De todos los lugares de nuestro pueblo en los que es posible llevar a cavo el siempre sano y recomendable acto de pasear, el que más frecuento de mañana es el Paseo del Cisne, entre otras razones porque es lugar de paso casi obligado para dirigirme a atender mis obligaciones. Reconozco que este casi nuevo paseo es más amplio y cómodo y se limpia y barre mucho mejor; pero por una vez sucumbo a la nostalgia y me permito echar de menos aquel otro paseo con sus setos que separaban los distintos paseos, sus bancos de piedra y sus “carillos” en los que era posible comprar golosinas, chucherías, cigarrillos sueltos y, recuerdo, hasta libros. Y su futbolín. Aclaro para quien lo ignore que “carrillo” es el nombre que aquí reciben los quioscos.
No es que añore el paseo en si, tal vez lo que añore sean aquellos años de mi primera juventud en los cuales el paseo era el lugar en el que nos encontrábamos todos por la tarde, y los fines de semana casi a todas horas sin otro motivo que el de estar juntos, pasear y charlar estirando lo más posible nuestros escasos presupuestos para gastos diarios…
Pero claro, eso era porque por la época aun no habían teléfonos móviles, ni conexión a internet, ni casi ordenadores personales que hoy facilitan a través de las redes sociales y la mensajería instantánea el estar comunicado con el grupo o pandilla a desde la comodidad de la propia habitación, con lo cual, en el fondo también en eso hemos mejorado.
También es cierto que los jóvenes se siguen juntando y reuniendo, solo que ahora lo hacen en la zona que a falta de saber su nombre oficial, llamaré la Plaza de la Liebre, para que me entiendan, aprovechando la cercanía de una tienda de chucherías y golosinas, regentada por unos alameños de Colombia. Los de Alhama, , nacen donde les da la gana…
Lo que no ha cambiado nada es que los paseos, avenidas, plazas y jardines son territorio de viejos, niños y parados, no en vano a los que carecían de, puesto o no se empleaban en alguna ocupación útil u honesta (la definición es de la academia), se les llamaba, paseantes en cortes. Lo malo es que de ese trió, viejos, niños y parados estos últimos si no se ocupan en algo útil u honesto no es, precisamente por su culpa ni por falta de ganas.
Y es que el pasear, ha sido siempre asociado al ocio, al tener tiempo libre para poder gozar de andar placenteramente; pero una cosa es el ocio, que es un derecho esencial e irrenunciable y otra muy distinta el estar sin nada que hacer y sin los ingresos mínimos necesarios para vivir con decoro.