Esa es mi exacta razón para ser feminista.
Hombre y feminista; en defensa propia. También por mi madre, y por mis amigas, y por las hermanas de mi madre, y por las madres de mis amigos. Por todas las mujeres.
Pero, sobre todo, porque exijo mi derecho a no encajar exactamente en el molde del hombre que me proponen, que me han propuesto desde mi infancia. No quiero ser competitivo, no quiero hacer muescas en mi “pistola”, para luego contar mis hazañas en reuniones de hombres con dos copas de más. No me gusta el futbol, ni casi ningún deporte, no me gustan los coches ni las motos. No quiero hablar de mujeres, quiero hablar con mujeres.
Hay muy pocas cosas del mundo masculino que me atraigan. Más bien me aburre el rol de macho excretor de testosterona, siempre dispuesto a beber más que nadie, trabajar más que nadie y “amar” más que nadie, he escrito “amar”, pero el avisado lector sabrá traducir el verbo fácilmente. La eterna pose del hombre perfecto; tal vez un ratito, de vez en cuando resulte divertido, pero como plan de vida, como forma de ir por el mundo continuamente resulta, a mí al menos, me resulta entre ridículo y cansado.
Me siento cómodo ejerciendo la ternura, demostrando mis sentimientos a la gente que creo que lo merece, disfrutando más de una novela que de un partido de futbol. Esa visión choca con la otra mucho más ¿masculina? del mundo en el cual los hombres no lloran, no son vulnerables y tienen siempre el control, sobre todo.
Y como creo que todos los hombres, si les apetece, deberían poder decir alto y claro que dudar, sentir, tener debilidades no les hace menos viriles o masculinos, sino más. Porque les permite explotar posibilidades o sentimiento que de otra forma permanecen reprimidos. Como creo todo eso, me solidarizo con las feministas que quieren, simplemente, que hombre y mujeres disfruten de los mismos derechos sueldos y posibilidades de elegir qué tipo de vida quieren para sí mismas, sin que tengan que contar con la aceptación paternalista de los hombres. Del mismo modo que yo no busco la aceptación o la tolerancia de nadie por pensar como pienso o sentir lo que siento. No me aceptéis, no me respetéis, incluso si os place reíros de mí y llamadme lo que os venga a la cabeza. Seguramente lo que pienso yo de vosotros es mucho peor que lo que vosotros podáis llegar a pensar de mí.
No voy a contar lo que escribió Gregorio Marañón del mito de Don Juan, porque no suelo citar autores franquistas, pero no está muy lejos del dicho, dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. (Para quien desee profundizar ahí esta Google).
En definitiva y para concluir, reitero que el mundo masculino en el que me he criado ofrece algunas posibilidades, pero a mí me traba para ser como quiero ser y busco, junto a las mujeres y otros hombres feministas un mundo en el que todos tengamos cabida y podamos vivir de la forma que nos apetece en igualdad de condiciones y sin tener que pedir ni permiso ni perdón por ello.
No es únicamente una cuestión de solidaridad con las mujeres o de justicia, es, también, una cuestión de defensa propia.
No es únicamente una cuestión de solidaridad con las mujeres o de justicia, es, también, una cuestión de defensa propia.