¿Y si la culpa no fuese de los políticos?
Naturalmente, nada de lo que voy a sugerir debe tomarse demasiado en serio, por supuesto. Es únicamente fruto de mi fantasía, del mucho tiempo libre que tengo, que me permite darle al magín más de lo que fuera menester y, en definitiva, de mi tendencia izquierdosa a ver en todo enemigos ocultos. Pero no más que cuando en tiempos del finado se llamaba a los comunistas infiltrados en el Sindicato Vertical “enanos infiltrados”. Solo que yo más que enanos lo que veo son gigantes, tal que el loco manchego que se dio a desfacer entuertos y socorrer viudas, que, en viendo un molino daba en creer que era gigante malandrín.
“Pero, céntrese, señor opinador, cuente de una vez lo que quiera y déjese de preámbulos e introducciones, cíñase al tema que nos ha propuesto y no nos dé más largas (y menos aún cambiadas, que sería grosera afrenta”; me dice ese lector crítico que todo junta palabras que se precie debe tener más cerca que su propia yugular, con un tono ciertamente más airado que el que yo he conseguido transmitir. Paso pues a centrar el tema y entrar de lleno en él. En el siguiente párrafo, mismamente.
En la España viril y racial en que habitamos se tiene como cosa sabida, certificada y autentificada por fedatario público, que de todo cuanto acontece en España la culpa la tienen los políticos, esos medios millón, más o menos, que se nos comen la casa y la hacienda, como dice Homero que hacían los pretendientes de Penélope. No dudo ni por un momento que las decisiones políticas desafortunadas tienen desafortunadas consecuencias. Pero es el caso de que hace ya bastante tiempo que a los políticos solemos elegirlos los votantes, con lo cual alguna responsabilidad tendremos los votantes en la tropa que nos gobierna y en la que embiste a quienes nos gobiernan.
Y ahora cabe preguntarse, o al menos yo me lo pregunto: ¿sobre qué criterios, en base a qué información votamos? La respuesta evidente es que los más de los votantes lo hacemos por la información que nos llega de la prensa, escrita, hablada o visual, analógica o virtual y, últimamente por las redes sociales. Y creo que tampoco la prensa está libre de culpa de ese clima de compadreo, favores mutuos, y dádivas a repartir entre empresas, grandes empresas, dueños de periódicos, radios y televisiones, periodistas-opinadores en muy buenas relaciones con el mundo de la empresa o cuando no, directamente con el mundo de la extorsión, el chantaje, como podrá comprobar el curioso lector con sólo poner en el buscador de su preferencia “Ana Rosa Quintana y el comisario Villarejo”. Es la misma que reina en las mañanas televisivas, crea opinión y da lecciones de ética y moralidad.
Pero no es sólo ella la que prostituye al periodismo. Estoy por pensar que muy pocos medios quedan ya en España que no sean o directamente panfletos, de derechas o de izquierdas o que no estén directamente ajenos a lo que se supone debe ser el trabajo de la prensa; informar con veracidad y opinar sin presiones de ningún tipo. Algo, que ya digo que me temo que está cada vez más lejos en una prensa cada día más controlada, no ya por el poder político si no por el económico. Que es el que posee la titularidad de los medios de comunicación, o el que puede contratar o no publicidad, o el que decide, las más de las veces lo que conviene destacar o poner en un rinconcito discreto. O, simplemente, no ponerlo en ninguno. Es verdad que lo que no se publica no existe, pero es que ahora estamos en la época en la cual no es necesario que algo exista o sea real para que se publique, se publicite y se comparta. Hasta tal punto que resulta complicado desbrozar el jardín de las noticias de cada día, para apartar las malas hierbas y dar con la flor de la noticia, que no es el bulo ni la opinión mercenaria.
Y a las grandes empresas, esas que están en el ánimo de todos, muy pocas veces les interesa la verdad desnuda. Son mucho más partidarias de la verdad engalanada y embellecida o, simplemente del silencio absoluto. O de las opiniones de gente, que curiosamente cobra pensiones a cargo del Estado y sueldos de los consejos de administración de esas mismas empresas, todo el mundo sabe a quién aludo, supongo.
