Me estoy refiriendo, claro está, a las “Nanas de la cebolla” de Miguel Hernández”.
Amplio y variado es el poemario de Miguel, desde poemas de amor a poemas combativos, pero en mi opinión las “Nanas de la cebolla” es su mejor poesía y una de las mejores de toda la poesía española. Y no me atrevo a decir la mejor porque para eso tendría que haber leído todas las poesías que se han escrito en nuestro idioma, lo que, obviamente, no he hecho.
Miguel escribió las nanas después de recibir carta de Josefina, su mujer, en la que le contaba que no comía más que pan y cebolla. Lejos de venirse abajo, es capaz de escribir esas estrofas de excepcional belleza. ¡Qué gran fuerza! Que fuerza moral y mental la del oriolano, cuya salud física ya estaba quebrantada.
Imaginando la risa de su hijo, al que apenas conoció, escribe que su risa le hace libre. Los muros encierran su cuerpo, pero no su mente.
Ante la dureza y miseria de la dictadura, ante las penurias de quien tiene que subsistir con tan magra dieta, Miguel convierte la cebolla, hortaliza necesaria para tantos de nuestros platos, pero insuficiente cuando es casi lo único que hay, en flores verbales, en versos inmortales.
Leía estos días en un artículo de Marius Carol que “Abascal sabe adónde va, lo que no queda tan claro es que sus seguidores sepan adónde los lleva”.
A pesar de todos los errores, creo que hay que tener claro que todo lo que han progresado los trabajadores a lo largo de la historia ha sido por la lucha de las gentes de izquierda.
Así que, que cada uno tenga en cuenta quien te va a pagar flores con flores y quien te va a dar a cambio cosas poco gratas. Los versos de Miguel siempre son flores.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Firma invitada: Prudencio Gordo Villarraso.