Maneras de vivir



Que no son modos de ganarse el sustento, sino más bien modos de ir por la vida, de comportarse y de afrontar lo que venga.


 Sin salirnos de mundo del rock español del que he sacado el titular de esta mirada, tenemos dos claras formas de ir por la vida: La de Rosendo Mercado, un chaval que hace seguramente más de cuarenta años vio tocar a un muchachote de pelo largo, camisa a cuadros y guitarra descascarillada, Rory Gallagher, y decidió que eso es lo que iba a hacer para intentar ganarse la vida. Tocar lo que él llama ”seudo blues y reggae”. Durante toda su vida artística ha residido en el mismo barrio en el que nació, Carabanchel y cuando la música no alcanzaba para comer cada día se metía en su taller a hacer botas de vino de forma artesanal. La segunda forma es la de los integrantes de la banda de rockcabilli Loquillo y los trogloditas que, viniendo de la clase media, aspiraban con su música a ascender en la escala social y dejar sus barrios de origen y trasladarse a otros de mejor consideración. Tan asumible me parece la opción de residir en el barrio obrero de Carabanchel como trasladarse al Paseo de Gracia, que no sé si ahí es donde residen los Trogloditas y el Loquillo, pero me consta que es una de las zonas más exclusivas, y caras, de Barcelona.

 Son dos opciones, dos maneras de vivir que no significan nada en si mismas, si no en lo que representan. La sencillez de quien no tiene que cambiar de barrio, ni renegar de sus orígenes para sentirse a gusto con sus pelos largos, sus vaqueros y sus deportivas. Y su Fender colgada del hombro dándole caña y dejando algunas de las más emblemáticas canciones del rock español.

 También los Trogloditas han dejado un puñado de buenas “coplas”, uso el término en el sentido de Miguel Ríos. Basta con ver y oír un concierto de Mama Llama para disfrutar de temas de ambas formaciones.

 No sé si debo explicar con qué manera de vivir me quedé yo, ya hace tiempo. Si a estas alturas de la historia y con cerca de 400 miradas publicadas tengo que explicar de qué pie cojeo o de qué color es el plumero que se me ve, creo que tendré que cambiar la manera de intentar hacerme entender y, dedicarme a otra cosa.

 Pero no sólo en esos dos modos de afrontar la compra de la casa o piso en que vivir se traslucen las maneras de vivir. También hay otras muchas otras formas de decidir qué hacer con la vida, a qué dedicar el tiempo libre, todas perfectamente legítimas, pero unas más solidarias que otras. No es lo mismo dedicar todo el tiempo a ayudar a los demás, de la manera que sea, que dedicarlo aumentar los beneficios de la Alhambra, la Cruzcampo o la ginebra Larios, por poner un ejemplo, o a animar entusiásticamente todos y cada uno de los goles de la selección española, que tampoco son tantos, no nos engañemos. Repare el lector en que he dicho todo el tiempo libre. Bien es cierto que es un bien cada vez más escaso, el tiempo de ocio, de ocio real y sosegado dada la celeridad que la vida cotidiana impone a los trabajadores de mono azul o cuello blanco y el derroche de tiempo que supone estar al tanto del último postureo del famoso de turno (ponga usted a su favorito) o penúltima salida de tono del político que menos le guste a usted, en el caso de que haya alguno que le acabe de convencer. También en esta peliaguda cuestión de la clase política existen dos maneras de vivir, la de de proponer barbaridades, entelequias y “polladas”, en el más estricto sentido granadino del mismo, que es el de “chuminadas”, en los bares y redes sociales o arremangarse y colaborar a que la política sea más limpia poniendo cada uno su propia limpieza en las cosas. Maneras de vivir absolutamente respetables tanto la una como la otra, faltaba más.

 Pero creo que una de ellas, con ser más trabajosa y menos sosegante, resulta mucho más útil, al menos desde el punto de vista de este opinador que tiene perfectamente clara cuál es la manera de vivir, que no de ganarse la vida que eligió creo que hace ya más de treinta años.