De entre todos los refinamientos que lo cultural, esto es, lo no natural, ofrece a nuestra especie, está la posibilidad de reunirnos de cuando en cuando con gente con gustos o aficiones comunes a conversar sobre los mismos.
También la naturaleza ofrece refinamientos como una puesta de sol, o un paisaje espectacular, pero en estos casos casi siempre surge la necesidad de compartirlos con gente amiga, lo cual puede llevarnos nuevamente a la tertulia o, al menos al intercambio de fotos en redes sociales, que, de algún modo también es una forma de tertulia digital en la cual los tertulianos pueden estar físicamente distanciados.
Pero a las tertulias a las que hoy quiero dedicar la mirada no son las afables y sosegadas reuniones de amigos para hablar de libros o de fútbol, que eso va de gustos, si no a las tertulias políticas organizadas por las distintas, pero no tanto, cadenas de televisión cuyo formato, según lo que se lee y se puede ver por ahí, consiste en reunir a gente con cierto ingenio para el exabrupto, potencia en las cuerdas vocales para elevar la voz y un cierto estado de enfado permanente, al menos mientras están ante las cámaras y un moderador capaz de atizar el fuego de la polémica cuando esta languidece. Poco importa en estos formatos el tener más o menos razón, porque la mayor parte de las veces los intervinientes repiten el argumentario que vía digital les proponen para defenderse o atacar. Se busca en estos enfrentamientos no el convencer a nadie que no esté ya previamente convencido, ni mucho menos, el intercambio de pareceres para llegar a algún acuerdo, si no dar motivo para un titular, mucho mejor si el titular se puede redactar más o menos así” Zasca de fulanito a menganito”, luego el redactor explica que en el debate fulanito le dijo a menganito de todo menos bonito, lo cual da a entender que “ganó el debate” o dejó patente su ingenio frente a la cortedad del adversario. Y es que, también en esto me repito, nada hay más fácil que insultar y quien usa defectos físicos o psíquicos para descalificar a su oponente lo único que hace es calificarse a sí mismo perfectamente. Quevedo, por poner un ejemplo de pluma respetable empleada por una persona a quien yo no invitaría a un café, no fue mejor poeta por dedicar versos insultantes a judíos, homosexuales y mujeres y sí por los sonetos de tema erótico (aclaro que uso erótico en el sentido de amatorio) o aquellos en los que dejó constancias de su miedo a la muerte.
Recuerdo con nostalgia y cariño un programa de televisión, de cuando en España sólo había dos televisiones, la primera y la segunda, el que aludo, “La clave”, era de la segunda y en él después del visionado de una película, casi siempre una magnífica película, que trataba el tema del debate posterior, un grupo de gente debatía con solidez, elegancia y argumentos convincentes sobre el tema propuesto (aún se pueden consultar en la red algunos de aquellos programas). Nada que ver con lo que hoy día se conocen como tertulias políticas, pero en mi opinión son más productos de entretenimiento de calidad incluso inferior a la de algunos dibujos animados, incluso en una época en la cual este género, el de los dibujos animados ya no es lo que era o lo que fue.
Descontado que estas tertulias pretendan informar o crear opinión en la audiencia queda por preguntarse qué es lo que realmente pretenden con ellas. Me temo que no tengo ninguna respuesta a la pregunta, no al menos ninguna que esté sustentada en sólidas pruebas y razonamientos. Me limito a plantear la pregunta, pregunta que podría extenderse a bastantes aspectos de lo que podemos llamar entretenimiento de masas, que no tiene nada que ver con la cultura popular. ¿Por qué se escriben determinados libros, canciones, por qué se ruedan algunas películas? El argumento de que es lo que la gente quiere es falso en mi opinión y estoy convencido de que quien intenta crear literatura, cine o música de calidad, y esto es extrapolable también a la televisión, tiene su público, y no precisamente minoritario. La razón de que se prefiera hacer productos de calidad claramente mejorable, ya digo que la ignoro y ahí vuelvo a plantear la pregunta para que sea el lector el que la responda según su leal saber y entender. Si de aquí sale una tertulia, al estilo clásico, como el que impera en el Club de Lectura al que pertenezco, por ejemplo, de algo habrá servido esta mirada de hoy.
En cualquier caso, reivindico el arte de hablar tranquilamente, de escuchar educada y atentamente, el de conversar de lo Divino y lo humano, rodeado de gente que no necesariamente tiene que pensar igual, como uno de los grandes placeres que la vida puede ofrecer y una forma de madurar y crecer. Y si es con un buen café delante, mejor que mejor.