¿Se rompió la familia?



Poco se parecía lo que mis ojos iban descubriendo a las idílicas imágenes infantiles de mis recuerdos.

“… Siento tristeza y nostalgia
evocando estos recuerdos.
¿Pagamos, tal vez, muy caro
eso que llaman progreso?”

 Visité no hay mucho Agrón con motivo de la Feria de Artesanía y Gastronomía del Temple que desde hace unos años se viene celebrando allí. Y, como en el poema que en su día le dedicara a este, mi pueblo materno, recorrí sus calles, bajé hasta la fuente y me acerqué hasta aquella casa cuyos bajos fueron temporalmente mi escuela en los ya lejanos años cincuenta del pasado siglo.

 Poco se parecía lo que mis ojos iban descubriendo a las idílicas imágenes infantiles de mis recuerdos. ¿Dónde encontrar aquella fuente de caños dorados eternamente fluyendo en los que tantas veces llené mis cántaros de agua? ¿O aquel pilón al que las yuntas acudían a saciar su sed tras una agotadora jornada veraniega? Tampoco se parecía mucho la explanada situada a espaldas de mi escuela a aquel ‘corral grande’ donde D. Elías nos permitía resguardarnos en las frías mañanas invernales; donde aprendí la letra ‘Q’ por el pedagógico método del varazo en las piernas desnudas. Eché de menos a los niños jugando en la calle, el cotidiano ajetreo y las puertas abiertas de aquellas casas que antaño frecuenté.

Pero, ¿y mi familia? ¿Dónde está la numerosa familia Delgado, los ‘rubios’ de Agrón?
 Pero, ¿y mi familia? ¿Dónde está la numerosa familia Delgado, los ‘rubios’ de Agrón? Éramos muchos. Y, hasta donde yo sé, bien avenidos. Todos residentes en Agrón, excepto mi madre que, al casarse, se trasladó a Santa Cruz. Pero visitábamos con frecuencia a la familia agroneña. Yo, concretamente, pasaba allí largas temporadas en las que, por supuesto, asistía a la escuela. Y mi madre nunca, hasta su muerte, dejó de escribir cartas a sus hermanos, siempre dirigidas a Manuel. “Como es el cartero no hay que ponerle sello”, me decía. Y él siempre se quejaba: “para mí, solo el sobre”.

 Pero llegó la emigración. Y con ella, la dispersión de la familia. Y un día fueron dos de mis primos, otro día tres, otro una familia entera… Incluso algunos padres siguieron a sus hijos allá donde estos decidieron establecerse. Volvieron algunos tras su jubilación para pasar sus últimos años en el pueblo de sus raíces. Otros, nunca volvieron. Y aquella numerosa familia Delgado, los ‘rubios’ de Agrón, desapareció del pueblo que un lejano día la acogió, según me contaba mi prima Angelina, procedente de Asturias. Quizá nos salve de la desaparición absoluta un descendiente del mayor de los hermanos, Tito, que, según tengo entendido, sigue en el pueblo.

No corrió mejor suerte la familia Hinojosa, los ‘solaneros’ de Santa Cruz.
 No corrió mejor suerte la familia Hinojosa, los ‘solaneros’ de Santa Cruz. Dieciocho hijos tuvo mi abuela Luisa. Aunque no todos llegaron a adultos, solo doce. Diez de ellos formaron su familia y tuvieron hijos. ¡Cuántos tíos, cuántos primos! Y todos en este rinconcito del mundo que es nuestro pequeño pueblo. Todos… hasta que comenzó la forzada dispersión.

 Fue en este caso aún más temprana que la de la familia materna. Pocos años debía yo de tener cuando mis tías Matilde y Mercedes salieron de Santa Cruz para, junto a sus respectivos esposos, Fernando y Manolo, y sus hijos, dedicarse al negocio panadero. Nunca pasaríamos por Cacín o viajaríamos a Alhama sin hacer una visita a estos tíos y primos. Muy pronto emigró también la familia de tía Luisa a Zaragoza. En contadas ocasiones volvieron al pueblo, en contadas ocasiones volvimos a vernos. Pero nunca los hermanos Luis y Luisa dejaron de comunicarse por carta. A la muerte de mi padre sería yo quien durante algún tiempo mantuviese esta antigua relación epistolar. También nos dejaron muy pronto el marido y los hijos de tía Teresa; ella ya había fallecido. Otro día sería la familia de mi tío Antonio, la de Carmen, la de José… Y llegó un día en que, de aquella numerosa familia, solo quedaron viviendo en el pueblo mi hermano Manolo y mi primo Diego, hijo de Paco.

Han pasado los años. Fallecieron ya todos los hermanos Hinojosa Moles y también no pocos de los hijos de estos
 Han pasado los años. Fallecieron ya todos los hermanos Hinojosa Moles y también no pocos de los hijos de estos. Diseminados por diversos lugares de nuestra geografía española y en algún que otro lugar del extranjero andan los descendientes de Diego y Luisa, mis abuelos paternos, que, a punto de finalizar el siglo XIX, formaron su familia y criaron a sus hijos en el cortijo de Las Solanas.

 Dispersos los solaneros de Santa Cruz, dispersos los rubios de Agrón, hoy siento pena por no conocer a muchos miembros de mi familia a los que aún me une un cercano parentesco. Y echo de menos aquel trato familiar de otros tiempos, tan frecuente y cercano, porque todos estábamos cerca. Echo de menos las cartas que con cierta asiduidad nos traían noticias de los familiares ausentes. Es verdad que los modernos medios de comunicación, las nuevas tecnologías, nos permiten estar comunicados ininterrumpidamente con cualquier parte del mundo. Pero, ¡son tan fríos….!

“…Ganamos muchas cosas
y otras tantas pedimos.
Y a veces yo me pongo a hacer balance
y siempre me pregunto:
¿fue el saldo positivo?”

Santa Cruz, diciembre 2021
Luis Hinojosa D.