El síndrome de Alejandro

 Como suelo hacer con harta frecuencia, para desespero de los incautos que se asoman a mis miradas, entro hoy en materia de la que mi ignorancia es oceánica y mi saber diminuto charquillo.

 Ignoro, por tanto, si existe alguna patología que ya lleve el nombre del hijo de Olimpia a quien Diógenes, el cínico, pidió, como señalada merced, que no le estorbase el disfrute del sol. Pero es el caso que lo que sí sé con certeza es que esa patología existe y que todos en mayor o menor medida la sufrimos: La de no poder disfrutar de lo conseguido o alcanzado por el desasosiego que nos causa el intentar conseguir o alcanzar más cosas, más metas, más dinero...Igual que Alejandro Magno vivió su corta vida espoleado por el deseo de avanzar a una nueva tierra que conquistar, pero no disfrutar, para proseguir hacia una nueva conquista. Hasta que sus falanges macedonias dijeron basta, ya llegó Cristo a la venta, si se me permite la licencia del anacronismo.

 Igualmente nosotros vivimos sumergidos en una sociedad de consumo para la cual no somos otra cosa que productores-consumidores, y en la cual, desde la publicidad se nos alienta a conseguir el penúltimo artefacto tecnológico del que apenas disfrutaremos antes de que la nueva versión salga al mercado o la obsolescencia programada haga que resulte inoperante. Igual que en otras épocas se nos convenció de la necesidad de tener una “segunda residencia” para la cual los bancos ponían los créditos que hiciesen falta, faltaba más. Naturalmente para vivir se necesitan cosas materiales: Un hogar, que no es exactamente lo mismo que una casa, comer cada día, algunas comodidades básicas; nadie puede vivir una vida plena y satisfactoria como lo hacía Diógenes, por más que crezca cada día el número de los que tienen que hacerlo a su pesar por los desahucios. Pero entre esa vida que preconizaba el cínico y la imperiosa necesidad de acumular cosas de las que apenas podemos disfrutar, incluso por falta de tiempo debe haber un término medio. Debe existir una opción que sea la de una sana búsqueda de metas y objetivos a realizar que no nos impida detenernos a disfrutar de lo que ya tenemos por haberlo ganado con nuestro esfuerzo o porque es de nadie, es decir de todos. Una hermosa puesta de sol con la compañía de un amigo o familiar en un parque. Un paseo por la playa en otoño. Una conversación entre amigos tomando un café, mejor si es con los móviles apagados. La lectura de un libro, una canción de Serrat, un concierto de la Banda de Música.

 Y, por supuesto, tener metas, sueños e ilusiones con las que ir tejiendo esa tela que es nuestra propia vida, con las que ir sazonando ese vivir cotidiano, a la par que imaginamos el futuro que apetecemos y el modo de llegar a él. Pero todo eso con el suficiente sosiego y placidez para disfrutar de nuestra vida.

 Por supuesto sé que incluso esos sencillos planes puede resultar complicados agobiados por la hipoteca, por el paro, por las deudas y por todas las políticas que nos agreden. Un buen motivo para que ese futuro que imaginamos sea un futuro, al menos sin la losa que ahora tenemos que soportar. En nuestras manos está. Quedan dos años.