Digo hoy porque no sé durante cuánto tiempo seguiremos siéndolo y digo hoy porque esta guerra que se inició en el año 2011, es hoy precisamente cuando la hemos descubierto.
Y ya era hora porque de esa muerte concreta, que ha dado lugar a esa solidaridad con los refugiados sirios, a fin de cuentas somos corresponsables todos los europeos que votamos a gobiernos que le venden armas a Arabia Saudí, que luego se las entregará al estado Islámico, u otros grupos opositores a Basher Al-Asad. El gobierno español, por cierto es uno de los proveedores de armas de Arabia Saudí.
Hacemos bien, por tanto, en solidarizarnos con esos miles de refugiados o exilados, que no emigrantes, que huyen de una situación de guerra que no han buscado ellos sino que ha sido alentada por Arabia Saudí, Qatar y Turquía que con la caída de Al Asad buscan poner en el poder a alguien más cómodo para sus intereses políticos, estratégicos y económicos y los de la Eurozona, que también aportan su granito de arena. Pretender que el rey absoluto y feudal de la familia Saud, que por cierto tienen lazos de entrañable amistad con la familia Borbón, tenga algo que ver con la democracia es absurdo. Y, por tanto nadie lo insinúa. Tampoco creo que Al asad sea modélico, pero cualquiera que se oponga al Estado Islámico es mucho menos peligroso para el mundo que quienes lo apoyan.
Y revisada mínimamente la historia que se inició antes de que Aylan naciera (hoy todo el mundo conoce a Aylan) toca ahora pedir que Europa sea capaz de parar lo que si no inició si alentó, que se implique en atender a los refugiados de esa guerra y de todas las que aún quedan en forma de rescoldo desde que al Trío de las Azores les dio por buscar la armas de destrucción masiva en Irak, que quiera mediar para una resolución justa del conflicto palestino-israelí, que tenga voluntad política de resolver los graves problemas que nutras pasadas intervenciones en África ( desde el esclavismo, a la esquilmación casi total de los recursos del continente, pasando por el neocolonialismo) han causado en ese continente que mira a esta Europa de la riqueza y el bienestar como meta soñada y que nutre de cadáveres esa lista insoportable de gente que ha muerto, también muchos niños, en el intento de acceder a una vida digna o medianamente digna. Muchos son los retos que tiene la Unión Europea que afrontar para paliar, digo sólo paliar, los muchos agravios cometidos con los árabes y los subsaharianos y muy poca voluntad de llevar a cabo nada realmente efectivo.
Nos toca a nosotros, los europeos votantes, últimos responsables de nuestros gobiernos decidir si apostamos decididamente por la solidaridad real, por intentar construir una Europa de los pueblos y no de los mercados y los bancos, o vamos a seguir votando a quienes únicamente nos ven como productores, consumidores y votantes. Tal vez nosotros podamos seguir así durante unos cuantos años más; pero creo que tenemos el deber de pensar en quienes muy cerca de nosotros viven en el más abyecto terror, el terror que los cuatro jinetes del apocalipsis que han despertado nuestros gobiernos, galopa, asola y arrasa el continente africano.
Hoy todos somos sirios, y está bien que así sea, pero cuando la imagen de ese niño muerto en la playa turca haya abandonado nuestras pesadillas, cuidado con dormirnos tranquilamente, porque todavía persiste el horror, el horror, en ese corazón de las tinieblas que es el resultado de las ambiciones desmesuradas de quienes rigen los destinos de la humanidad.