En los momentos de bonanza económica (esos paréntesis entre dos crisis) se suele producir el fenómeno de la eclosión de lo que el pueblo, con ese sentido de la precisión lingüística que lo caracteriza, ha dado en llamar “piojos revividos”. Para definir a esta especie acudo a la definición de una buen amiga, Ana Belén Jiménez Rojas, que en su diccionario jameño los ha definido con quirúrgica precisión: “Diccionario jameño de Josefa Rojas. Today: "Piojo revivío".
"Un piojo revivío es aquella persona que nunca ha tenido nada y que de pronto se ve con dinero y poder. Suelen ser advenedizos o gente que se lo ha ganado con su trabajo, pero que luego pretenden olvidar su humilde origen dándose ínfulas y, a ser posible, pisoteando o mirando mal a la gente de baja condición.” (fin de la cita).
Intentar mejorar en todos los aspectos no es sólo lícito sino que parece ser ley de vida. El cambio, la evolución, el intentar maximizar el bienestar es aspiración universal y solo es criticable el olvidar los orígenes humildes y despreciar a quienes no han tenido la ocasión de prosperar. No todo el mundo tiene el santo de cara siempre.
Cuestión aparte es la de los “juguetes rotos”, gente que se define a sí misma con una expresión recurrente: “Con lo que yo he sido”, se trata de la cara opuesta de los piojos revividos, personas que, por una razón u otra ha descendido algunos peldaños en su situación económica, pero aún se permiten despreciar a quienes para ellos son “muertos de hambre”, por lo general todos cuantos no han nacido en cunas principales si no humildes. Como si el hecho de haber nacido en una u otra tuviese algo que ver con el trabajo, el esfuerzo o cualquier otra circunstancia meritoria. Si el piojo revivido tiene el evidente mérito de haber ascendido gracias a su esfuerzo, tesón, y constancia, el juguete roto presume de pasadas grandezas en las que poco ha tenido que ver como es el nacimiento en una familia acomodada o la buena formación que este trae consigo, que aunada con influencias y otros poderosos auxiliadores de la suerte, (como el dinero y el poder) es evidente que facilitan el buscar acomodo a quien, de partida, nace con la vida medio resuelta.
Por lo general el revivido suele ocasionar un cierto enojo, las más de las veces mezclado con cierta ironía; el dicho “si quieres ver quien es Juanillo, dale un carguillo”, le cuadra perfectamente; por lo que se refiere al juguete roto causa unas veces cierta conmiseración y otras abierta irritación según el modo de afrontar la caída que tenga. Ciertamente acostumbrarse a los bueno, cuando se ha conocido lo malo, cuesta poco trabajo. Amoldarse a un sueldo modesto o una vida de menor confort cuando se ha disfrutado el lujo, imagino que debe de ser bastante más difícil. Aclaro para que no queden dudas que yo nunca he conocido ni lujos, ni esplendores, ni como, ese personaje de “Tiempos difíciles de Dickens, he comido “sopa de tortuga con cuchara de plata”, con lo cual aquí escribo de oídas.
Y sin embargo el perdedor, el juguete roto, el que ha conocido tiempos mejores y vivido esplendores sí posee un buen fondo, mejora como persona con el cambio, porque le otorga un conocimiento de la vida real del que carecía y toma la vida con la filosofía que da saber que nada hay que dure eternamente, que todo está sujeto a cambio. Ese es el tipo de “que me quiten lo bailado”, frase que ya de por sí resume una actitud ante la vida. Si, por el contrario, quien baja de condición es de naturaleza mezquina (falta de nobleza de espíritu), el descenso lo empeora porque a la mezquindad se le suma el resentimiento contra la vida y el mundo en general. Es entonces cuando “los muertos de hambre”, los “pero... ¡quién se ha creído que es!” surgen ante el menor intento por parte de “un inferior” de “darme lecciones a mi”.
También en estos casos, como en el del “malfondinga prepotentis” de la pasada semana conviene ejercer la paciencia y, sobre todo, una buena dosis de humor, de buen humor, que es mano de santo para casi cualquier situación de la vida en la que tengamos que coincidir con piojos revividos o juguetes rotos dispuestos a hacernos ver nuestra baja condición y humilde cuna.
Intentar mejorar en todos los aspectos no es sólo lícito sino que parece ser ley de vida. El cambio, la evolución, el intentar maximizar el bienestar es aspiración universal y solo es criticable el olvidar los orígenes humildes y despreciar a quienes no han tenido la ocasión de prosperar. No todo el mundo tiene el santo de cara siempre.
Cuestión aparte es la de los “juguetes rotos”, gente que se define a sí misma con una expresión recurrente: “Con lo que yo he sido”, se trata de la cara opuesta de los piojos revividos, personas que, por una razón u otra ha descendido algunos peldaños en su situación económica, pero aún se permiten despreciar a quienes para ellos son “muertos de hambre”, por lo general todos cuantos no han nacido en cunas principales si no humildes. Como si el hecho de haber nacido en una u otra tuviese algo que ver con el trabajo, el esfuerzo o cualquier otra circunstancia meritoria. Si el piojo revivido tiene el evidente mérito de haber ascendido gracias a su esfuerzo, tesón, y constancia, el juguete roto presume de pasadas grandezas en las que poco ha tenido que ver como es el nacimiento en una familia acomodada o la buena formación que este trae consigo, que aunada con influencias y otros poderosos auxiliadores de la suerte, (como el dinero y el poder) es evidente que facilitan el buscar acomodo a quien, de partida, nace con la vida medio resuelta.
Por lo general el revivido suele ocasionar un cierto enojo, las más de las veces mezclado con cierta ironía; el dicho “si quieres ver quien es Juanillo, dale un carguillo”, le cuadra perfectamente; por lo que se refiere al juguete roto causa unas veces cierta conmiseración y otras abierta irritación según el modo de afrontar la caída que tenga. Ciertamente acostumbrarse a los bueno, cuando se ha conocido lo malo, cuesta poco trabajo. Amoldarse a un sueldo modesto o una vida de menor confort cuando se ha disfrutado el lujo, imagino que debe de ser bastante más difícil. Aclaro para que no queden dudas que yo nunca he conocido ni lujos, ni esplendores, ni como, ese personaje de “Tiempos difíciles de Dickens, he comido “sopa de tortuga con cuchara de plata”, con lo cual aquí escribo de oídas.
Y sin embargo el perdedor, el juguete roto, el que ha conocido tiempos mejores y vivido esplendores sí posee un buen fondo, mejora como persona con el cambio, porque le otorga un conocimiento de la vida real del que carecía y toma la vida con la filosofía que da saber que nada hay que dure eternamente, que todo está sujeto a cambio. Ese es el tipo de “que me quiten lo bailado”, frase que ya de por sí resume una actitud ante la vida. Si, por el contrario, quien baja de condición es de naturaleza mezquina (falta de nobleza de espíritu), el descenso lo empeora porque a la mezquindad se le suma el resentimiento contra la vida y el mundo en general. Es entonces cuando “los muertos de hambre”, los “pero... ¡quién se ha creído que es!” surgen ante el menor intento por parte de “un inferior” de “darme lecciones a mi”.
También en estos casos, como en el del “malfondinga prepotentis” de la pasada semana conviene ejercer la paciencia y, sobre todo, una buena dosis de humor, de buen humor, que es mano de santo para casi cualquier situación de la vida en la que tengamos que coincidir con piojos revividos o juguetes rotos dispuestos a hacernos ver nuestra baja condición y humilde cuna.