Ya nadie usa cintas de casete, aquellas en las que los chistes de Arévalo se popularizaron por los ochenta.
Pero aún habrá quien recuerde a ese pasota, ya no quedan pasotas de la vieja escuela, interpretado por el humorista decir aquello de “¡Que trabajen los romanos, que tienen el pecho de lata!”, como grito de guerra de una forma de ver la vida en la cual el trabajo no es la primera opción. Hoy, lo que por la época era una humorada es una opción todavía extravagante y muy censurada, pero que cada vez es más planteada, al menos al nivel de las teorías posibles. No marearé más la perdiz, hablo de que igual que las cintas de casete son un recuerdo, cada vez son más los trabajos en los que la mano de obra humana se ha visto sustituida, total o parcialmente por robots o maquinas cada vez más sofisticadas o inteligentes y la expresión inteligencia artificial ya no es un recurso literario si no que es algo absolutamente normal que incluso está en nuestros bolsillos en los cuales guardamos ese artefacto al que podemos decir que llame a cualquier contacto de nuestra agenda y lo hará.
Los robots, de la palabra checa “robota”, esclavo, trabajador forzado, llegaron como el tetrabrik, sin saber muy bien cómo, pero para quedarse definitivamente entre nosotros para facilitar la vida y también para alejar definitivamente del mercado de trabajo a mucha gente. Por tanto y puesto que no podemos prescindir ni de los productos o servicios que los robots ofrecen a un menor coste, ni de la gente que se ha quedado fuera del mercado al ser sustituidos por esos robots, será necesario llegar a algún tipo de acuerdo legal para que la riqueza creada se reparta si no equitativamente al menos de manera más justa y una de esas formas de conseguir ese reparto de riqueza podría ser el que los trabajadores del pecho de lata cotizasen a la seguridad social del mismo modo y en la misma cantidad que lo harían los trabajadores del pecho de músculo a los que reemplazan, que no es una extravagancia si no una idea que se está sometiendo al estudio y la consideración de forma seria entre gente seria.
De hecho, ya está estudiando el Parlamento Europeo una serie de leyes a las que se deben de someter los robots y no veo ninguna razón para que una de ellas no sea el que los empresarios que los emplean coticen y paguen impuestos por ellos. No les va a gustar, eso está claro, pero tampoco les gusta cotizar por los trabajadores humanos y pagar impuestos de ningún tipo, mucho menos.
Naturalmente hay trabajos en los cuales los humanos son imprescindibles, supongo; no creo que a nadie le gustase que una inteligencia artificial educase a su progenie y aunque hay bandas de rock totalmente robóticas su sonido es demasiado metálico para mi gusto, eso sin enjuiciar la puesta en escena demasiado mecánica. Pero lo que sí es cierto es que no encuentro razón alguna para que no sean maquinas las que hagan los trabajos mas duros, rutinarios y embrutecedores y se deje para los humanos aquellos en los que la humanidad, incluso con sus equivocaciones, sea preferible a la supuesta perfección de la inteligencia artificial.
Pero de un modo u otro lo cierto es que cada vez me resulta más evidente la necesidad de empezar a cambiar nuestra forma de ver aspectos tan esenciales como el trabajo, su reparto, la creación de riqueza y su distribución y cómo se puede llegar a una economía de pleno empleo teniendo que competir con entes que no reclaman, no consumen , trabajan las horas que les pidan, no cobran salario, no cotizan a la Seguridad Social, no se quedan embarazados, no piden permisos de paternidad y otra serie de ventajas a favor de los robots; otras tantas desventajas para los humanos.
Por todo ello creo que a quienes les compete solucionar estos temas, porque para ello han sido elegidos harían bien en reflexionar sobre ellos de vez en cuando y proponer soluciones alejadas de las que hasta ahora se están proponiendo. Sé que me repito, pero es que, toda vez que aún no hay ni empleo, ni distribución de la riqueza para todos, me creo en la obligación de insistir sobre lo mismo. No es que esté abogando por una sociedad en la que todo sea gratis para todos y en la que nadie tenga obligaciones, pero si por una en la que cada cual tenga un mínimo garantizado a partir del cual poder elegir su modo de vida, su forma de vivir, ya sea el entregarse al trabajo, el estudio y las actividades deportivas, o al ocio creativo o consumista, cada cual opte por la opción que más le cuadre. Y sí, estoy proponiendo la posibilidad de una renta básica de ciudadanía, sí, estoy proponiendo cobrar sin trabajar, algo que hasta ahora está reservado sólo a unos cuantos privilegiados y que creo que debería ser un derecho universal. Dejo al lector poner nombre a esos privilegiados que ahora cobran sin dar un palo al agua, seguro que se le ocurren muchos nombres.
A fin de cuentas, es posible que las empresas no precisen trabajadores, pero lo que si van a necesitar siempre son clientes y consumidores para sus productos y servicios.