Reconozco que el titular de esta mirada es algo peculiar, pero todos hemos aprendido a leer y escribir con la susodicha frase, que, por otra parte, es una verdad casi universal.
Propongo para los que gusten de títulos más elaborados el de “Encomio de la aportación económica de las mujeres a la economía nacional con su trabajo en el hogar”. Es un hecho evidente que las mujeres han contribuido siempre a la economía con su trabajo en lo que años atrás se llamaba “profesión sus labores”. Siempre ha estado presente el trabajo de la mujer en el cuidado de la casa y prole, trabajo que sólo quien lo ha realizado alguna vez conoce en toda su extensión y que carece de horarios, días festivos, convenio colectivo, sueldo ni ningún otro de los incentivos de los que sí gozan las que compatibilizan el trabajo en el hogar con el trabajo fuera de casa, que hoy por hoy son la mayoría.
En este caso, en el de desempeñar otro trabajo, este retribuido, se puede hablar perfectamente de verdaderas jornadas no ya estajanovistas, sino interminables. Conozco alguna que para estar en su puesto de trabajo a su hora tiene que levantarse a las cinco de la mañana y que acaba su jornada completa, que incluye el cuidado de su familia y casa, lógicamente, en el mejor de los casos a las once de la noche y no creo que sea ni mucho menos una excepción. Naturalmente en estos casos se cuenta con el apoyo de, otra vez, las madres, ahora abuelas, que colaboran como pueden al cuidado de los niños.
Porque, esta es otra, se ve con total normalidad que una mujer que das su ocho horas de trabajo fuera de casa, al llegar al cálido hogar tenga que dar de comer a los niño, por ejemplo, poner la lavadora, planchar, atender las necesidades educativas de su progenie que suele ser una carga adicional poco tenida en cuenta etc., etc.; por el contrario se entiende también razonable que el marido y padre de esa progenie al llegar a casa tras su jornada laboral se dedique en el mejor de los casos a no hacer nada y el peor a “poner en medio”, frase coloquial que creo que no precisa traducción.
Como mucho si sacamos la basura al contenedor o de vez en cuando, ponemos la mesa decimos que “ayudamos en casa”, entendiendo que el trabajo del hogar es de la mujer y nuestra contribución, eso, una ayuda. Y si los hijos de mayor edad han sido correctamente educados en la realidad de que todos comemos, usamos ropa y todo lo demás y que aquí no se escaquea ni Dios, la cosa puede resultar más o menos llevadera” en el caso de que se trate de ninisni (ni estudio, ni trabajo, ni me responsabilizo de mis tareas de la casa) la cosa puede convertirse en un cuadro depresivo sufrido por la madre.
Nunca a lo largo de la historia de esta especie nuestra que se llama a sí misma “sapiens” se ha reconocido de forma alguna la enorme contribución al bienestar de todos que han realizado las mujeres en todos los frentes, que siempre han trabajado en casa y fuera de casa, ni creo que se vaya a reconocer ahora. Yo, a título personal, solo puedo reconocer la deuda que tengo contraída con mi madre y abuelas, que como en el caso de todos, es una deuda impagable.
Dedico esta mirada además de a mi madre, a todas las mujeres que compatibilizan el hogar y el tajo y a las que “sólo” trabajan en casa, por supuesto, también.
En este caso, en el de desempeñar otro trabajo, este retribuido, se puede hablar perfectamente de verdaderas jornadas no ya estajanovistas, sino interminables. Conozco alguna que para estar en su puesto de trabajo a su hora tiene que levantarse a las cinco de la mañana y que acaba su jornada completa, que incluye el cuidado de su familia y casa, lógicamente, en el mejor de los casos a las once de la noche y no creo que sea ni mucho menos una excepción. Naturalmente en estos casos se cuenta con el apoyo de, otra vez, las madres, ahora abuelas, que colaboran como pueden al cuidado de los niños.
Porque, esta es otra, se ve con total normalidad que una mujer que das su ocho horas de trabajo fuera de casa, al llegar al cálido hogar tenga que dar de comer a los niño, por ejemplo, poner la lavadora, planchar, atender las necesidades educativas de su progenie que suele ser una carga adicional poco tenida en cuenta etc., etc.; por el contrario se entiende también razonable que el marido y padre de esa progenie al llegar a casa tras su jornada laboral se dedique en el mejor de los casos a no hacer nada y el peor a “poner en medio”, frase coloquial que creo que no precisa traducción.
Como mucho si sacamos la basura al contenedor o de vez en cuando, ponemos la mesa decimos que “ayudamos en casa”, entendiendo que el trabajo del hogar es de la mujer y nuestra contribución, eso, una ayuda. Y si los hijos de mayor edad han sido correctamente educados en la realidad de que todos comemos, usamos ropa y todo lo demás y que aquí no se escaquea ni Dios, la cosa puede resultar más o menos llevadera” en el caso de que se trate de ninisni (ni estudio, ni trabajo, ni me responsabilizo de mis tareas de la casa) la cosa puede convertirse en un cuadro depresivo sufrido por la madre.
Nunca a lo largo de la historia de esta especie nuestra que se llama a sí misma “sapiens” se ha reconocido de forma alguna la enorme contribución al bienestar de todos que han realizado las mujeres en todos los frentes, que siempre han trabajado en casa y fuera de casa, ni creo que se vaya a reconocer ahora. Yo, a título personal, solo puedo reconocer la deuda que tengo contraída con mi madre y abuelas, que como en el caso de todos, es una deuda impagable.
Dedico esta mirada además de a mi madre, a todas las mujeres que compatibilizan el hogar y el tajo y a las que “sólo” trabajan en casa, por supuesto, también.