Este medio en el que escribo, La Vanguardia y uno o dos medios más, no necesariamente de izquierdas, son los que suelo consultar para poder opinar con alguna creencia en que lo que opino está basado en la realidad, o la parte de ella que puedo conocer y no, únicamente en mis deseos, preferencias y ambiciones para la Comarca de Alhama y para España. Las personales hace tiempo que las tengo cubiertas.
“Pero, céntrese, señor opinador, cuente de una vez lo que quiera y déjese de preámbulos e introducciones, cíñase al tema que nos ha propuesto y no nos dé más largas (y menos aún cambiadas, que sería grosera afrenta”; me dice ese lector crítico que todo junta palabras que se precie debe tener más cerca que su propia yugular, con un tono ciertamente más airado que el que yo he conseguido transmitir. Paso pues a centrar el tema y entrar de lleno en él. En el siguiente párrafo, mismamente.
En la España viril y racial en que habitamos se tiene como cosa sabida, certificada y autentificada por fedatario público, que de todo cuanto acontece en España la culpa la tienen los políticos, esos medios millón, más o menos, que se nos comen la casa y la hacienda, como dice Homero que hacían los pretendientes de Penélope. No dudo ni por un momento que las decisiones políticas desafortunadas tienen desafortunadas consecuencias. Pero es el caso de que hace ya bastante tiempo que a los políticos solemos elegirlos los votantes, con lo cual alguna responsabilidad tendremos los votantes en la tropa que nos gobierna y en la que embiste a quienes nos gobiernan.
Y ahora cabe preguntarse, o al menos yo me lo pregunto: ¿sobre qué criterios, en base a qué información votamos? La respuesta evidente es que los más de los votantes lo hacemos por la información que nos llega de la prensa, escrita, hablada o visual, analógica o virtual y, últimamente por las redes sociales. Y creo que tampoco la prensa está libre de culpa de ese clima de compadreo, favores mutuos, y dádivas a repartir entre empresas, grandes empresas, dueños de periódicos, radios y televisiones, periodistas-opinadores en muy buenas relaciones con el mundo de la empresa o cuando no, directamente con el mundo de la extorsión, el chantaje, como podrá comprobar el curioso lector con sólo poner en el buscador de su preferencia “Ana Rosa Quintana y el comisario Villarejo”. Es la misma que reina en las mañanas televisivas, crea opinión y da lecciones de ética y moralidad.
Pero no es sólo ella la que prostituye al periodismo. Estoy por pensar que muy pocos medios quedan ya en España que no sean o directamente panfletos, de derechas o de izquierdas o que no estén directamente ajenos a lo que se supone debe ser el trabajo de la prensa; informar con veracidad y opinar sin presiones de ningún tipo. Algo, que ya digo que me temo que está cada vez más lejos en una prensa cada día más controlada, no ya por el poder político si no por el económico. Que es el que posee la titularidad de los medios de comunicación, o el que puede contratar o no publicidad, o el que decide, las más de las veces lo que conviene destacar o poner en un rinconcito discreto. O, simplemente, no ponerlo en ninguno. Es verdad que lo que no se publica no existe, pero es que ahora estamos en la época en la cual no es necesario que algo exista o sea real para que se publique, se publicite y se comparta. Hasta tal punto que resulta complicado desbrozar el jardín de las noticias de cada día, para apartar las malas hierbas y dar con la flor de la noticia, que no es el bulo ni la opinión mercenaria.
Y a las grandes empresas, esas que están en el ánimo de todos, muy pocas veces les interesa la verdad desnuda. Son mucho más partidarias de la verdad engalanada y embellecida o, simplemente del silencio absoluto. O de las opiniones de gente, que curiosamente cobra pensiones a cargo del Estado y sueldos de los consejos de administración de esas mismas empresas, todo el mundo sabe a quién aludo, supongo.
Este medio en el que escribo, La Vanguardia y uno o dos medios más, no necesariamente de izquierdas, son los que suelo consultar para poder opinar con alguna creencia en que lo que opino está basado en la realidad, o la parte de ella que puedo conocer y no, únicamente en mis deseos, preferencias y ambiciones para la Comarca de Alhama y para España. Las personales hace tiempo que las tengo cubiertas.