La patria grande



Últimamente no logro ponerme de acuerdo casi ni conmigo mismo.


Lo cual me provoca no pocas dificultades a la hora de redactar estas opiniones mías, que, lógicamente, deben cumplir el requisito de reflejar lo que pienso y con aquello que estoy de acuerdo.

 Por eso estoy feliz de poder coincidir con Joaquín Sabina, poeta al que odio amistosamente porque él es capaz de poner en verso, en buen verso, además, lo que se proponga y yo apenas alcanzo a balbucear en el idioma que el domina, poéticamente.

 No hace mucho afirmó que para él la patria grande es su idioma. El concepto de “la patria grande” creo que es de origen hispanoamericano para referirse a la comunidad de hablantes de ese idioma que nos une a no sé si 400 millones de seres humanos, o más. Enfrentado ese “mi patria grande es mi idioma” a esa ordinariez de “mi patria es mi verga” proferida por Sánchez Dragó, está perfectamente claro que en la patria de Sabina cabemos todos, Dragó incluido, mientras que en la del autor referido cabe el mismo o muy poco más. Ni siquiera teniéndola como el famoso, por unos días, negro del wasap cabrían poco más que él, Santiago Abascal, un torero y un contador de chistes trasnochado.

 Pero es que, además subyacen, casi subconscientemente, otras implicaciones. La patria idioma es el nexo de unión, la herramienta de trabajo, la comunicación y, a fin de cuentas, la patria de Cervantes, Quevedo, Góngora, y de todos cuantos empleamos cualquier variedad del castellano para hacernos entender; Por contra la patria verga refleja el profundo egocentrismo, es la patria que excreta y que, con perdón, jode y que como mucho puede aspirar a la dignidad de ser partícipe de la paternidad. Claramente dicho, de un lado la España que trabaja, que ama, que sufre, que vive y deja vivir y la que se limita a procurar su placer, su beneficio y su interés, ante todo.

 Mi concepto de la patria grande es de una patria en la que caben perfectamente toda esa gente y además todos los que ellos excluyen, que son prácticamente todos los que no son como ellos, piensan como ellos y se divierten como ellos. No me molestan, lo digo en serio si no fuese por la tendencia de ese tipo de gente a salvar la patria, pero una patria tan excluyente, pequeña y reducida como para caber en un puñado de frases hechas, noticias falsas y mucha mala leche. Pueden tener muchos votantes, pueden tener los diputados que tienen, pero ni ocupando todos los escaños del congreso dejarían de ser representantes de una patria limitadísima.

 Vengan los toreros, los cazadores, los cantantes, los humoristas; pero vengan también los homosexuales, los sindicalistas, la prensa de izquierdas, la prensa de derechas, las feministas y, en general toda esa gente que molesta a quien tiene un concepto de patria limitado al tamaño de una verga o de una plaza de toros. Que si, que en una plaza de toros cabe mucha gente, pero en la patria grande, de Sabina y mía, cabemos todos.

 Y, precisamente en ese caber todos está la pequeña gran diferencia que distingue a quien, desde las posiciones ideológicas que sean, (la tolerancia y el respeto a los diferentes es una cuestión personal, básicamente) se muestran partidarios de una patria grande o, quienes aspiran a una tan pequeñita que apenas caben ellos, y eso, apretujándose.

 Afortunadamente, y como reflejan los resultados electorales, parece ser que es una gran mayoría la de los españoles los que prefieren esa patria grande, la del idioma y la de la tolerancia y el respeto a todas las diversidades de todo tipo que conforman, no ya sólo España, esa España viril y racial con la que sueñan algunos, y que nunca fue más que un sueño, sino también la alegre España del Orgullo Gay, la de los comunistas, la de los periodistas canallas de la prensa canallesca, la de los cantaores payos y gitanos, la de Rosalía y los Chunguitos, la de Sabina, Aute y Serrat, la de Bertín Osborne y el otro que no me acuerdo…

 En la España grande cabemos todos, incluso la España verga del fulano o, Víctor Manuel dixit, no cabe ni Dios.