Formada por gente a la que ni usted ni yo invitaríamos nunca a nuestra casa.
Y, mucho menos se la presentaríamos a nuestros seres queridos. Y, sin embargo, ahí en las baldas de mis estanterías reposan obras de ese tipo de gente poco recomendable: Asaltadores a mano armada (Chester Himes, Chuck Berry) pervertidos sexuales (Sade, Masoch) alcohólicos no precisamente anónimos (prácticamente todos los mejores autores de novela negra americana), rufianes, supuestos rufianes (Cervantes) y el peor de todos ellos que de una sola tacada era misógino, antisemita, xenófobo, homófobo y, posiblemente maloliente (Quevedo). Solamente hay un autor de mucho renombre al que expulsé de mi biblioteca arrojándolo a la basura. Confesó que había violado a una mujer (Pablo Neruda).
Todos los demás ahí van a continuar en mis estanterías, compartiendo mis ocios y ofreciéndome aquello por lo que elegí cada título, sin fijarme mucho en el sexo, la filiación política ni las preferencias sexuales de nadie, sino más bien, qué historia o historias me cuentan o qué rama de la ignorancia, de mi ignorancia, vienen a podar, para que en su lugar nazca el brote de un nuevo conocimiento, nuevo para mí, por supuesto. Yo mismo soy el primero en reconocer que la anterior frase ha quedado, me ha quedado, bastante cursi, pero es lo que hay, es lo que ha brotado y ahí se queda.
De todos los autores que he citado al principio tengo recuerdos, sé decir dónde compré “Por amor a Inmabell” de Chester Himes o el profundo desagrado que me provocan los discursos de los libertinos de Sade, que es lo más pornográfico de su obra. Y que por cierto se parecen muchísimo a los discursos de mucha gente de extrema derecha de nuestro país. Sé también perfectamente cual es el soneto de Quevedo que me hubiera gustado escribir, de tener que escoger únicamente uno.
No es esto una defensa de nadie porque a esa gente no le hace falta defensa, ahí están sus obras para hablar por ellos. Pretende ser más bien una defensa del sentido común y una suave queja, espero que elegantemente expresada, sobre eso que se ha dado en llamar la corrección política, lo políticamente correcto, que, a poco que se mire, no deja de ser una nueva forma de censura o una manipulación del lenguaje. No es adornando el lenguaje como vamos a resolver los problemas de las gentes oprimidas, excluidas y sufrientes de este planeta. Que no son, y lo escribo en buen español, creo que, en buen español, ni los homosexuales de la vieja Europa ni las mujeres de ese mismo privilegiado rincón en el que abarco a todas las tierras en las que se vota, se come, más o menos a diario y se puede criticar a quien uno desee. Casi. Son los homosexuales de otras partes del mundo, Irán, Arabia Saudí, son las mujeres de esos países, son los niños de Yemen los que tienen problemas. Al menos los que viven lo suficiente para tenerlos.
Enredar con tirar o no tirar a Colón son ganas de hacer el idiota, un poco más y escribo “el indio”, que es lo que tiene este idioma en el que intento expresarme, que está lleno de expresiones y modismos de un claro sexismo, racismo y aporofobia:” Hacer el indio, merienda de negros, la mujer y la sartén en la cocina están bien, catetos, gañanes, pueblerinos” (para designar a gente de comportamiento tosco y poco refinado). Y, en fin, todos los sinónimos malsonantes para referirse a lesbianas y homosexuales- No debemos olvidar todo ese bagaje negativo que tiene nuestro idioma ni vamos a poder hacer desaparecer las palabras.
Lo que sí que está en nuestras manos es evitar caer en la forma de pensar que dio lugar a ese lenguaje. O si hemos caído en ella hacer todo lo posible para curarnos, porque el odio a los homosexuales, a los negros, a las mujeres a los pobres, a los extranjeros es natural, perfectamente natural, como la mugre y la bromhidrosis (mal olor del sudor), pero, igual que existe el agua y el jabón, también existe la cultura como forma de evitar comportamientos y situaciones que pueden resultar hirientes y desagradables para los demás. Si, como Quevedo, eres homófobo, misógino, antisemita y xenófobo; y hueles mal, una de dos: O intentas remediarlo o te quedas en tu puta casa.