De los santos, de los puros, de los que no se equivocan, de los que poseen la verdad absoluta.
En definitiva, de toda la gente que está hecha de una materia distinta del barro primigenio que el creador del Génesis utilizó para hacer al hombre, aclaro que he puesto creador para referirme al autor del libro que llamamos Génesis y no al Creador. Tal vez de barro, no, pero si es cierto que el común de los mortales somos carnales y bien carnales y nada espirituales, distinción que algunas sectas gnosticas hacían de la humanidad, los primeros, los carnales, estaban destinados a la perdición y los espirituales eran los elegidos por el Creador para la salvación. Lo malo del asunto es que era por predeterminación y nada se podía hacer. Pero, en fin, el caso es que Cristo entendió bien que, de los santos, los puros, los que no se equivocan y los mercaderes no se puede hacer gran cosa y eligió rodearse de gente común, carnal: pecadores, publicanos, mujeres de equívoca reputación y demás personas humanas absolutamente respetables en sus debilidades y dejar a los que hacían pública ostentación de su fe, su religiosidad y su acato a la Ley expuesta en el Libro (lo que viene a ser los fariseos) aparte.
Sin querer compararme con nadie, yo, que estoy lleno de dudas, errores y tentaciones, en las que caigo las más de las veces, me confieso mucho más a gusto entre gente que se equivoca, que duda, que peca, que es humana, incluso demasiado humana, que entre el tipo de gente que se autoproclama garante de las esencias, de las verdades, de las purezas ideológicas, del sentir del pueblo y no duda en rechazar de plano a quien no está en su línea de pensamiento. Por mi parte juzgo a quienes creo que son merecedores de mi confianza por sus hechos y nunca, o casi nunca por su ideología, creencia religiosa, aficiones o cualquier otra circunstancia adquirida después del nacimiento. De las circunstancias no adquiridas, esto es sexo, color de piel u otras análogas, mucho menos.
Pero sí procuro, en la medida de lo posible, alejarme de la gente que he expuesto líneas arriba, ese tipo de gente capaz de condenar a quien no piensa igual, sobre todo el tipo de gente que se adhiere a las ideas de un líder indiscutible y ve únicamente por los ojos de ese líder. Prefiero equivocarme yo, por mi cuenta, que defender los errores de otra gente. Naturalmente llegado el momento voto a quien creo que se ajusta a mis convicciones ideológicas con las naturales reservas que todo votante ha de tener a la hora de votar; del mismo modo hay gente cuya opiniones e ideas expuestas en su obra escrita me parecen más coincidentes con las mías o, mejor dicho: en buena medida las mías son fruto de mis experiencias personales, mis reflexiones y de la lectura y tranquilo análisis de la lectura de las obras de esa gente que me ha ayudado a madurar y crecer, o, más exactamente a continuar creciendo y madurando mentalmente. Y aquí también debo decir que incluso a esa gente la sigo con reservas y sin estar absolutamente de acuerdo con todo lo que han dicho o escrito (pero incluso conmigo mismo, a veces tampoco estoy totalmente de acuerdo en todo).
Como en el refrán español, “del agua mansa me libre Dios, que de la brava, me libro yo”, procuro alejarme, al menos desde el punto de vista de las ideas, de todo tipo de gente intransigente, de las que ponen los atributos masculinos por testigos de su razón y descalifican negando a otros, u otras la posesión de tales atributos. Cuando para defender las ideas, en vez de exponerlas sosegadamente y apoyarlas con argumentos sólidos, se recurre a esos comportamientos propios de la poca edad y cortedad de luces, creo que es porque se carece de argumentos, y, tal vez , incluso de razón.
Me confieso pecador, me confieso carnal, imperfecto, lleno de dudas de todo tipo, pero lo que creo no haber hecho nunca es haber tenido la razón absoluta, publico mis opiniones, mías, propias, en un medio que permite comentarlas y no es la primera vez que han sido rebatidas o criticadas en el mismo. Y eso es lo que más me gusta. Aquí cabemos todos, no sólo los justos, los impecables, los conservadores de las purezas ideológicas los “salvadores”.