Una vez más me propongo escribir sobre algo sobre lo que no ando sobrado de conocimientos.
La razón es simple, si únicamente escribiese sobre aquellos temas para los que estoy capacitado, hace tiempo que habría agotado el repertorio; por otra parte, y dada mi natural curiosidad nada me gusta más que informarme sobre lo que no sé, lo cual me da un amplísimo campo de estudio y horas de sano esparcimiento a poco coste, algo a tener en cuenta.
Es el caso que, ante la profusión de deportistas vencedores que dan en morder la medalla obtenida, lo cual en principio debió ser una broma de algún galardonado “a ver si es de oro del bueno o me han metido la bacalá”, o algo por el estilo, pero que ya se ha convertido en casi foto oficial de todo vencedor en materia deportiva, Vaya por delante que soy firme partidario de que cada cual muerda lo que apetezca morder, pero, en principio, creo que es mejor morder un espárrago navarro o una loncha de jamón de Huelva o Salamanca, pero allá cada uno con sus gustos. Morder el oro, gesto peliculero donde los haya se ha convertido ya en algo que de tan común resulta adocenado y, en mi opinión refleja un cierto desprecio del verdadero espíritu de la competición, que no es el de participar por mucho que se diga, si no el de vencer. Creo que se practica deporte por placer de hacerlo, por salud, o por la razón que sea, pero quien compite en cualquier disciplina lo que quiere es ganar, vencer, obtener la victoria y creo que en ese espíritu se refleja el respeto a sí mismo y al adversario. Cómo se premie luego esa victoria, debería resultar anecdótico y si el oro, la plata o el bronce no acaban de ser de pura ley, no creo que suponga menoscabo para el vencedor, que ya ha sido premiado con la victoria. En la Roma de la República entre las gentes de armas la máxima condecoración, la corona gramínea o corona de hierba se creaba en el mismo campo de batalla y era otorgada al comandante o general por sus propios soldados. Se destinaba a quien había salvado a todo un ejército. Flores, hierbas y espigas componían, repito, la más alta condecoración. No me imagino a Sila, uno de los que la obtuvo, mordiéndola, pero sí que he visto en más de una ocasión a destacados deportistas profesionales españoles mordiendo la medalla, en un gesto, que, si en principio podía resultar simpático ahora, en mi opinión se ha convertido en un tópico o lugar común, supongo que las más de las veces reclamado por fotógrafos deportivos deseosos de obtener la preciada imagen.
No seré yo quien aconseje a nadie cómo hacer su trabajo, pero ante el hartazgo de mordedores de medallas que son rebajadas a la categoría de galletas maría, producto mucho más apetecible para morder, aconsejaría buscar otras poses: elevar la medalla al cielo, en ofrenda a la divinidad para los creyentes o a los antepasados del vencedor, por ejemplo, acogida entre el cuenco que ambas manos ofrecen, los brazos extendidos hacia el objetivo, como reconociendo el ganador que la medalla es fruto de su esfuerzo y el de muchísima más gente: familiares, entrenadores, amigos, maestros y maestras de escuela de los victoriosos o en fin todo el país al que representan en las competiciones y que tan contento se pone con esas victorias que tanto contribuyen al bienestar de todos. Como me he permitido aconsejar a compañeros de la prensa gráfica, lógicamente admitiré consejos de los mismos sobre cómo debo escribir o como no debo escribir, es decir sobre estilo, reservándome para mí el criterio a la hora de elegir los temas sobre los cuales emborronar, es un decir, el folio digital que pone a mi disposición el procesador de textos. Y es que para quien sabe escribir o para quien no sabe, pero es osado de hacerlo, como es mi caso, cualquier materia resulta apta para la reflexión ya sean los oros olímpicos (creo que se celebran unas olimpiadas en Brasil) las coronas de hierba o las galletas marías.
Insisto, a modo de resumen, que mi intención al sentarme frente al ordenador no era otra que la de destacar que, medallas aparte, e el verdadero objetivo de quien compite es, creo, ganar, la victoria, por el mero placer de haberla obtenido y que esa debe ser la auténtica recompensa: La íntima satisfacción de saber que se ha competido y se ha vencido. Dejo a mis amigos deportistas, que los tengo y muy buenos (buenos amigos y buenos deportistas) que digan la última palabra, si les apetece.