Rodrigo Ponce de León fue el principal caudillo cristiano de toda la guerra de Granada o, lo que es lo mismo, la última guerra de la Reconquista, de la que el próximo “Día Histórico de Alhama”, el próximo 28 de este mes, hará 540 años que, con Diego de Merlo, asistente de Sevilla, fue esencial en la sorpresa cristiana sobre la Alhama musulmana.
Rodrigo Ponce de León ha sido comparado reiteradamente, y en ocasiones hasta con mayores méritos y realidad histórica, con el mismísimo Cid Campeador. Su conocimiento de los musulmanes granadinos y del mismo reino de Granada, su valor, acreditado desde que siendo un niño ganó la batalla del Madroño, su inteligencia, prudencia y generosidad, lo convirtieron en el principal colaborador de los Reyes Católicos para que estos se hiciesen con el reino de Granada y en uno de los más importantes y legendarios protagonistas de la Historia de España de su tiempo.
Fue él, junto con Diego de Merlo, asistente de Sevilla, quien decidió la sorpresa de Alhama, en aquel febrero de 1482, y quien adoptó la primera medida para que la ciudad, en vez de ser desmantelada como era el propósito primero al conquistarse, se conservase definitivamente para Castilla.
Nació en la provincia de Cádiz en 1443 y comenzó a usar el título de marqués de Cádiz antes de cumplir los diecinueve años, en 1462, tomando parte en correrías contra los moros y en el mismo sitio de Gibraltar, a la par que a la muerte de su padre continuo las luchas de familia con los Medina-Sidonia, ensangrentado casi permanentemente el suelo de Andalucía.
Como nos dice la denominada “Colección de documentos inéditos para la historia de España”, una de las razones por las que el marqués de Cádiz se mostró, en un principio, reacio en figurar entre los partidarios de Isabel de Castilla, fue el estar casado con una hija del marqués de Villena, ministro de Enrique IV, pero cuando las circunstancias le llevaron a reconocer a don Fernando y a doña Isabel no tuvieron estos reyes “súbdito más leal ni más bravo paladín”.
Ni cristianos ni musulmanes cumplían las treguas pactadas. Uno y otros llevaran a cabo algaradas, correrías y conquistas. Aún en tiempos de Enrique IV, el duque de Medina -Sidonia., buscando hacer daño al marqués de Cádiz, se puso de acuerdo con el mismo rey de Granada para que este se hiciese con la fortaleza de Cardela, la que pertenecía a la Casa de Arcos, la del marqués. Y así continuo esta situación durante algunos años.
Ya en 1481, estando los moros de Ronda muy dolidos por los grandes daños que el marqués les causaba constantemente, reuniéndose los hombres principales del reino de Granada, decidieron y llevaron a cabo la toma de Zahara, lo que produjo la natural alarma en toda la frontera cristiana con el reino de Granada.
Entonces, los nobles andaluces deciden contestar con un contragolpe, se habla y hasta se propone que éste puede ser la toma de la misma Málaga, pero el experto Juan Ortega de Prado, capitán de las compañías de escaladores, con las informaciones que facilitó, decidió que fuese Alhama la elegida, ya que ésta estaba mal guardada por estar tan metida en el reino de Granada y ser una ciudad fuerte, situada en una alta montaña y cercada por un río, sin tener nada más que una subida a su fortaleza, por una cuesta alta y agria, como escribió el cronista Valera. Además, como nos dice Palencia, su situación y fortificaciones le hacían ser confiada y, así, descuidar su vigilancia por parte de sus moradores.
Carriazo, el historiador que más ha profundizado en cuanto aconteció en la guerra de Granada, con inigualable rigor, nos dice que aunque fueran los tanteos preliminares obra del marqués de Cádiz o de Diego de Merlo, si no es que actuaron conjuntamente, la dirección de la empresa fue de don Rodrigo Ponce de León, “avezado a la lucha de la frontera, valeroso y prudente, y que disponía de fuerzas propias, bien entrenadas en la guerra con el moro”, consiguiendo además que se incorporaran a la expedición importantes caballeros de la nobleza castellano-andaluza, no siendo llamado a ello el duque de Medina-Sidonia tanto por su rivalidad con el marqués como por sus discusiones con Diego de Merlo.
