La mirada de las cosas perdidas



Me paro a pensar en que a lo largo de estos años en los que he vivido en Alhama se han perdido algunas cosas.

 
 Tal vez no sean perdidas desastrosas, sólo la perdida de las personas queridas, o no, es irreparable; pero no dejan de tener un cierto aire de derrota, un sabor a nostalgia antigua.

 En primer lugar, está la nostalgia que como oyente y como “radiero” aficionado siento al no poder escuchar Radio Alhama, que se fue, que nos robaron, mejor dicho, y ahí sigue, presente en casi todos los que en su momento fuimos una gran familia. Y no es un tópico. Lo fuimos. Sigue presente en el recuerdo y la nostalgia, pero dolorosamente ausente de las ondas, mucho más, de la presencia en nuestro pueblo, de las instalaciones de esa emisora ante cuyos micrófonos, mesa de mezclas y otros artefactos de emitir fuimos tan felices. No sé si entonces lo sabíamos, pero lo fuimos.




 Antes o después de la colaboración de cada uno, de echar el rato en la radio (que fue una auténtica casa de cultura y de la juventud) no sólo ante el micro o la mesa de mezclas cuando le tocaba a cada uno, sino en animadas tertulias antes y después, era obligado pasar por un bar a tomar algo. Ese tomar algo implicaba mucho más que beber o fumar. Era toda una cultura del terraceo, antes de que Ayuso descubriese las cañitas y el terraceo, los alhameños ya sabíamos vivir la noche alhameña veraniega en los muchos bares que había en La Placeta, en la Plaza Duque de Mandas y en la Carretera de Granada. No daré nombres, para no olvidar ninguno, pero aún recuerdo el tiempo en el que casi no podía ir de la radio a mi casa o de mi casa a la radio sin tener la tentadora presencia de un bar en el que remojar la garganta y matar el gusanillo cada pocos metros. No es que falten “abrevaderos”, pero la edad provecta me incita a añorar los de la juventud.

 Y ya metidos en evocaciones y recuerdos de un tiempo pasado, pero no necesariamente mejor, echo también de menos los tiempos en los que, de ser necesario, los “vigiles urbani” de la ley, el orden y el socorro de los de ellos necesitados, acudían casi a todas horas del día o de la noche.

 Pero eso ya en mis recordaciones, puesto que no todos los escenarios de mi juventud han desaparecido, yéndose a ese lugar que la memoria nos hace parecer más bellos y mejores. Queda uno de esos sitios que solía frecuentar y aún sigo frecuentando y no es otro que la Librería Ruiz, librería, librera y yo hemos compartido las últimas décadas; entrando en una nueva etapa en el caso de la librería, que como hace poco anunciaba desde estas mismas páginas Prudencio Gordo, ha relanzado su web al servicio de quienes faltos de tiempo en Alhama o desde fuera de ella prefieren acudir a la compra en línea de libros, juguetes, papelería, artículos de oficina y demás efectos en tales tiendas encontrables.



 Afortunadamente parece que la pandemia está remitiendo y dentro de poco, los dioses tutelares de cada uno lo quieran, podremos retornar a la vida en la calle, a terracear y saludarnos con besos y abrazos, a sonreír abiertamente y a dedicar un rato o dos a mirar escaparates, entrar en la librería a mirar y tocar libros físicos, que tienen el tacto y el aroma, eso no ha cambiado, no, de aquellos libros que ahora me acompañan en este mismo momento en el que escribo desde las baldas de mis estantes.

 Y después, con un libro bajo el brazo disponerme a tomar algo en cualquiera de los bares de Alhama, que no sólo de libros vive el hombre. También se necesitan momentos de placidez y disfrute que, con el paso del tiempo, se conviertan en esa clase de recursos que ponen una sonrisa en los labios. Sonrisas con cara de gente amiga, las mejores.