Desde la cueva de “Larangután·”

Fatigará en vano el lector mapas, atlas y enciclopedias intentando encontrar el lugar en el que se encuentra la cueva de “Larangután”.

 Sólo los más viejos del lugar, que aún conserven alguna memoria en buen estado lograrán atisbar la leyenda del orangután de la Cueva de la Mujer, si es que no es invención de mi fatigada memoria el sutil detalle del orangután, o si no fue travesura y divertimento de mi padre para entretener nuestros ocios. Pero esta cueva de “Larangután” es lugar ficticio; no diré que similar a Vetusta, Región o Macondo porque no alcanza mi osadía e idiotez a compararme con Leopoldo Alas Clarín, Juan Benet ni García Márquez, pero ficticio, a fin de cuentas, inexistente y personal, es. Lo diré de una buena vez, el lugar al que me retiro cuando mis ataques de misantropía son especialmente virulentos y la sola idea de tener que tratar con personas, animales o inteligencias artificiales me provoca toda suerte de reacciones desagradables, desde prurito en los lugares más impropios para rascarse, hasta el vivo deseo de comer, beber y fumar cosas que mi salud no me permite.

...mis habilidades sociales no dan para aguantar el trato con según qué gente (la lista de esa “según que gente” es  amplísima...

 En tales momentos en los cuales creo que estoy de más en este mundo, o, por mejor decir, que mis habilidades sociales no dan para aguantar el trato con según qué gente (la lista de esa “según que gente” es  amplísima y en ella figuran destacadas personalidades de la cultura, el arte, el deporte, la música, sin que falten políticos, periodistas y otras gentes del siglo, de este y de siglos pasados y pretéritos, puesto que en ella se incluyen al menos un filósofo hispano, un político y orador italiano y otras gentes dignas de todo estudio, pero no respeto, al menos por mi parte). Y es el caso, que esa gente me agrede casi a diario desde las redes sociales, con la pila de siglos que llevan muertos los tipos, y aún tienen la capacidad de dar por saco, al menos a mí.



 En fin, decía que cuando me pongo más hosco, intratable, malafollá, grosero y maleducado de lo normal tiendo a retirarme a ese refugio de la cueva de “Larangután” y allí rodeado de gentes que me son gratas, aunque no siempre afines, la lista incluye a dos militares romanos de mucho prestigio y un gladiador tracio al que todos recordamos con el aspecto de un actor muy conocido con el nombre de Kirk Douglas. Rodeado de estas gentes y otras, tanto ficticias como reales, me dedico a la contemplación, el estudio, la lectura, el tai-chi de la espada y otras formas de canalizar y expulsar la violencia y la negatividad tan destructivas y enemigas de la calma, el sosiego y la paz mental que creo que deben presidir una vida razonable y buena.

...un modo de homenaje a mi padre al cual debo tantos y tantos conocimientos de “su Alhama”...

 Por supuesto esta cueva de “Larangután”, al ser un espacio mental no es un lugar subterráneo y oscuro necesariamente y puede ser un “tablinum”, un jardín inglés, o cualquier descampado de la Barcelona de mi infancia, perdidas ya las dos, pero presentes en mi memoria, como lugares en los que a ratos fui feliz.

 Lo de llamar cueva de “Larangután” a ese “locus amoenus” al que suelo retirarme cuando lo necesito es más un modo de homenaje a mi padre al cual debo tantos y tantos conocimientos de “su Alhama”, una Alhama en la que fue feliz porque fue joven. Una Alhama de campos de trigo, de surcos, gañanes, carnavales y ferias. Una Alhama que desde la nostalgia del exiliado económico tuvo presente cada día de su vida hasta conseguir el sueño del retorno a Alhama. Tal vez ya no era su Alhama, pero continuaba siendo Alhama.

 Él, junto a mi madre, qué duda cabe, me inculcaron el amor por esta tierra. Con sus virtudes, sus defectos y con esa Cueva de la Mujer, pero sin Orangután...o sí. No se sabe.