Tras una dramática y encarnizada lucha, dada la resistencia que opusieron los musulmanes alhameños, los cristianos se hicieron con la ciudad. El marqués puso una vez más bien en evidencia su valentía a la par que su caballerosidad, especialmente en lo que respecta al trato que da a las musulmanas que ampara, al mismo tiempo que hace justicia con un tornadizo que aquí se encontraba y que había hecho mucho daño en sus entradas a tierra de cristianos, de las que, por su condición natural, tenía bastante conocimiento.
Tomada Alhama, se propuso abandonarla, como parece ser que era el primer propósito de los cristianos, lo que se desprende tanto de la actitud de destrucción y derramamiento de toda clase de alimentos como de alguna crónica musulmana que nos indica que cuando llegan los musulmanes de Granada para recuperarla los castellanos se disponían a partir de esta ciudad, pero el marqués de Cádiz decidió conservarla y, por lo tanto, defenderla, y envía cartas de socorro a todos los señores de la frontera.
En sus “Antigüedades de España”, el canónigo de la catedral de Córdoba doctor Bernardo Alderete, publicada en 1614, en Amberes, nos dice, como nos transcribe el mismo Carriazo, “En la toma de Alhama se escriuieron algunas cartas. Tengo vna dellas original; como cosa curiosa i digna de estima, la pondré aquí:
Fue él, junto con Diego de Merlo, asistente de Sevilla, quien decidió la sorpresa de Alhama, en aquel febrero de 1482, y quien adoptó la primera medida para que la ciudad, en vez de ser desmantelada como era el propósito primero al conquistarse, se conservase definitivamente para Castilla.
Nació en la provincia de Cádiz en 1443 y comenzó a usar el título de marqués de Cádiz antes de cumplir los diecinueve años, en 1462, tomando parte en correrías contra los moros y en el mismo sitio de Gibraltar, a la par que a la muerte de su padre continuo las luchas de familia con los Medina-Sidonia, ensangrentado casi permanentemente el suelo de Andalucía.
Como nos dice la denominada “Colección de documentos inéditos para la historia de España”, una de las razones por las que el marqués de Cádiz se mostró, en un principio, reacio en figurar entre los partidarios de Isabel de Castilla, fue el estar casado con una hija del marqués de Villena, ministro de Enrique IV, pero cuando las circunstancias le llevaron a reconocer a don Fernando y a doña Isabel no tuvieron estos reyes “súbdito más leal ni más bravo paladín”.
Ni cristianos ni musulmanes cumplían las treguas pactadas. Uno y otros llevaran a cabo algaradas, correrías y conquistas. Aún en tiempos de Enrique IV, el duque de Medina -Sidonia., buscando hacer daño al marqués de Cádiz, se puso de acuerdo con el mismo rey de Granada para que este se hiciese con la fortaleza de Cardela, la que pertenecía a la Casa de Arcos, la del marqués. Y así continuo esta situación durante algunos años.
Ya en 1481, estando los moros de Ronda muy dolidos por los grandes daños que el marqués les causaba constantemente, reuniéndose los hombres principales del reino de Granada, decidieron y llevaron a cabo la toma de Zahara, lo que produjo la natural alarma en toda la frontera cristiana con el reino de Granada.
Entonces, los nobles andaluces deciden contestar con un contragolpe, se habla y hasta se propone que éste puede ser la toma de la misma Málaga, pero el experto Juan Ortega de Prado, capitán de las compañías de escaladores, con las informaciones que facilitó, decidió que fuese Alhama la elegida, ya que ésta estaba mal guardada por estar tan metida en el reino de Granada y ser una ciudad fuerte, situada en una alta montaña y cercada por un río, sin tener nada más que una subida a su fortaleza, por una cuesta alta y agria, como escribió el cronista Valera. Además, como nos dice Palencia, su situación y fortificaciones le hacían ser confiada y, así, descuidar su vigilancia por parte de sus moradores.
