Faltan políticos en España



Creo que fue Aristóteles el que calificó al hombre como 'zoon politikón', animal político.

 En realidad, no lo creo si no que lo sé, porque lo he comprobado antes. Es decir, mi creencia o suposición se ha demostrado cierta, dando lugar a una certeza. Ignoro si el sistema de verificar las cosas antes de darlas por ciertas lo aprendí en Barrio Sésamo, en la escuela elemental o en la calle con los amigos. Ninguna hipótesis es descartable por el momento.

 A lo que el amante de la sabiduría griego se refería era a la dimensión social del animal humano, que prospera mucho mejor en el seno de comunidades que en la más radical soledad. A esas comunidades las llamaban “polis” de ahí lo de político, habitante de la ciudad.

 Los “políticos” de esas ciudades-estado eran muy pocos, sólo los hombres libres podían dedicarse a acudir a la plaza pública a discutir las cuestiones que iban a regir la vida del ciudadano. De paso, también era necesario que ese hombre libre contase con los recursos económicos suficientes para poder dedicar mucho tiempo a la actividad “política”. Entre nosotros, los europeos herederos de la democracia griega ya es imposible que nos reunamos todos en asamblea para decidir las cuestiones de índole vital que hay que decidir para el día a día y para los cuatro años que, con suerte, dura una legislatura en España. Por consiguiente, necesitamos delegar en otros nuestra representatividad para que sean ellos los que decidan en el salón de plenos del ayuntamiento, el parlamento autonómico, el nacional o el senado, las cuestiones que nos interesan y, de paso, legislen para hacer posible que los animales políticos se porten cada vez menos como animales y más como políticos. Es decir que acepten las normas que nuestros representantes crean en beneficio de todos.

 En un mundo ideal cada cual sabría perfectamente como debe comportarse para no lesionar en exceso los intereses de los demás, ofrecería su esfuerzo y trabajo en bien de la comunidad y a cambio, sólo pediría lo necesario para satisfacer sus necesidades y las de su familia. Pero es evidente que esa sociedad utópica libertaria está aún muy lejos de poder ser siquiera soñada. De forma que se necesitan leyes que regulen el trabajo, la diversión, la educación, la sanidad y casi todo lo relacionado con la convivencia humana, y a quienes crean esas leyes solemos llamarlos legisladores y son, a grandes rasgos, los diputados del congreso. Por supuesto para hacer cumplir esas leyes se precisa la fuerza coercitiva de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado: Desde el policía local de tu pueblo a los grupos antiterroristas de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Y para llevar todo esto a buen puerto se necesitan cuadros políticos intermedios. Políticos también, por supuesto.

 Se necesitan políticos para hacer posible que el agua salga del grifo, para establecer en los lugares precisos Centros de Salud a los que acudir cuando los achaques lo demandan; se necesitan políticos para que los maestros acudan a las escuelas, para que haya escuelas públicas a las que puedan acudir nuestros niños y sus maestros. Se necesitan políticos para gestionar la recogida de residuos sólidos urbanos, la basura de toda la vida.

 Pero es que además estoy convencido de que, si no podemos hacer como los griegos antiguos e ir a las plazas públicas, las asambleas, sí que estamos perfectamente capacitados para implicarnos activamente en la vida política de nuestra comunidad, autonomía y en España, en general. Se ha dicho hasta la saciedad que la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos: pero aparte de compartir bulos en redes sociales desprestigiando a los políticos no solemos hacer mucho más. Se me puede decir que nuestra clase política ya está desprestigiada por ella misma. No, rotundamente no. Pedro, Pablo, el otro Pablo, Albert y Santiago están donde están con los votos muy democráticamente depositados en las urnas por los votantes y, por tanto, es nuestra responsabilidad que cumplan con lo prometido, o al menos, que su grado de incumplimiento sea lo más llevadero posible. ¿Lo hacemos?, ¿nos implicamos en la vida política de nuestras comunidades? Más bien nos dedicamos a votar o ni siquiera eso y el resto de la legislatura ser tres veces españoles cada vez que la Roja marca un gol o a acrecentar las fortunas de los deportistas de élite que todos conocemos.

 Eso sí, en las redes sociales no paramos de compartir bulos xenófobos, y sobre todo, aporófobos. Tenemos odio y miedo a los pobres, a los que son más pobres que nosotros. Esos que vienen en pateras a “quitarnos el trabajo” a “vivir sin trabajar ni cotizar con las ayudas que les dan”. Esos que “tiran a la basura la comida que les dan en Cáritas”. ¿Sigo?

 Se necesita ser zoon politikón para vivir en comunidad, por eso afirmo que en España hacen falta más de cuarenta millones de políticos. Es decir, de gente capaz de comprobar algo antes de darlo por bueno, de ser coherentes con lo votado, de asumir la necesidad de la Política, como única forma que tenemos aceptable, la otra es la guerra, para cambiar la realidad que nos rodea, a ser posible mejorándola para todos.

 Si no somos capaces de entender la necesidad de implicarnos para bien en el acontecer político de nuestras comunidades, o en el cultural o social, de participar en lo público, en la vida pública de alguna manera constructiva aún nos queda una solución para no intoxicar a quienes nos rodean: Seguir el camino de los anacoretas eremitas que en el mundo han sido y retirarnos a las soledades de alguna amena floresta a dedicar nuestra vida a la oración, la penitencia y la meditación en bien de nuestra comunidad y vecinos.

 En España faltan políticos, ya lo he dicho, al menos cuarenta millones de políticos. O más.