Ningún sitio en particular al que ir



Esta es mi traducción de “No particular place to go” la canción del, para mí, indiscutible creador del rock and roll.

 La copla cuenta el fracaso de un joven que, después de que su chica le diga que conduzca sin prisa y sin un sitio especifico al que ir, llegado a ese lugar aparca el coche y se disponen a dar un paseo. Pero el chavalote no consigue desabrochar el cinturón de seguridad. Adiós al paseo romántico.

 La canción tiene una lectura evidentemente política, a poco que uno se lo proponga: El gobierno conduce sin ningún rumbo concreto y una vez que llega a ningún sitio no está a la altura de las circunstancias, ese puede ser el argumento de la oposición. Pero mucho me temo que tampoco ésta está mucho mejor informada ni preparada, ni aportan propuestas o soluciones, salvo insinuar la conveniencia de un golpe de estado e insultar y, con una ruindad y mezquindad absolutas, usar los muertos como munición contra el gobierno. Les da igual qué muertos. Las víctimas de ETA, las del 11 de mayo o, ahora los de la pandemia.

 Mucho me temo, también, que la pandemia nos ha cogido a todos sin muchas referencias para hacerle frente. Desde los expertos de la OMS que al principio decían que el virus no permanece en el aire más de unos segundos, ahora son horas, ni la ciencia, ni la magia, ni la religión ni los políticos tienen respuestas fiables a las preguntas que todos nos hacemos. Nadie sabe desabrochar el cinturón de seguridad. Y eso es así porque nadie puede prever que de un día para otro el mundo se venga abajo. Me refiero al mundo personal de cada uno de nosotros, no al viejo planeta que seguirá girando alrededor del Sol, mucho tiempo después de que nos hayamos extinguido. Y, precisamente, esa incapacidad de preverlo todo es la base de la prosperidad de nuestra especie que, a base de ensayo y error e improvisando sobre la marcha, ha sabido hacer frente a peligros, adversidades y desgracias hasta llevarnos a ese cómodo confinamiento del que gozamos los que disponemos de agua, jabón, una despensa razonablemente provista y toda la tecnología de entretenimiento y comunicación que la técnica ha puesto a nuestro alcance. Eso, los que vivimos en la parte vip del planeta y sólo nos quejamos del mal gobierno. A los de segunda clase o los de tercera, lo que les preocupa es más bien, si van a comer hoy, o si esta noche seguirá su casa en pie, o habrá sido reducida a ruinas por un dron, un avión de combate o un misil, enemigos o amigos, que a ellos les da igual. Y, por supuesto cómo protegerse de la pandemia. Además.

 No creo, insisto una vez más, en las soluciones sencillas y espontaneas, o no, que la gente publica en las redes sociales, la de la f de Frankenstein, en especial, a la que parecen confundir con el BOE. La única manera de que algo escrito se haga realidad es si está publicado en el BOE, y necesita también el concurso de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para garantizar su cumplimiento. Pueden seguir publicando y exigiendo lo que les parezca bien, igual que sus hijos pueden seguir escribiendo la carta a los Reyes Magos.

 Tampoco creo en las soluciones apresuradas y dictadas por la presión social y de la oposición, por lo cual lo de la desescalada me lo voy a tomar con mucha calma. Pero entiendo perfectamente que quien necesita abrir su negocio, su empresa, su taller, quien necesita volver a eso, que ya se da en llamar “la nueva normalidad”, esté deseando hacerlo. Mucha prudencia a todos y mucho ánimo. Cuando la necesidad obliga se hace lo posible e incluso lo imposible para garantizar ese pan de cada día que, por mucho que lo pidan los que rezan el Padrenuestro, todavía hay que ganarlo con el sudor de la frente, los más, y con el sudor de estos, los menos. Otra cosa, por supuesto, es poder cumplir las condiciones para la apertura, condiciones ciertamente difíciles.

 Como lo desabrochar cinturones de seguridad no se me da muy bien, ni tengo un sitio particular al que ir, yo, me sigo quedando en casa hasta que tenga más certezas que dudas sobre la pandemia.