Suele leerse y escucharse en estos tiempos que con trabajo, sacrificio, esfuerzo y austeridad saldremos de esta crisis financiera. Y me propongo reflexionar hoy, precisamente sobre trabajo, esfuerzo y austeridad.
En otra miradas mías ya he insistido en que el trabajo, lejos de ser el castigo que pretende el catolicismo, o el camino salvífico de los calvinistas, es la manera de adecuar la naturaleza a estas necesidades nuestras de comer, tener un techo y vestir, ente otras cosas. La naturaleza nos ha dado la vida, pero casi nada más, lo otro lo hemos tenido que ir poniendo nosotros a base de trabajo y cultura. Pero de esto solo hace unos nueve mil años, antes de la aparición de la revolución neolítica, nos iba más o menos bien como recolectores-cazadores, ocupación que nuestra especie desempeño a lo largo de aproximadamente el noventa por ciento de nuestra historia.
Quedan aún pueblos en la edad del paleolítico a los que, siempre que nosotros los dejemos en paz, les va medianamente bien; al menos viven sin sobresaltos derivados de las pretensiones de la directora del Fondo Monetario Internacional, a la que seguro que ni conocen. Y permitan sus dioses, sean los que sean, que sigan largos años sin conocerla.
Pero a nosotros nos ha tocado estar aquí y ahora con sus ventajas evidentes y sus desventajas también evidentes; una de ellas, tal vez la peor, es la de que el desempleo es cada vez más elevado y no parece que con las políticas que se están aplicando tenga la cosa aspecto de mejorar en un futuro, más o menos inmediato. Trabajar más tal vez no sea la solución sino trabajar menos, menos horas, menos días para que podamos trabajar todos. Ya sé que esto puede parecer ilusorio y una tontería propia de un lego en cuestiones económicas, pero la reforma laboral se nos presentó como el remedio para el desempleo y, según los últimos datos, este sigue creciendo.
Trabajar un poco cada uno de nosotros para repartir el trabajo que hay, porque lo de crecer, crear nuevos yacimientos de trabajo y crear empleo, me da a mí que está aún lejos. Incluso podríamos plantearnos si los cada vez más escasos recursos del planeta dan para mucho crecimiento. Deberíamos en ir pensando en gestionar los recursos de que disponemos, que son de la humanidad entera, no de la parte acomodada, para que satisfagan las necesidades de la totalidad de los habitantes de este viejo planeta. Trabajar menos, renunciar a cambio a un parte del sueldo para disfrutar de más tiempo libre para la familia, los amigos, el ocio creativo, el estudio; consumir menos, generar menos desperdicios. Nada de lo apuntado es imposible, y, como ya hemos probado todas las recetas que vienen de los mercados y no dan resultado, podríamos probar lo otro.
La receta es bastante sencilla, en palabras de José Luis Sampedro la alternativa es “ser mejores en vez de tener más cosas”, merece la pena reflexionar sobre ello. Se trata de vivir para disfrutar, conocer, explorar; no para dejarnos enredar en la trampa del consumismo, otra forma de vivir es posible.