Antonio Cristóbal Ibáñez Encinas, marmolista, natural de Granada y de 43 años; Manuel Sánchez Mesa, domiciliado en Armilla y de 27 años, y Antonio Huertas Remigio, de 21 años y vecino de Maracena.
Los que alguna vez hemos subido a la “Alsina” en la Plaza de la Caleta de Granada, hemos visto el monumento a esos tres obreros de la construcción asesinados durante una huelga por el convenio en el año 1970, esos son los que si levantaran la cabeza y viesen en lo que han devenido algunos dirigentes, de izquierda, supuestamente de izquierda, supongo que lamentarían profundamente la situación actual de España. En esos tres nombres ejemplifico a toda la gente, hombres y mujeres, políticos y sindicalistas de todos los partidos y sindicatos de clase que dieron su vida, y a veces la perdieron, en la defensa de los derechos de la clase trabajadora.
No alude esta mirada de hoy a ningún caso concreto, si bien el caso de las tarjetas de Bankia y algún sindicalista millonario con dificultades para justificar su fortuna me han llevado a un grado de encabronamiento (enojo, enfado me parecen muy suaves) bastante acusado. Lógicamente creo que todo el mundo debe desempeñar sus funciones y trabajos con la mejor actitud posible, con lealtad y honradez y nada tengo en contra del enriquecimiento lícito, de hecho uno de mis cineastas preferido, Wilder confesó alguna vez que hacia cine “para llenar las paredes de mi salón de obras de arte y mi despensa de caviar”; pero cuando el enriquecimiento es ilícito y además se da en quien se proclama de izquierdas lo considero como un agravante, no contemplado en el Código Penal, pero si en mi código ético. Entiendo que los valores de izquierda suponen una defensa de lo público frente a lo privado en cuestiones de importancia, un apostar por conductas éticas en todos los comportamientos y un alejarse de apetencias, llamémoslas mundanas, excesivas, tipo yates, cacerías en África, mansiones principescas… Y nada de esto está reñido con procurarse un buen pasar, añado.
Pero conductas que están en la memoria de todos son incompatibles con la más elemental militancia de izquierdas, si bien en todos los partidos, sindicatos y, casi en todos los grupos humanos en los cuales se puede aspirar a cuotas de poder, existen sabandijas dispuestas a cualquier conducta y comportamiento capaz de agradar a quien goza del poder para alcanzar lugares elevados desde los cuales alcanzar el éxito económico, apetecido, logro, que casi siempre, es de origen ilegal, inmoral o ambas cosas a la vez. También existen, por el contrario, personas capaces que prosperan por sus propios méritos, sin abandonar sus principios ni caer en la adulación y el servilismo y que hacen de la política y el sindicalismo medio legal de vida. Digno de su salario es el obrero y lo mismo cuenta para el político o sindicalista honrado, caso contrario sólo los ya ricos por su casa podrían ser políticos, lo que no creo que fuese exactamente lo deseable. Al menos no lo que yo deseo ni para mí, ni para mi país.
Pero como junto a los honrados, que los hay, en el caso de las tarjetas de Bankia hubo algunos que no gastaron ni un solo euro, por ejemplo, también están las sabandijas, sanguijuelas, chupópteros, traidores, felones, serviles y arribistas que van no a vivir de su honesto trabajo si no a ver lo que pueden sacar del de los demás y de los caudales públicos, como tales los hay en sindicatos y partidos de izquierda, son estos mismos los que deben limpiar sus establos, con los mecanismos de control interno que existen, de esta inmundicia.
Estoy convencido de que el papel de los sindicatos y partidos de izquierda es esencial en la recuperación de esta España en crisis, pero también estoy convencido de que para ello deben afrontar la ingrata tarea de limpieza antes aludida, aún estamos a tiempo de evitar a los salva patrias de toda índole que se postulan, cada vez con más ruido.