La primavera, que los griegos sobrados de poesía personificaban en el mito de Proserpina, ha llegado un año más a reiniciar el ciclo de la vida, allá donde lo dejó el año pasado.
Entre todas las cosas que trae consigo esta estación, buenas unas, malas otras, está el buen tiempo que invita a salir a la calle a callejear, a tomar calles, plazas y avenidas como nuestras que son y disfrutar del aire, el sol y el paisaje y de las terrazas en las que sentarse a tomar algo fresquito y ver pasar la vida, que no es mal ejercicio para un rato de ocio.
Poco le importa a la primavera el paso de los años, los que abarcan mis miradas y los que no abarcan; ella sigue fiel a si misma sin cambios aparentes un año tras otro; si queremos mejorar lo que ya tenemos o alcanzar lo que no tenemos nos toca a nosotros ponernos a la labor de salir a la calle, esta vez no a callejear, sino a reclamar pacíficamente y legalmente todo aquello que consideremos que es nuestro derecho. Es una tarea continua, que exige tiempo constancia y esfuerzo y entregarse a ella casi a diario.
La calle, el espacio público donde las gentes mediterráneas pasamos la mayor parte de nuestro tiempo es mucho más que un lugar de paso, ocio o recreo; es nuestro parlamento, nuestra sede y el sitio donde nuestras reivindicaciones deben tener lugar siempre desde el más exquisito respeto a las leyes, al civismo y a los demás.
Votar es esencial en la democracia, un sistema que no hizo nuestros sueños realidad, pero que terminó con nuestras pesadillas; pero no basta con votar y luego quejarnos de lo que pasa, es necesario ejercer todos los derechos que consagra nuestra constitución, el de reunión, de manifestación, el de asociación y ser activamente demócratas todos los días y no únicamente en tiempo de campaña electoral.
Aquí está nuevamente la primavera aprovechémosla para disfrutar intensamente de la calle y todas sus posibilidades, ya lo dijo el maestro Labordeta " a callejear, que la calle es tuya y de nadie más".