El derecho a equivocarse



 Como “philosopho de lo cotidiano” suelo reflexionar precisamente sobre lo que, dicho en lenguaje poético al modo de Juan de Mairena, pasa en la calle.

 Y las más de las veces ni siquiera tengo que mirar en la calle, me basta con mi propia vida para encontrar materia en la cual filosofar; por tanto y tratando el artículo de esta semana de errores, ya ha de intuir el lector que en mi propia experiencia personal ando sobrado de estos, de modo que por una vez escribo sobre algo de lo que sí tengo conocimientos de primera mano.

 A lo largo de mi vida he errado en la elección de vocaciones, parejas sentimentales, y otras elecciones parecidas y en tal caso lo que he solido hacer es, primero reconocer la equivocación y luego rectificar en el convencimiento de que peor es continuar en el camino equivocado.

 No sé cuál es el propósito de la vida, ni siquiera estoy seguro de que tenga alguno, aparte del que cada cual le dé a la suya propia, pero si estoy convencido de que, de alguna manera, ésta nos invita a ir probando diversas posibilidades, distintas opciones y caminos a explorar; y por supuesto, no todos esos caminos nos van a llevar al sitio apetecido, no todas las opciones elegidas dan el resultado esperado. A fin de cuentas, equivocarse no consiste en otra cosa. Sabido es que la única forma de no equivocarse es no hacer absolutamente nada, pero esta es una opción que pocas veces nos ofrece la vida que parece empeñarse en ponernos delante situaciones que suponen la toma de una decisión, desde la opción mínima de qué libro voy a leer, qué película ver o qué voy a cenar esta noche, hasta las más trascendentales de qué hacer con mi vida el resto de ella. Puedo dejarme llevar y dejar que la vida me sorprenda o puedo planificar perfectamente mi futuro. Puedo seguir la senda fácil y acomodaticia de “pasar de todo”, en el peor sentido de la acepción y vivir cómoda y placenteramente o puedo implicarme en la medida de mis posibilidades en intentar cambiar las situaciones que crea deben ser cambiadas, para bien de la mayoría. Cada uno de esos caminos supone tener que volver a elegir y optar y es en eso proceso en el cual se puede producir el error.

 Creo que si para acertar hay que equivocarse es lícito y permisible cometer el error, es más, estoy absolutamente convencido de que cometer errores es un derecho tan fundamental como el de intentar cualquier proyecto, causa o actividad que nos motive. No se aprende de los aciertos, más bien el modo en el que la vida nos ilustra es el de ensayo y error, el de ir probando distintas posibilidades hasta dar con aquella que nos convence o conviene, Lo realmente desastroso es seguir en el error, proseguir una relación que nos hace daño por miedo a reconocer que nos hemos equivocado. Continuar durante mucho tiempo con un trabajo que únicamente nos satisface económicamente, seguir votando a quienes nos han defraudado, en todas sus acepciones, engañado o robado (o todo a la vez) y continuar con lo que nos impide vivir plena y satisfactoriamente por comodidad, por pereza, o, peor aún por miedo a la opinión de los demás, por ese “qué dirán” absolutamente negativo.

 Vienen estas reflexiones a cuento de la situación de varias mujeres de las que supe que a pesar de sufrir violencia por parte de sus parejas no denunciaban por vergüenza, se trataba de mujeres de alto nivel educativo para las cuales reconocer que eso les podía pasar a ellas era vergonzoso. Aclaro que esto fue contado en una charla sobre violencia machista a la que acudí hace unos días. Doble error, en mi opinión: Nadie nos pide ser perfectos ya se sea limpiadora de habitaciones de hotel o catedrática de Derecho Penal, camarero de bar o director de una multinacional. Como mucho se puede exigir a quien trabaja ejercer su función de la mejor manera posible. Pero fuera de ahí, mucho más en el ámbito privado, únicamente hay una obligación que es la de vivir la vida que realmente se quiere vivir o la versión de ella que más se aproxime al ideal, dadas las circunstancias.

 Y naturalmente ese vivir esa vida a veces requiere renunciar a otras vidas, tal vez más cómodas o placenteras, o, nuevamente, equivocarse. Largo es el camino que hay que recorrer día a día, muchas las elecciones que este caminar supone. No todas serán acertadas, pero y, esta es la buena noticia, la mayor parte de las veces la vida nos permite cambiar de ruta, probar de nuevo. Cada día es una nueva oportunidad para llegar a vivir la vida que realmente queremos vivir. No tengas miedo a cometer errores.