O la perversidad del nuevo liberalismo.
Lo diré claramente: consiste en creer que el trabajo es una obligación moral que tienen que obedecer todos.
En el sistema económico en el que vivimos todo se basa en el libre mercado y la ley de la oferta y la demanda. Creo que esa es la idea principal. Aquel señor vende ordenadores, el otro patatas, el de más allá, servicios de seguridad y mi vecino del séptimo piso vende libros. Todo bien y todo correcto.
Pensemos ahora en un ciudadano que por nacimiento y otras razones no tiene nada para vender, Ni ordenadores, ni patatas, ni servicios de seguridad, ni libros. Lo que le queda, entonces es vender su tiempo, o alquilarlo, y su fuerza de trabajo, a cambio de un salario con el que pagar su sustento. Este ciudadano no es libre de vender su tiempo, lo vende obligado por la necesidad y, por tanto, no actúa libremente y, de hecho, las más de las veces tiene que vender su tiempo, que es su vida, parte de su vida, a cambio de un sueldo que ni siquiera le garantiza un buen pasar.
Estoy convencido de que el trabajo es necesario porque la especie a la que pertenecemos no puede vivir sin el concurso del trabajo para satisfacer sus necesidades. Incluso las tribus amazónicas más “naturales” tienen que cazar, recolectar alimentos y construir cabañas para vivir. Acepto que el trabajo es una necesidad y que el que acepta, forzado por la necesidad, insisto, un trabajo a cambio de un salario debe cumplir con la jornada y obligaciones del mismo con la mayor efectividad y productividad. Pero no por la vigilancia del capataz o empleador, ni siquiera por miedo al despido, sino por respeto a sí mismo y a la palabra dada, y, qué duda cabe, a la firma estampada en el contrato de trabajo.
Pero sigue existiendo esa perversión de la libertad individual que consiste en que unos por su nacimiento estén en situación de elegir su trabajo o vocación de manera cómoda y otros se vean forzados a desempeñar trabajos mal pagados, en condiciones penosas, cuando no, simplemente ilegales. No sé si alguno de mis lectores ha escuchado alguna vez, esto es lo que hay y si no te interesa tiramos de lista. Yo sí. Insisto de nuevo en que es perverso que en un sistema para el cual la libertad es su principio, se dé el caso de que parte de la ciudadanía vea mermada su libertad al tener que aceptar vender su fuerza de trabajo por necesidad y no de manera libre y voluntaria.
Por eso abogo por la implantación de una Renta Básica de Ciudadanía para que el que quiera trabajar lo haga desde la libertad de sentirse respaldado por un ingreso de subsistencia básico y el que no quiera trabajar se pueda dedicar al ocio tranquilamente. Porque sé, por haberlo vivido personalmente, que tener compañeros de trabajo que no cumplen con su palabra y no se esfuerzan es un calvario. A esa gente mejor pagarle para que consuman en bares y tiendas, que a fin de cuentas es otra forma de crear riqueza y dejen sus puestos para quien entiende que su palabra, aparte de su tiempo, es su único patrimonio y si firma un contrato de trabajo cumple con lo pactado por su propia dignidad. Que los hay, y son la mayoría de la clase trabajadora de este país.
Además, la renta a la que aludo al ser igual para todos y compatible con cualquier trabajo también serviría de ayuda para autónomos, creadores artísticos y culturales, músicos y un gran grupo de gente al que podríamos incluir en eso que se da en llamar “clase media” que y hace tiempo que ve disminuir su nivel de vida.
Honestamente creo que los que se oponen a esta idea, que de momento es una idea, no hay que confundirla con el ingreso mínimo vital que algunas personas afectadas por la crisis cobrarán en junio, son los que se ven beneficiados por una abundante bolsa de pobreza, que básicamente son los empresarios poco dados a complicarse la vida con el cumplimiento de las leyes laborales y los altos representantes de la Iglesia. Note el avisado lector que de ningún modo he dicho todos los empresarios y toda la Iglesia. Los primeros porque de ese modo tienen un enorme potencial de gente dispuesta a trabajar como sea y por lo que sea, los segundos porque eso les permite seguir con sus obras de caridad.
Yo lo tengo muy claro, prefiero una paguita del Estado, es un decir, que un sueldito de un empleador poco respetuoso con la ley. A fin de cuentas, no será tan malo el Estado, cuando su jefe es respetadísimo por toda la gente que habla de paguitas, papá estado y otros conceptos similares, cómodamente situados en sus despachos enmoquetados, con refrigeración en verano y calefacción en invierno. Porque cuando hablamos de trabajo no todos hablamos de lo mismo. Aunque usemos la misma palabra.