Bibliotecas e ideología

Se sorprende el magnífico escritor Arturo Pérez Reverte de que haya quien tenga ideología, pero no biblioteca.

 Parece dar a entender que es preciso el estudio y la lectura para llegar a formar una ideología propia o seguir la de otros con cierta soltura. No seré yo quien discuta que tener una biblioteca no molesta en absoluto para formarse una idea más o menos cabal de cómo funciona el mundo, mal generalmente, y como debería funcionar (ponga aquí el lector su solución preferida). Pero también es bastante cierto que existen un gran número de eso que se da en llamar “tontos leídos”, que generalmente son más peligrosos que los iletrados: Antivacunas que han leido un libro que dice que son malas. Terraplanistas y creacionistas que se fundamentan en sus libros sagrados, novelistas de mucho renombre a quienes les parece que la gente que no vota a quien ellos lo hacen se equivocan o votan mal, periodistas que se lamentan que el pobre emérito tenga que emigrar o que tenga que vivir en un lugar tan horrible como Dubái en vez de un una aristocrática mansión de la Riviera Francesa, gente que se supone que ha estudiado periodismo y da por supuesto que a los lectores nos interesa lo que opinan cocineros sobre cualquier cosa, de la pandemia al derecho al aborto en Estados Unidos. El mundo de la gente con libros, o que debería tenerlos es amplio y variado, como lo son las bibliotecas.

Dos libros que critican a las religiones establecidas y que forman la base sentimental de nuestra biblioteca

 Mi hermano y socio de sección y este escribidor heredamos de nuestro padre dos libros, de los cuales nos habló en varias ocasiones. Pero que nunca tuvimos, hasta fechas relativamente recientes. Dos libros que critican a las religiones establecidas y que forman la base sentimental de nuestra biblioteca, uno es “Las Ruinas de Palmira” del Conde de Volney, el otro es “La Religión al alcance de todos” de Rogelio Herques Ibarreta. Luego nos compró, ya lo he escrito, una enciclopedia, que aún conservamos como un tesoro.

 No necesitó nuestro padre una gran biblioteca para llegar a la conclusión de que el trabajador debe luchar por sus derechos y su dignidad y que, para que la lucha sea efectiva, ha de desempeñar su trabajo lo mejor posible, sabedor de que “el peón de mañana se gana hoy”, frase que oyó de nuestro abuelo. La lucha por los derechos, por la dignidad de las personas, de todas las personas es algo que nos inculcó nuestro padre y que no he necesitado validar en ningún libro.

No todo está en los libros, porque hay cosas que se deben aprender con el azadón, el pico o la hoz en las manos o haciendo cuentas para sacar a tus niños adelante con un jornal siempre por debajo...

 Y dicho todo lo anterior reivindico los los libros, las bibliotecas y la lectura, pero no como modo de aumentar el saber, que también, si no como uso lúdico, terapéutico, como diversión y placer y nunca como obligación o por pensar que leer te hace, me hace o nos hace mejores; o no leer nos hace peores. Leer de todo y de todos, leer alegremente, disfrutar de las novelas románticas de Corín Tellado o de las obras ¿pornográficas? de Sade, empuñar un gladio al lado de tus compañeros legionarios con Santiago Posteguillo, sumergirse en lo peor de los bajos fondos, o no tan bajos, acompañando al inspector Méndez por la Barcelona más arrabalera, quedarse ojiplático ante el comportamiento de las partículas elementales. No todo está en los libros, porque hay cosas que se deben aprender con el azadón, el pico o la hoz en las manos o haciendo cuentas para sacar a tus niños adelante con un jornal siempre por debajo del precio de los garbanzos, la leche y el pan. Hay cosas que, si sólo se saben de modo libresco, no se saben.

 No todo está en los libros, pero sí hay en ellos muchas cosas a disfrutar; pero ningún libro ni ninguna biblioteca me va a mover ni un milímetro de las posturas de defensa de la dignidad de las personas, independientemente de su situación económica, linaje o clase social. Pocas veces juzgo a nadie, pero cuando lo hago, siempre es por sus actos.

Y, por cierto, me encantan algunas de las novelas de Alatriste, aunque no me iría de vinos ni con el capitán ni con su colega Quevedo, por mucho que haya disfrutado y disfrute con el poeta. Más que nada porque la cosa podría acabar a espadazos y yo ya no tengo edad para según qué cosas.