Soliloquio del cateto



 Sin sus dos catetos la hipotenusa no sería más que una línea y sin la gente que trabajas con sus manos, los menestrales, todos nos moriríamos mucho más pronto de lo que es usual por esta tierras de la Europa del Euro, que a pesar de todo, aún mantiene esperanzas de vida longevas.

 Son, en efecto, los lugareños, los aldeanos, los palurdos, los catetos, los gañanes y toda suerte de gente de modales toscos los que producen y procesan la comida que nos llevamos a la boca y que, según todos los indicios, no aparece espontáneamente cada día en las tiendas, mercados y grandes superficies en las que nos abastecemos los catetos y los ilustrados, los ciudadanos de más rancia extirpe y los humildes pueblerinos sin apellidos de lustre, ni aficiones tales como la caza de elefantes, leones u otros animales que no nos molestan ni suelen habitar en los aledaños de nuestros lugares, aldeas , villas, o pueblos. Tome nota a quien le corresponda que lo de matar a tales animales es uso y costumbre de testas coronadas y gentes a las que les sobra, digamos 50.000 euros, que incluso en las artes venatorias están los que pagan y disparan y los catetos o aborígenes que facilitan la tarea de matar, e incluso la más sucia de desollar y eviscerar la pieza.

 De modo y manera que sostengo la opinión de que sin la aportación de los catetos la Cultura con mayúsculas sería prácticamente imposible dado que son éstos los que producen las cosas materiales que sustentan la creación cultural, desde las humildes patatas para comer a los más sofisticados procesadores, todo pasa por las manos de un menestral en algún momento. Naturalmente que la obra de Falla, Lorca, Dalí, Buñuel o Frank Zappa es cosa del talento y del genio de cada uno de ellos, pero sin las necesidades materiales cubiertas, ninguno de ellos hubiese podido crear y la satisfacción de esas necesidades es cosa de gente que va todos los días a su trabajo y lo hace lo mejor que sabe y puede a cambio de un sueldo o jornal que las más de las veces no le da lo suficiente para poder vivir con un mínimo nivel de dignidad. Con su trabajo pagaba Antonio Machado su pan que fue trigo sembrado, que fue harina amasada y el lecho donde yacía, que fue construido por carpinteros. Y a ellos, también agradezco yo la poseía de Don Antonio.

 Naturalmente hay catetos y catetos, hay gente que reconoce que el desconocimiento, la incultura y la tosquedad en los modales son un problema y procuran hacer lo posible para desbastarse a sí mismos con las herramientas del estudio, la lectura y el raciocinio y otras que consideran que nada de esto es útil a su vida y que basta con tener el aspecto físico de la gente que aparece en televisión para triunfar en la vida. Es evidente que cada cual puede tener el concepto del triunfo que apetezca. Luego están las políticas educativas de los gobiernos de turno que parecen más enfocadas a la creación de productores y consumidores que a dotar al educando de las herramientas que hagan de él un ciudadano libre, crítico y capaz de analizar la realidad que le ha tocado vivir, es decir un cateto con criterio y sabedor del escaso valor de la hipotenusa por si sola; pero también de que sin ella los catetos no pueden formar el triángulo rectángulo. Conocimientos que bien analizados y llevados a la práctica devienen en una convivencia en eso que llamamos democracia, modelo en el cual el voto de todos los catetos hace surgir las mayorías parlamentarias a las que podemos llamar hipotenusas o podemos llamar como más nos cuadre, que para eso en castellano sobran adjetivos de lo más variopinto, sin que tengamos que quedarnos en el cansino “chorizos”.

 Nadie es más que otro, si no hace más que otro, comenta el caballero a su escudero en el Quijote, obra en la cual se hace la más hermosa apología del cateto que conozco en la figura de ese buen Sancho que de su zurrón y su bota, las más de las veces, da de comer al andante caballero, que por no ser uso de las normas de la caballería, no ha hecho provisión de fondos. Nadie es más que otro si no se esfuerza más que otro y esta es lección que se puede aplicar a muy diversas situaciones de la vida cotidiana, que a fin de cuentas, es en la que se producen las mayores heroicidades. Heroicidades, tampoco es la primera vez que lo escribo llevadas a cabo por ciudadanos humildes, sencillos, de esos cuyas vidas nunca salen en la prensa. Pero que son los que tiran del carro en el que vamos todos subidos.