que la Eternidad, la de Ana y la de nuestro seres queridos que partieron, comienza, precisamente, con el amor que les mantenemos, y, más aún,, como sucedió con Ana Martín Ramos, cuando no olvidamos que el camino que eligieron para alcanzar el Edén fue el del sendero de la limpia entrega a los demás, el mejor y más directo para llegar a la Gloria.

Libro que le dedicó a su persona y a su gesta Andrés García Maldonado y de donde se ha extraído este texto
 

 

Editado por Juan Cabezas.

Fotos facilitadas por la familia y de Alhama Comunicación.