Carriazo, el historiador que más ha profundizado en cuanto aconteció en la guerra de Granada, con inigualable rigor, nos dice que aunque fueran los tanteos preliminares obra del marqués de Cádiz o de Diego de Merlo, si no es que actuaron conjuntamente, la dirección de la empresa fue de don Rodrigo Ponce de León, “avezado a la lucha de la frontera, valeroso y prudente, y que disponía de fuerzas propias, bien entrenadas en la guerra con el moro”, consiguiendo además que se incorporaran a la expedición importantes caballeros de la nobleza castellano-andaluza, no siendo llamado a ello el duque de Medina-Sidonia tanto por su rivalidad con el marqués como por sus discusiones con Diego de Merlo.
Tras una dramática y encarnizada lucha, dada la resistencia que opusieron los musulmanes alhameños, los cristianos se hicieron con la ciudad. El marqués puso una vez más bien en evidencia su valentía a la par que su caballerosidad, especialmente en lo que respecta al trato que da a las musulmanas que ampara, al mismo tiempo que hace justicia con un tornadizo que aquí se encontraba y que había hecho mucho daño en sus entradas a tierra de cristianos, de las que, por su condición natural, tenía bastante conocimiento.
Tomada Alhama, se propuso abandonarla, como parece ser que era el primer propósito de los cristianos, lo que se desprende tanto de la actitud de destrucción y derramamiento de toda clase de alimentos como de alguna crónica musulmana que nos indica que cuando llegan los musulmanes de Granada para recuperarla los castellanos se disponían a partir de esta ciudad, pero el marqués de Cádiz decidió conservarla y, por lo tanto, defenderla, y envía cartas de socorro a todos los señores de la frontera.
En sus “Antigüedades de España”, el canónigo de la catedral de Córdoba doctor Bernardo Alderete, publicada en 1614, en Amberes, nos dice, como nos transcribe el mismo Carriazo, “En la toma de Alhama se escriuieron algunas cartas. Tengo vna dellas original; como cosa curiosa i digna de estima, la pondré aquí:
“Señores:
Sabed que a seruicio de Nuestro Señor el cerco a que venimos desta ciudad de Alhama se hizo mui bien, como cumplía a seruicio de Dios i de los reies nuestros señores, i a nuestra honra. Que el jueves al alua se escaló la fortaleza, e nos apoderamos en ella, e luego comenzaron algunos a salir por la villa, e como no salieron con concierto, no se pudo apoderar luego por la mañana, fasta que se ordenó la gente; e por la fortaleza salió gran parte de gente a la villa, e por vn portillo que fizo en el muro de la otra parte de la dicha fortaleza entró assí mismo gente. E como quier que los moros pelearon bien en las torres e barreras que auían fecho por las calles, se apoderó todavía la dicha ciudad, e murieron assaz moros, e algunos caualleros christianos, e otra gente, i ouo feridos. E váse dando orden e recaudo, qual conuiene, para la guarda de la ciudad. E porque conuendrá fazer otras cosas, conuiene mucho, señores, vuestra venida sea luego, con toda la gente e fardaxe que traéis, e assí el nuestro fardaje, que allá quedó, con la gente de a pie e de cauallo que don todo quedó. E vuestra venida sea el puerto de Çafarraia, porque allí nos juntemos, e tomado el puerto por vosotros auisadnos con vuestros peones por dos partes quándo seréis en el puerto, el día i la hora, porque a aquella misma nosotros seremos allí. E Nuestro Señor guarde vuestras muy virtuosas personas i estados. De la ciudad de Alhama, a tres de Março de 82 años.
El marqués de Cádiz - El Adelantado - El conde de Miranda - Don Juan de Guzmán - Don Martín Fernández - Diego de Merlo”.
