La atracción del poder



 La frase que se suele usar para significar lo mismo es la erótica del poder, pero prefiero lo de atracción, porque creo que tal como anda el patio últimamente el poder tiene más de atracción de feria que de estímulo erótico.

 Sea como sea, nadie puede negar que el ejercicio del poder estimula poderosamente a determinado tipo de personas más que a otras, por más que el tener algún poder, alguna influencia o algún cargo relacionado con el poder resulta atrayente para casi todo el mundo, en mayor o menor medida. Como casi siempre hablo sobre algo de lo que no tengo experiencia alguna, nunca he tenido ninguna relación con el ejercicio del poder ni tampoco la he apetecido nunca, básicamente por considerar que el alcanzar el poder y permanecer en él requiere de cualidades y defectos que no creo tener. Hablo aquí de poder verdadero, de ese que permite a quien lo tiene cambiar la sociedad que le ha tocado vivir para adecuarla a su proyecto de sociedad ideal, o lo más que pueda acercarse a ese ideal de sociedad. Creo, por otra parte. quien aspira al poder sin tener claro qué hacer con él, es decir sin tener un proyecto transformador de la sociedad, a ser posible para mejorar ésta, o las condiciones de las personas que la conforman, hace un flaco favor a la sociedad y, de paso, a sí mismo.

 No he de poner ejemplos de personas ambiciosas que merodean por la actualidad y que han dado muestras de aspirar a ocupar la Moncloa, que no es exactamente el poder, pero que se le parece bastante, porque en el ánimo del lector están los postulantes a inquilinos de tan soberbio palacete. De todos ellos ha sido el que ha sido y quien me siga con cierta frecuencia sabe lo poco que aprecio al actual presidente, precisamente por creer que le falta energía para llevar proyecto alguno, aparte de continuar disfrutando del cargo, con el menor gasto posible.

 Entiendo que el verdadero poder es el poder invisible y no votado, ese poder al cual aludió el ex secretario y ex parlamentario socialista en su tango de la noche del domingo, tango lo llamo por lo lacrimoso y si yo, que siguiendo por Argentina pero ahora metido en milonga, si yo que soy ‘naides’, se, o intuyo, desde hace algún tiempo, que el poder anda más cerca de los consejos de administración que los de gobierno, me resulta poco creíble que el aspirante no se haya dado cuenta hasta ayer, o hace pocos días, del argumento de la película que quería protagonizar. Nunca me ha parecido el más listo de la clase, pero tampoco me creo que sea el más tonto, por más que ahora quiera hacernos tontos a los demás.

 Sabido, que quien puede es quien puede pagar, el trabajo de quien quiere cambiar algo la sociedad desde puestos políticos, es tratar de convencer a quien tiene la bolsa bien repleta y bien agarrada, de que redunda en su beneficio aflojar algo la bolsa y dejar que el dinero fluya de algún modo que haga posible ese cambio que se concreta en educación pública de la mejor calidad posible, sanidad accesible para todos, para los de los pueblos y los de las ciudades, para el nene y para la nena, un sistema de pensiones con futuro que garantice el futuro de los pensionables y, en fin, todo eso que a las grandes empresas privadas les parece horripilante que el estado dé gratis , porque ellos lo dan a buen precio, a buen precio para sus accionistas, vicepresidentes, presidentes y cuadros medios, que supongo que serán los ejecutivos de esas empresas, pero sólo lo supongo. Trabajo arduo, difícil, complicado, casi imposible y que requiere de grandes dosis de ambición, sana ambición, tener eso que se llama cintura, y, sobre todo saber que a la hora del ejercer el gobierno, que no el poder, es necesario tener las ideas muy claras, y saber que la pureza ideológica se puede sostener en el blanco aspecto del folio escrito, pero que a la hora de enfrentarse al mundo, más bien oscuro, de tener que lidiar con bancos, farmacéuticas y otros horrores semejantes conviene ceder, como cede el junco al aire que lo azota, para no ser arrastrado por el vendaval. Pero, ahí está el delicado equilibrio que convierte a la Política en un arte muy alejado del politiqueo, ese ceder no debe ser confundido con la renuncia a los objetivos finales que deben ser, desde mi punto de vista, el bien común.

 La atracción del poder, como la del abismo, puede resultar peligrosa, porque siempre cabe el riesgo de sucumbir y caer en lo más profundo del descrédito o en el fondo de él.

 Muchas son las virtudes que debe tener quien sienta la atracción del poder para transformar la sociedad haciéndola más habitable, libre y justa para todos. Para quien únicamente piensa en el poder como medio de servir a los poderosos a fin de mantenerse en ese poder y gozar de sus ventajas materiales basta con una sola: la paciencia.