Igual que Descartes, estoy absolutamente seguro de que mis dudas superan ampliamente mis certezas, de que de lo único de lo que puedo estar seguro es de que dudo.
Pero ese dudar mío, que no es un dudar filosófico, sino más bien ético no me lleva a la inacción y el silencio sino que me hace cuestionarme, y compartir ese cuestionar, si es cierto que podemos crecer indefinidamente. Hay voces que ya dan la voz de alarma y afirman, que no, que no podemos, que con unos recursos finitos no es posible el desarrollo sostenible y que o decrecemos de grado ahora y de forma planificada o nos tocará hacerlo después por fuerza y como vaya saliendo, que será más mal que bien.
Podemos, vienen a decir esas voces no sé si alarmistas o no, consumir los recursos escasos del planeta, acabar con el agua, deforestar las reservas amazónicas, verdaderos pulmones del planeta, y todo eso para dar de comer al monstruo que es el consumismo y el capitalismo salvaje, todo eso para vivir no por encima de nuestras posibilidades sino de las posibilidades de este rincón del Sistema Solar, que parece ser que bastaría para cubrir las necesidades básicas y sencillas de todos sus habitantes si la desmesurada avaricia de unos pocos, muy pocos no hiciese que sean necesarios más de un planeta para ser satisfecha. Podemos continuar viviendo esclavos del trabajo más allá de las necesidades, para caer en la carrera de cada vez querer más y mejor: Un coche más potente y lujoso, una segunda residencia en la cual veranear, pasar los fines de semana y esos días que el trabajo nos deje libres. Cada uno tiene su personal lista de deseos insatisfechos, que en la mayor parte de las veces nos son impuestos por una publicidad cada vez más eficaz.
Nadie habla de la santa pobreza, ni de la austeridad impuesta a miles de personas para satisfacer caprichos de unas pocas. No hablo yo al menos de eso, ni las voces que insisten que es necesario plantearse otra forma de vivir tampoco hablan de eso, creo. Se trata de trabajar menos, de producir menos y más inteligentemente para satisfacer las verdaderas necesidades básicas de las personas. Un techo para todos, comer cada día, ropa con que cubrir la desnudez con la que venimos a este mundo. Y tiempo libre, que es vida, el tiempo, no me canso de repetirlo, es el material del que se hace la vida y todo el que se pasa trabajando para comprar objetos que no sé hasta qué punto necesitamos es tiempo sustraído a nosotros mismos y nuestras familias y amigos.
Podemos crecer a costa de esquilmar lo que no es nuestro únicamente. Hemos visto que nuestros errores ampliamente amplificados por quienes rigen nuestro destino ya hacen que nuestros hijos conozcan lo que nosotros apenas hemos conocido: la cara más sangrienta del capitalismo y el liberalismo económico con sus consecuencias de pobreza casi generalizada como medio de producir riqueza que luego, cuando sea posible, cuando la economía mejore y crezcamos ese dos o tres por ciento ya se repartirá, si eso.
Podemos seguir dejando la energía en manos privadas para que sólo pueda acceder a ella quien pueda pagarla, para que unos la derrochen y otros carezcan incluso de la necesaria para afrontar el invierno con una calidad de vida mínima. Y quien dice la energía dice la sanidad, la educación y tantas y tantas cosas que siendo derechos básicos se están convirtiendo en privilegios.
Pero ya digo que no afirmo categóricamente nada. Tal vez sí sea posible el desarrollo sostenible si somos capaces de vivir de otra manera. Ya digo, son simples dudas que me planteo y dejo sobre la metafórica mesa de este rinconcillo que viernes a viernes comparto con ustedes. Quede abierto el debate. Tal vez podamos, pero no sé si debemos.