Hasta ahora nunca había tenido dudas de ningún tipo.
Estaba convencido de mi españolidad, estoy inscrito en el Registro civil, en mi DNI, bien claramente pone España, me expreso en el idioma en el que escribieron Cervantes, Miguel de Unamuno, Gloria Fuertes, Jorge Luis Borges, Mario Benedetti…creo, en resumen, poder acreditar mi nacionalidad española donde sea necesario. Tal vez, solo tal vez , no sea lo suficientemente viril, racial e hispano, al estilo de Abascal, por ejemplo, pero nadie es perfecto.
Pero los últimos sucesos en la poesía (esto es un chiste privado entre mi hermano y yo, que alude a una canción de ese poeta con guitarra que es Silvio Rodríguez) me hacen dudar de si es posible ser español sin que te guste el fútbol. Sin envolverte en la bicolor y vibrar con cada gol de esos héroes que nos han llevado a lo más alto y cuyos nombres ignoro. Sí, incluso para citar al más joven de todos tendría que mirarlo y me da mucha pereza.
...últimamente el mundo taurino está lleno de “señoros”
Tampoco me gustan los toros, aunque he de reconocer que esto ha sido tras una larga reflexión conmigo mismo. Y me alegro, porque últimamente el mundo taurino está lleno de “señoros” muy “stupendos”, al modo forgiano lo escribo, cuyos puntos de vista respeto pero me incomodan profundamente. El flamenco y algunas coplas sí me siguen gustando tanto el más puro y antiguo como el de las hermanas Fernanda y Bernarda de Utrera, como las más actuales, como Ángeles Toledano, María Terremoto o Sandra Carrasco.
Continúo con mi duda existencial de si tengo derecho a llamarme español sin que me guste el fútbol, ni sin ser seguidor ni siquiera del Granada. Abochornado y contrito lo escribo: las evoluciones sobre el césped de personas, ya hombres ya mujeres, persiguiendo a un humilde e indefenso balón para patearlo salvajemente me provocan únicamente aburrimiento.
Y ya puestos a confesar, confieso que tampoco me gusta la monarquía, no es la primera vez que lo escribo, pero la acato por imperativo legal. Como tampoco me gusta nada, pero es que nada, el afán con el que algunos hablan de “mi país”, como si tuviesen las escrituras del mismo y se arrogan el derecho a otorgar la nacionalidad o no con criterios cromáticos y crematísticos: Tú, negro sin capital y no figura del balompié, no eres español porque lo digo yo; tú simpático morenito forrado y goleador con La Roja, eres todo lo español que quieras o más.
Las costumbres no son de obligado cumplimiento
Tampoco me gusta que algunos recuerden que España es un país católico y que los que vienen aquí tienen que adaptarse a nuestras costumbres o irse a su país. No sé si los que así opinan cumplen con todas su obligaciones fiscales, supongo que sí. Es decir que cumplen con las leyes que son las que obligan a todos, españoles o no. Las costumbres no son de obligado cumplimiento.
Podría continuar desgranando el rosario de las cosas que no me gustan de este país, que es el que habito y quiero.
Me contesto yo mismo a mi mismo que sí se puede ser español futbófobo, republicano, agnóstico, diabético y bético platónico por solidaridad con mi amigo y compañero seguidor del Betis, Alfredo. Sí, no me gusta el fútbol pero soy bético diabético, ¿Pasa algo?