Naturalmente ni el animal que ilustra esta burrada es el original ni en los tiempos en los que vivía nada ni nadie podía tener ese nombre en la España nacional-católica.
Pero cuando en mi familia recordamos al burro que a mi abuelo servía de vehículo le damos ese nombre, “Libertario” por creer que es el que más le cuadra, y como, a fin de cuentas, nunca tuvo otro nombre que el propio de su especie, tanto da el que proponemos como cualquier otro.
Lo que singularizaba al irracional de esta historia, que conozco por trasmisión oral de quien fue coetáneo del burro en el tiempo en el que habitaba en nuestro pueblo, era su poca afición a trabas o sogas. En efecto, no soportaba las ataduras físicas, de modo que si en el campo era trabado, desatábase la traba, y si era en la cuadra donde las ligaduras frenaban su libertad, desataba el nudo que a la estaca lo unía y, una vez libre, hacía lo mismo con cuanta bestia ocupase el recinto. Pero lo realmente curioso del caso es que una vez liberado no se iba por esos mundos a hacer burradas o a disfrutar de la libertad, sino que permanecía en su sitio, no sé si impasible el ademan, pero permanecía. Fuese por la razón que fuese es el caso que aquel animal parecía decir con su conducta que aceptaba que tenía que estar allí, a la espera de que mi abuelo fuese a cabalgarlo, pero lo hacía porque era su deber y no por la coerción ni las ataduras. Naturalmente mi conocimiento de la Etología es prácticamente nulo, de suerte que las razones del burro para tal proceder pudieron ser muy otras, pero eso es cosa que nunca sabremos y a mí me gusta imaginar que eran estas que cuento.
No es que hoy quiera entrar en la sección de mi amigo y compañero Luis, sino que la anécdota del burro “Libertario”, me ha hecho reflexionar más de una vez sobre la dignidad existente en hacer lo que se considera correcto por deber, sin que intervengan la ley u otras trabas. Si tal hiciesen quienes nos gobiernan desde todos los ámbitos, es decir si actuasen por convicción, principios, por imperativo categórico, por motivos humanitarios o cualquier otra forma decente de actuar, muy distinta sería la película que protagonizamos. Lo malo es que lo hacen desde el desprecio más absoluto de las más elementales normas éticas amparándose en la falta de trabas que la total impunidad ante la ley de la que gozan, sabido es para quien está hecha la ley, les otorga. Libres de la traba, lejos de actuar con la honestidad del burro “Libertario”, se entregan a toda suerte de conductas que se oponen no sólo a la ley, sino a la ética o la moral, cualquier moral, claro está, que no sea la de los libertinos dieciochescos que tan de moda puso Sade en su novelas, para los cuales la única ley era la total satisfacción de sus caprichos y placer. Y al menos, los personajes de Sade, lo reconocen abiertamente; todo lo contrario de quienes nos despojan y dicen hacerlo por nuestro bien, por nuestra salvación o por los intereses de Esa España a la que olvidan en Suiza.
Creo que el modo de actuar debe ser el que surja de aplicar una norma bien sencilla y que se puede aplicar con independencia de creer o no en la divinidad del autor de la norma: “Por lo tanto todo lo que queráis que hagan con vosotros los hombres, hacedlo vosotros también con ellos, porque en eso está la Ley y los Profetas”. Y esta regla, que estableció un palestino de los tiempos de Tiberio, en los nuestros se puede ampliar aún más sustituyendo “los hombres” por “todos los seres humanos”. No mucho más se necesita para poder actuar con cierta garantía de estar haciendo lo éticamente correcto sin tener que andar con el código penal a cuestas o estar pendiente del “qué dirán” Sin embargo, con ser sencilla la norma, choca contra algo tan elemental y que no soy tan ingenuo como para ignorar, que es el hecho de que hoy por hoy lo que prima es el interés personal y el egoísmo, que incluso se considera que debe ser la norma que rija las relaciones económicas, eso que llaman “los mercados “ hacen del egoísmo la regla suprema, por no decir la única.
Personalmente y como mis alcances y luces son bastante limitados prefiero atenerme a la norma de hacer lo correcto por imperativo categórico, que a fin de cuentas es regla sencilla capaz de ser entendida y llevada a la práctica incluso por el humilde burro “Libertario”, que hoy protagoniza la mirada.