No sé si por asociación de ideas o por otra causa, el título de la novela de Dashiel Hammett me ha venido a la memoria frecuentemente en estos días, y es que mire uno donde mire, ya sea en nuestras fronteras norteafricanas, en Venezuela o en la lejana Ucrania, la sangre que cubre la tierra, esa cosecha roja a la que alude el título de la primera novela negra de la historia se hace patente.
Hubo un tiempo cercano, en el cual las crisis económicas se resolvían con guerras mundiales, en nuestro tiempo los diseñadores de la realidad prefieren guerras de baja intensidad. Lo hemos visto en las llamadas “primaveras árabes”, y lo estamos viendo en casi cualquier rincón de este mundo en el cual el precio de una vida humana se mide por el saldo de su cuenta bancaria, preferentemente en Suiza. Escaso es el valor que se da a unas manos desocupadas, cuando lo que sobran son, precisamente manos vacías, casas vacías, estómagos vacíos. Tampoco el valor de una bala o de un kalasnikov parece ser elevado, vista la frecuencia con que aparecen en manos de gente que anteriormente no lo tenían.
Cosecha roja en nuestras fronteras, no ahora, no en este caso concreto de estos días, cosecha roja de hace muchos años, los que hace que nuestra Europa es el destino elegido por aquellos que en sus países de origen nada tienen porque todo se lo hemos robado. Pateras llegan día sí, día también, muertos se producen en casi cada intento de acceder a esta Europa que, incluso para los nativos está convirtiéndose en una mala madre, lo cual hace dudoso que sea buena madre de acogida.
Cosecha roja en cualquier país en el cual los dueños de esta vieja Europa decidan que no se cumplen a rajatabla las normas de una democracia modelo, preferentemente exportada por ella. Una democracia en lo que lo prioritario es que quien gobierna sea fiel cumplidor de los dictados, casi escribo de la dictadura, de los mercados, de la banca, de las multinacionales…No voy a insultar la inteligencia de nadie citando la lista de esos países, basta consultar la prensa de los últimos meses, de los últimos días.
Y no me pregunten sobre lo que realmente quiero decir en esta mirada triste de hoy, esta mirada con sabor algo amargo, porque ni yo mismo lo sé. Solo sé que me he otorgado el derecho a llorar por esos muertos que ni ellos mismos saben muy bien por qué o por quien han dado su vida.