Muchas gracias, señor Almeida



Muchas veces he pensado, y tal vez lo he escrito, que los opinadores tenemos una deuda impagable con los políticos.

 Y no sólo los opinadores como yo, especie menor del periodismo, si no los sesudos articulistas de opinión, todos debemos nuestro pan de cada día a los políticos y sus políticas, de un modo u otro. Por tanto es de bien nacido ser agradecido y, como cada español que se precie, considero mi nacimiento, mi cuna y mi casa tan buenas como las de cualquier otro, procedo a ese agradecimiento público y publicado al señor Almeida, alcalde de Madrid, por su felicísima idea de homenajear a Miguel Hernández, censurando unas placas del Cementerio de la Almudena, doce versos de, para mí el, poeta español por excelencia, con permiso de los hermanos Machado y de quien usted, lector, quiera poner.

 ¡Que genialidad la de prohibir, censurar, eliminar, quitar, versos de un poeta muerto por defender lo que usted y yo ahora disfrutamos!: El murió por no renunciar a sus ideas republicanas, nosotros ahora gozamos de una monarquía republicana, según Felipe González. Pero vamos a ir aclarando cosas.

 Miguel Hernández que tenía amigos falangistas recibió en la cárcel la visita de estos, que le ofrecieron la libertad y el perdón de Franco a cambio de reconocer sus errores y escribir una carta de agradecimiento al Caudillo, más o menos creo que la cosa fue así. Como quiera que murió en la cárcel seguramente debió rechazar el ofrecimiento. ¿Héroe u orgulloso pertinaz? Decida cada cual por si mismo. Una cosa u otra cuadran perfectamente con el carácter del español. Pero, a lo que iba, señor Almeida, que prohibir, y censurar en España, en todas las épocas y con todos los regímenes siempre ha servido para todo lo contrario. Para exaltar lo prohibido, para buscar las obras censuradas, aquí o fuera del país, para comprar bajo cuerda los libros prohibidos, para que el PCE fuese la única fuerza opositora a la dictadura.

 Por tanto, usted que no debe tener ni un pelo de tonto, sin duda ha creído que la mejor forma de llenar las redes sociales, las publicaciones de toda suerte, ya digitales ya de celulosa y el espíritu de los admiradores de la persona y la obra del cabrero pastor es, precisamente, quitando sus versos. Versos, que, por otra parte, son de los más conocidos del poeta., gracias a la voz de Joan Manuel Serrat, que los musicó en los años setenta, por cierto.

 Y regresando al de Orihuela, he de decir que creo que en su persona y su obra se funden con total y absoluta cohesión el alma de España, y de los españoles de bien, sean de izquierdas o de derechas, porque, él mismo lo dijo, entre la izquierda “hay muchas putas y muchos hijos de puta” y ahora digo yo, que entre las derechas conozco gente de absoluta bonhomía El exabrupto de Miguel se debió a una fiesta que se dio, llena de alimentos y jolgorio, muy lejos de las privaciones de los combatientes de primera línea y al que dijo que “aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta” fue a Rafael Albert, miliciano de mono bien planchado y pistola de juguete. Esto último no recuerdo quien lo dijo. Pero bien podría ser Juan Ramón Jiménez.

 Pero en, fin, señor Almeida, que no puedo más que congratularme por su genial ocurrencia, que ha recordado a Miguel a mucha gente y a mi me ha dado la oportunidad de escribir esta mirada que dedico a usted, naturalmente y a uno de mis poetas preferidos. Porque aunó hasta las últimas consecuencias, su decir y su hacer, su obra escrita y su actuación en la vida, y ante las puertas de la muerte. Y particularmente creo que es necesario ser coherente entre lo que se dice y escribe y como se actúa y vive.

 
“Si me muero que me muera
con la cabeza bien alta.
Muerto y mil veces muerto,
la boca contra la grama
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero la muerte
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de la batalla”.