Una cierta melancolía se ha adueñado de mí, tal vez por la lluvia o acaso por el chaparrón de disparates e imbecilidades que salen de la boca de nuestros gobernantes. No lo sé.
Sólo sé que lo que hoy escriba solo pueden ser ideas absurdas y delirantes, pero no más absurdas y delirantes que las de quienes dicen tener a santos y vírgenes allá en el cielo, vigilando por nuestra economía y bienestar; o las de los que acuden a la caridad de los ciudadanos para recaudar dinero para los desempleados de la localidad. Me pide el cuerpo dejar la mente divagar sobre conceptos que me inculcaron en mi niñez, como el de no tomar el nombre de Dios en vano, o el del trabajo que, “por su condición esencialmente humana, no puede ser relegado al concepto material de mercancía, ni ser objeto de transacción alguna incompatible con la dignidad personal del que lo presta. Constituye por sí atributo de honor y título suficiente para exigir tutela y asistencia del Estado.” Hermoso artículo, el 25 del Fuero de los españoles que tuve que estudiar en esas clases de formación de espíritu patriótico nacional, por las postrimerías del régimen, que por lo que recuerdo, solo fueron eso, hermosas palabras, retórica hueca. “El trabajo atributo de honor” No puedo estar más de acuerdo: El trabajo, que es, lo he repetido y no me cansaré de repetirlo, la necesidad de adecuar nuestro entorno natural a nuestras necesidades humanas, el trabajo, como creador de la cultura, lo que nos aleja de la animalidad, no debe ser tratado como una limosna que se da al menesteroso. Pero ya digo, que hoy divago sobre temas demasiado abstractos como el honor, la dignidad, la justicia. Temas todos ellos de difícil comprensión para quienes siguen el dictado de las políticas del capitalismo salvaje para el cual el trabajador es simplemente el recurso humano que junto a los recursos materiales y los económicos crearán una mercancía, un producto o un servicio listos para ser vendidos.
De otra parte, no solo es productor quien trabaja, también es consumidor y en ese binomio de productores-consumidores es donde se pierde por completo la dignidad del ser humano. Quien sólo tiene tiempo de ser para producir y consumir, no tiene tiempo de vivir plenamente, de ser para sí y para los demás, de disfrutar del ocio creativo, cultural y lúdico. Es decir de desarrollarse plenamente como ser humano, como persona. Desarrollo del que debe formar parte como no, la actividad trasformadora del entorno que es el trabajo. Pero con un trabajo dignamente realizado, dignamente pagado y dignamente considerado a la par que con un uso responsable de los recursos que son de todos y con una huida de todo consumismo que puede ser tan alienante como el propio trabajo.
Tal vez porque hoy estoy algo melancólico, no sé si por la lluvia o por todas esos hermosas ideas que he visto morir a lo largo de mi vida, escribo que apelar a la caridad o la solidaridad , y menos aún indirectamente y con fiesta de por medio, para obtener fondos para dar trabajo a los desempleados, por más que a quien sea contratado esos días de trabajo le supongan un alivio momentáneo, me parece un triste reconocimiento de la incapacidad de todos los alhameños, cada uno en la parte que le corresponda, para resolver nuestros propios problemas.