Prácticamente al día siguiente de ser enviada esta carta, Muley Hacén se presentó ante Alhama con todas las fuerzas que pudo reunir, al menos con más de cincuenta mil hombres y, según algunos otros cronistas, hasta con bastante más de cien mil, poniendo sitio a la ciudad e intentando reconquistarla durante veinticinco días, con continuos asaltos que pusieron a prueba el temple de las tropas andaluzas.
Difícil fue mantener el abastecimiento de agua para las personas y bestias que se encontraban dentro de Alhama, unas doce mil personas y cinco mil bestias. Viendo los granadinos que no conseguían asaltar la ciudad, decidió privarla de agua, y así en procurarla y defenderla murieron muchos de una y otra parte, dando en situación tan desesperada el marqués de Cádiz nuevas pruebas de resignación en las privaciones y la adversidad.
Acudieron al llamamiento de los sitiados en Alhama lo mejor de la nobleza andaluza, por no decir toda ella, siendo el máximo honor de esta respuesta la que dio el duque de Medina-Sidonia que, quizás a pesar de no solicitársele por los sitiados, acudió al peligro, con todas las gentes que reclutó a sus expensas, con todos sus vasallos y con los demás señores fronterizos que el mismo había convocado.
El rey de Granada, al tener noticia de la llegada de este importante socorro, levantó el cerco, y el cronista Fernando del Pulgar nos narró el encuentro, en la explanada que daba entrada a Alhama, del marqués de Cádiz con su eterno rival el duque de Medina-Sidonia:
“El marqués de Cádiz, sabido cómo el duque de Medina venía allí con tanta gente a socorrer, informado de los gastos que fizo e diligencia que puso por venir ayudar, llegó a él, e después de las primeras saludes le dixo:
-Señor, el día de oy distes fin a todos nuestros debates. Bien pareçe que en nuestras diferencias pasadas mi honra fuera guardada, si la fortuna me traxera a vuestras manos, pues me avéis quitado de las agenas e crueles”.
La respuesta que dio el duque, como nos dice igualmente Carriazo, la aporta Barrantes Maldonado.
“-Señor, enemistad ni amistad no ha de ser parte conmigo para que yo dexe siempre de hacer el servicio de Dios e lo que debo a mi honra e persona.”
El marqués de Cádiz, que tenía entonces treinta y ocho años y que acababa de vivir quizás el hecho que más renombre le daría entre los tantos que le distinguieron a lo largo de toda su vida, quedando como primer alcaide de Alhama Diego de Merlo, marchó con el resto del ejercito a Antequera, donde le esperaba el rey don Fernando, volviendo con éste a Alhama, a finales de Abril, tras que Muleu Hacen volviese a sitiar Alhama. Retornó en bastantes ocasiones más a Alhama, concretamente, en enero de 1488 estuvo aquí seis días, cuando se dispuso a caer sobre Almuñecar.
Tras la toma de Alhama, continuo su entrega a la lucha contra los musulmanes granadinos y al año siguiente, en marzo de 1483, sufrió la más triste derrota, la que él había advertido y la que se llevó a cabo por la insistencia del maestre de Santiago: la de la Axarquía malagueña. Todo un desastre para los cristianos y en cuya retirada, a pesar de haber visto morir allí mismo a tres de sus hermanos, a dos sobrinos y a muchos de sus mejores amigos y vasallos, corriendo grandes peligros, dio las más alta prueba de su valor y pericia, huyendo con concierto y sabiendo reponer, día tras día, el espíritu de lucha y de organización para hacer frente y derrotando a quienes no cesaban de perseguirles.
Un mes después, tras la batalla de Lucena, en la que cae prisionero el mismo Boabdil, quien más insiste, como hábil político, en que se deje libre al mismo para que el reino de Granada siga dividido, en continua guerra civil entre éste y su padre, es el marqués de Cádiz.
