Mitad monjes, mitad soldados, viriles, recios y raciales; así quería el régimen de Franco a los hombres españoles; a las mujeres, con la pata quebrada y en casa. Pero todos uniformemente iguales en la grisura. Nada de destacarse ni diferenciarse.
Y sin embargo nada menos cierto que afirmar que todo somos iguales: Nacen hombres y mujeres, gordos, delgados, inteligentes, genios, menos inteligentes, sanos, enfermos, príncipes, mendigos; el nacimiento es un acto azaroso en el cual no nos cabe elección alguna a los que al mundo venimos.
Si el trabajo debe adecuar el entorno a nuestras necesidades, la acción política debe legislar, educar y actuar de manera que el nacimiento y sus diferentes circunstancias no supongan especial desventaja para nadie, todos somos iguales ante la ley. O deberíamos serlo, que aquí hay demasiada diferencia entre el ser y el deber ser. Con todo en estos años mucho hemos cambiado también nosotros como sociedad y la actual sociedad alhameña es bastante más respetuosa con las diferencias que hace unos años, años en los cuales ser homosexual, por ejemplo, suponía un problema considerable o los que teníamos familiares con alguna discapacidad, teníamos que soportar compasiones no solicitadas.
Cierto que se ha avanzado bastante en estas cuestiones; pero todavía es mucho lo que queda por avanzar hacia una sociedad en la cual el nacimiento no suponga privilegios escandalosos para unos y desgracia y sufrimientos para otros. Y para que eso no suceda es necesario recortar mucho todavía: Privilegios de nacimiento, subvenciones a casas ducales, ganancias escandalosas de los grandes bancos y toda suerte de caudales públicos destinados a sufragar gente de poco sudar y mucho dilapidar que, curiosamente, son los más fervorosos recomendadores del trabajo, ajeno, por supuesto, y del apretarse el cinturón, para los demás, a los afectados por los recortes en la ley de dependencia, por ejemplo.
Luego está la cuestión de la educación que debe alentar el respeto hacia los demás en aquello que los singularice, ideas, religiones, culturas, aspecto físico, estado de salud, nivel intelectual. Como dije al principio, casi nada de eso se elige al nacer, nos viene impuesto por los genes, la historia y la geografía. Todos diferentes, pero todos iguales en derechos, oportunidades y disfrute de la vida y sus posibilidades. Reclamo una sociedad en la cual nadie pueda nacer príncipe ni mendigo y en la cual todos, independientemente de las circunstancias de su nacimiento, puedan vivir dignamente con sus diferencias, pero sin desigualdades.