Reconozco que en ninguno de los establecimientos que frecuento he visto el ‘cartelico’ que ilustra estas palabras, pero no deja de tener su gracia.
Es cierto que hay gente que hace un uso inmoderado de los artilugios electrónicos que nos permiten relacionarnos con quienes en ese instante no están con nosotros, y también es verdadero que, a veces nos alejan de aquellos a los que tenemos en frente o al lado, ocupados como estamos en responder el wasap de nuestra tía que vive en Barcelona, comentar algo en el Facebook o llamar a un contacto para verificar la corrección de una información.
No es la primera vez que repito, que eso es lo malo de tener pocas ideas, que hay que repetirse, que el uso de las tecnologías de la comunicación y la información es un enorme avance en lo que respecta a la capacidad, precisamente para estar comunicados o informados o para comunicar e informar. Naturalmente como con cualquier otra herramienta o útil es susceptible de ser usada de manera contraproducente, de crear adicciones y comportamientos que rozan lo claramente patológico. Pero creo que, en esos casos, es la persona afectada la que tiene el problema; si no estuviese dominada por las nuevas tecnologías lo estaría por cualquier otra cosa capaz de llenar su vacío.
Reconozco que a mí me sirve de prueba de la atención que obtengo de la persona con la que converso el hecho de que mire o no mire el apara tillo. Si menudean las visitas al teléfono inteligente es que mi persona suscita escasa atención en mi interlocutor, mi conversación la aburre o las dos cosas a la vez en cuyo caso la opción más justa, elegante y caritativa es dejar de someter a mi contertulio a mi charla, pretextando prisas, ineludibles, compromisos o urgentes tareas que atender. En lo que a mí respecta soy perfectamente capaz de estar hablando durante horas por wasap si la persona me resulta muy querida y las circunstancias, lejanía, nocturnidad, imposibilitan el contacto personal, que obviamente, es el que prefiero.
La cercanía y calidez de una buena conversación frente a un café o cualquier otro tipo de bebida, el poder ver el gesto, el tono, la mirada de quien con nosotros habla es parte esencial del enorme placer que para mí supone una charla larga, distendida , salpicada de complicidades, bromas, y toda la seriedad, absolutamente compatible con la broma, las risas, la alegría, que exige una conversación sobre todo y sobre nada entre dos personas que se quieren bien y que disfrutan mutuamente de la compañía. Prefiero, con mucho la conversación a la lectura, la música o el cine, otras de mis pasiones, porque ésta surge a veces espontáneamente, mientras que las otras son buscadas. No siempre el amigo tiene tiempo libre que compartir, no siempre se presenta la oportunidad de un buen rato de casquera; por contra los libros, la música y el cine están casi siempre disponibles para su disfrute.
En el fondo lo que importa de esos ‘aparatejos’ de comunicarse, es, precisamente eso, posibilitar la comunicación, que pueda trasmitirse un mensaje de forma casi inmediata. Hay ocasiones en las que un simple “¡todo bien!” a través de un mensaje de wasap son más que suficientes para llevar el alivio, la tranquilidad y el sosiego a quien esas palabras, u otras parecidas, espera. En otras ocasiones se necesita el contacto físico de un abrazo o un gesto, que resultan más expresivas que mil palabras para decir lo que se quiere decir.
Hablen entre ustedes si están juntos en ese momento, olviden por un momento el telefonillo que está para llevar nuestro mensaje a donde no llegan nuestra voz, nuestra mirada, nuestro gesto, nuestra postura, todos ellos detalles importantes en eso que se llama comunicación. Pero seguro que casi cualquier cosa puede esperar cuando estamos en un bar, lugar que es un establecimiento hostelero, pero no un locutorio.