No estoy muy seguro, pero tengo para mí, que lo que en mis mocedades se llamaba aparentar hoy se llama postureo.
Si yerro, tal vea alguno de mis amigos o conocidos más jóvenes pueda sacarme del error, cosa que agradecería. En cualquier caso, sea postureo o aparentar, más o menos todos pueden entender que me refiero a ese afán de documentar cada segundo de nuestra vida, con la socorrida foto del teléfono, que nos ha convertido a todos en remedos de fotógrafos, para dejar constancia en las diversas redes sociales de nuestra vida. Si se va a ver la Gioconda, debe observarse, aunque sea de forma masificada. Limitarse a verla a través de la pantallita del móvil o la cámara el tiempo de un par de clics, creo que es desperdiciar la visita.
No me parece mal dejar algún recuerdo de nuestro paso por el mundo, pero entiendo que es mucho más agradable disfrutar del mundo, de la vida y de sus muchas posibilidades sin andar con el móvil en la mano sacando fotos de los lugares que visitamos, de las cosas que nos metemos entre pecho y espalda y, el caso es reciente, videos de las relaciones sexuales que hemos tenido.
Al hilo de este último caso no quiero dejar de comentar las declaraciones de un famoso que afirmó que “ningún hombre puede tener un video así y no compartirlo”. No sé qué concepto tiene de la hombría, ni me interesa demasiado; Pero sí sé que choca totalmente con el mío. El que cuenta lo que hace en la intimidad de la alcoba no es en absoluto más hombre si no que creo que lo es menos. Y si ya llegamos al caso de hacer videos y publicarlos, en eso que se llama “porno-venganza” llegamos al límite extremo de la falta de hombría.
Naturalmente yo no sé dónde se dan los carnés de hombre, ni los certificados de la virilidad, pero si tengo bastante claro que hay algunas cualidades que acreditan la hombría de bien, como la discreción, la humildad y una cierta caballerosidad, tal vez algo trasnochada, que hace que se corra un tupido velo sobre el resultado de los lances amatorios, toda vez que estos implican a otra persona. Eso sin tener en cuenta que, tal como decía una amiga mía de Estocolmo, hoy gracias a chats y redes sociales uno puede tener amigos en casi cualquier sitio, “A mi me gusta jugar a fútbol, pero no me gusta hablar de fútbol” sólo que ella no se refería a ese deporte precisamente.
Acabada la larga digresión retomo el asunto del vivir para aparentar o para el postureo, de querer dejar constancia a toda costa, de todos los momentos de nuestra vida. Entiendo que si unos amigos se reúnen después de largo tiempo de no verse, quieran celebrarlo colgando en sus muros la foto de la reunión, pero ese sin vivir, ese desasosegante ir con el móvil en la mano fotografiando desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, no puede ser bueno.
Y no puede ser bueno, porque es vivir en continua pose que nos impide disfrutar del viaje si viajamos, de la comida si comemos, de la música si la escuchamos y de la actividad amatoria, o puramente erótico-festiva, si ese es el caso. Y curiosamente, casi nadie deja fotos de la portada del libro que lee, o se fotografía entregado al placer solitario de la lectura, casi el único placer, por cierto, que debe ser degustado en soledad y silencio. Para todos los demás, “cuantos más seamos más nos reiremos”. Sobre todo, si somos capaces de olvidarnos del artefacto multiusos y nos dedicamos a vivir para vivir, a vivir para poder contarlo, pero contarlo de modo oral. A vivir para recrear en la memoria, mejor si es memoria compartida, los buenos o malos momentos que nos haya deparado la vida. Entre vivir o fotografiar, prefiero, con mucho vivir, comer, viajar, gozar de los placeres sin estar pendiente de si salgo o no salgo bien en la foto (aunque en mi caso como tengo claro que no voy a salir bien tampoco me preocupa mucho).
Y si, yo también he caído en lo que critico y he colgado fotos mías en mi muro, pero después me he arrepentido mucho, eso, sí.