“Los que os hablan de España como de una razón social que es preciso a toda costa acreditar y defender en el mercado mundial, esos para quienes el reclamo, el jaleo y la ocultación de vicios son deberes patrióticos, podrán merecer, yo lo concedo, el título de buenos patriotas; de ningún modo el de buenos españoles”.
De esa manera hablaba Juan de Mairena a sus alumnos de retórica y gimnasia, según Antonio Machado, y no me negarán que la frase trae a la memoria lo de la “marca España”. A mí, al menos si me lo ha recordado y, como me considero buen español mucho más que buen patriota, no tengo inconveniente ninguno en confesar mi desazón ante el hecho de ser español, justamente hoy jueves 26 de abril. No es tanto por la caída de Cristina Cifuentes, que no ha sido nada elegante la forma de empujarla a dimitir, si no por la sentencia de La Manada que los condena a nueve años de cárcel, estimando que no ha habido delito de violación sino de abuso sexual. Desazón de ser español.
Desazón que se une a las otras muchas desazones que llevo comentando a lo largo de mis miradas, causadas no tanto por la corrupción de quienes nos gobiernan, si no por sus actuaciones políticas: son sus leyes y decretos leyes las que me causan honda desazón porque creo que son lesivas para la mayor parte de los españoles. Y lo realmente deprimente de esto es que votamos a esos políticos una y otra vez con lo cual no dejamos de ser cómplices de sus leyes injustas y lesivas.
Sin embargo, ese disgusto, pesadumbre e inquietud interior que sufro por el hecho de ser español, de estar gobernado por recortadores de derechos, servicios y políticas sociales; no me hace en ningún momento dudar de mi completa y absoluta españolidad. Soy español a pesar del gobierno, del jefe del estado y de la oposición que tenemos y lo soy no vergonzantemente si no orgullosamente. Orgullosamente español me declaro, buen español, al modo de Juan de Mairena y, por tanto, critico y expongo los vicios y los males de España porque callarlos, ocultarlos es ser cómplice de ellos.
Y, por eso mismo, digo también, y no es la primera vez que lo hago, que la dejación de la gobernanza en manos del gobierno es hacer dejación de las funciones ciudadanas, por ello digo que limitarse a votar cada cuatro años, o ni siquiera eso y después limitarse a criticar en los bares y en las redes sociales es poner en manos de los mismos a los que criticamos el poder de hacer lo que mejor cuadre a sus intereses personales, que, muy poco suelen coincidir con el interés general.
Desentenderse de la política no es propio de ciudadanos si no de súbditos y estoy por decir que de malos españoles. Y, a pesar de todo creo que el hecho de poder expresarme en la lengua que lo hicieron Cervantes, Góngora, Quevedo, el autor del Lazarillo de Tormes, los dos Machados, Miguel Hernández, Miguel Delibes, entre otros muchísimos, es motivo más que suficiente para llevar con cierta resignación esa desazón de ser español que me acomete de vez en cuando.
O tal vez será que como autentico ingenuo que soy tengo confianza en este pueblo español que espero que alguna vez deje de confiar su destino a quienes le gobiernan y se ponga a la obra de crearlo, obligando a quienes vota a cumplir con su trabajo de crear las condiciones para el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía, que es la gobernanza a la que antes aludía. Mientras tanto, lejos de ser gobernantes en el mejor sentido de la palabra no dejaran de ser meros gestores aprovechados.
Desazón de ser español, pero esperanza en que es posible cambiar las cosas si estamos dispuestos cada uno de nosotros a asumir nuestra responsabilidad personal en nuestra vida propia y en la vida política de España.