Fue el más esforzado y decidido caballero en todo el transcurso de esta guerra, distinguiéndose siempre con hechos y gestas que, además de hacerle merecedor del favor y el afecto máximo de los mismos Reyes Católicos, le convirtieron, tanto para la historia como para la misma leyenda, en un personaje superior, en tantas y tantas ocasiones, al mismo Cid Campeador a quien más la leyenda que la historia le darían el renombre que ha tenido hasta nuestros mismos días.
En su obra “Cádiz y su provincia”, Adolfo de Castro, efectuó la siguiente semblanza de quien fue señor de Arcos de la Frontera, Zahara, Rota, Chipiona, Isla de León (actual San Fernando), Ubrique, Benaocaz, Villaluenga, Grazalema y la misma Cádiz, “Don Rodrigo Ponce de León, uno de los mayores héroes con los que la Historia de España cuenta, fue de alta estatura, de blanca tez, de rubios cabellos, no rizados al hierra afeminadamente sino al duro contacto del yelmo que desde los últimos años de su niñez oprimió sus sienes. Montaba garbosamente a caballo y no era fácil hallar quien le excediese en destreza para manejarlo. Tenía por gala el desaliño en el vestir. Todos celebraban sus altas prendas sin infamarle alguno, pues no hallaban que censurar en él. Nunca pudo contener los impacientes deseos de su espíritu... Su valor nunca llegó a la temeridad, ni aún tocó en la imprudencia. Sus órdenes más parecían que mandatos ruegos...El suceso más inopinado lo hallaba siempre provenido. Esforzaba a sus tropas con más energía que palabras, porque la fuerza de su voluntad con pocas sabía transmitirles el fuego bélico que ardía en su corazón... Sus vasallos no se cansaban de agradecerle los favores, ni él de repetirlos y continuarlos. Eran en él naturaleza la misericordia; la severidad ó el rigor de la justicia, violencia. En los grandes peligros, cual si fuera de mármol o de bronce, no sentía; sobre las fatigas estaba la agitación de su espíritu, su incansable sufrimiento, su confianza en el vencer, que cuando llegaba era un tardo alivio a la impaciencia de su corazón fogoso. Su entendimiento claro, con aquella vivacidad que se dirigía constantemente al acierto, no veía en el peligro el peligro, sino la victoria que esperaba su deseo”.
Lafuente Alcántara, al hacer referencia al mismo y a su muerte, lo que aconteció el 28 de agosto de 1492, en Sevilla, escribe “El marqués-duque de Cádiz, nervio y alma, como el Aquiles de esta famosa guerra, que desde su principio hasta su fin, desde la sorpresa de Alhama hasta la rendición de Granada, se encontró en todas las batallas y se señaló por su esfuerzo en todos los combates; el más cumplido caballero castellano, amante de sus reyes, amado de sus vasallos y galante con las damas, tan activo para adquirir bienes como pródigo en gastarlos; este insigne campeón de su religión y de su patria, sobrevivió poco a la conquista de Granada, muriendo todavía en buena edad -cuarenta y nueve años-, a consecuencia de sus largas fatigas y padecimientos, y como si este soldado de la fe, lo mismo que su amigo el de Medina-Sidonia, vencidos los guerreros de Mahoma, hubieran cumplido su misión sobre la Tierra.”, el duque de Medina, su antiguo rival con el que hizo las paces ante las murallas de Alhama, murió tres días antes que él, así como fallecieron en aquél mismo año una larga serie de próceres que habían sobresalido en el guerra de Granada. Como dice Carriazo, desaparecía toda una generación de caballeros una vez cumplida su importante misión histórica.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
- “Cádiz y su provincia”, Adolfo de Castro, Cádiz, 1858.
- “Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España”, Tomo 106, Biblioteca Nacional, Madrid.
-“Historia de la Guerra de Granada”, Juan de Mata Carriazo Arroquia, en “Historia de España” dirigida por R. Menéndez Pidal, Tomo XVII, Volumen I, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1978.
-“Un reino para nuestra historia”, Andrés García Maldonado, “La Comarca”, 1º trimestre, Alhama de Granada, 1992, y “Anuario 1992 de Alhama Comarcal”, Alhama de Granada, Enero, 1993.