Preguntas desde las redes sociales que cómo obligo a mi hijo a estudiar.
Pones el ejemplo de una doctora que investiga contra el cáncer y cobra poco más de 900 euros, mientras que cualquiera de los que intervienen en determinados programas, se llevan por la cara cada semana, el que menos, tres o cuatro mil euros.
No es una buena pregunta, desde el principio. No tienes que obligar a tu hijo a que estudie, esa es su responsabilidad o, mejor dicho, su elección. Hablo, claro está, de un joven con edad y madurez suficiente para optar por un camino u otro. Digamos que de alguien que ha cumplido el plan de estudios obligatorios y se encamina a vivir el resto de su vida. No es una buena pregunta, no. Ni siquiera un buen planteamiento. No debes hacerle entender que se estudia para ganar dinero, tener éxito en la vida, comprar relojes de gama alta o esa serie de cosas, que nos venden como la prueba de que se ha triunfado.
Pregúntale que qué desea ser en el futuro y, como mucho hazle saber que su vida es suya, su futuro va a depender de él y que una doctora que gana poco más de novecientos euros al mes, es una persona de éxito, porque está haciendo justo lo que quiere, investigar soluciones para enfermedades, y, además, está aprendiendo y se está relacionado con gente de alto nivel intelectual, con un equipo de trabajo que, seguramente se va a convertir en su otra familia con la que va a compartir muchas más experiencias , y mucho más enriquecedoras, aunque no sean lucrativas, que el mocito o mocita de esos programas que venden su dignidad y su intimidad a cambio de dinero. En poco se tiene quien se valora por lo que gana, quien pone una cifra determinada a su valía. Todos tenemos que comer, los doctores, los músicos, los opinadores, los maestros. Todos. Y ponen precio a su trabajo, a su saber, a su experiencia. Ese trabajo, ese saber, esa experiencia que en la mayoría de los casos se ha obtenido a lo largo de años de estudio, aprendizaje y esfuerzo; pero venden su trabajo. Su vida privada a ellos pertenece. Los mocitos y mocitas, o no tan mocitos, venden su intimidad.
Y el problema es que la venden, y muy cara, porque hay quien la compra; el problema es toda esa gente, casi seis millones de espectadores, que siguen esos programas, lo que hace que, para las empresas publicitarias, publicitar en medio de esos programas sea rentable, muy rentable. Y para las cadenas, mucho más. El problema es que esos casi seis millones de espectadores de programas a los que llamaré “manifiestamente mejorables, ética e intelectualmente”, son, también votantes, o al menos tienen la posibilidad de serlo. El problema es que esa gente está votando como vota, votando a quien vota y luego se queja de que tengamos, como se ha escrito, a los políticos más infantiles de la historia.
Dile a tu hijo, en definitiva, que estudie lo que quiera, o que no estudie, que trabaje en lo que quiera, siempre que ese trabajo le proporcione otras satisfacciones que las puramente monetarias. Trabajar únicamente por el poco dinero que se necesita para satisfacer las necesidades básicas, sin otro aliciente añadido, es la peor forma de malgastar la vida. Pero recuerda, que él, o ella, o los dos, son los auténticos responsables de sus vidas. Deben ser ellos los que vivan, luchen, sufran, se equivoquen y aprendan de sus errores y aciertos. La buena noticia es que casi siempre permite la vida rectificar, tomar otros rumbos, hasta dar con el que más se adecúe a nuestros deseos.
Y, por otra parte, se puede ser una excelente persona, trabajador, padre o madre de familia viendo esos programas de dudosa calidad. A fin de cuentas, yo he llegado a leer libros de Dragó y Coelho, el síndrome de abstinencia del lector que es muy malo, y aquí estoy, avergonzado, pero creo que útil para la sociedad. O al menos no demasiado nocivo para la misma, que tampoco está mal.