Trapicheos en las redes sociales



Me sobresalto tras la lectura de la prensa que me informa de que las redes sociales trapichean con mis datos.


 Y, por lo visto, Google sabe más de mí que mi propia madre, e incluso puede que sepa más de mí que yo mismo. Naturalmente eso al principio me lleva a entrar en pánico, directamente. Hasta que, tras reflexionar sobre el asunto, llegué a la conclusión de que “en las redes” sólo puede estar aquello que yo haya puesto, con lo cual ni los estupefacientes que consumo, ni los clubs de bdsm que frecuento están disponibles. Y mucho menos la cuenta del banco de Zúrich en la que se gestionan el capital que he logrado ahorrar durante los años que llevo cobrando mi pensión, gracias, sobre todo a las subidas que el gobierno de Rajoy ha ido haciendo.

 No es, lo sé, la primera vez que hablo de las redes sociales, pero es que últimamente una que frecuento anda en los papeles y las pantallas a cuenta de la filtración de datos obtenidos por la misma y que parece ser que han ayudado a la victoria del actual presidente de los Estados Unidos. Parece ser que todo lo que en esa red publicamos da una imagen de nosotros mismos, con nuestros gustos, aficiones, apetencias y deseos que es apetecible para las empresas y, lógicamente, la red trapichea con esos datos que nosotros facilitamos. No es algo nuevo ni que resulte sorprendente, en mi opinión. Naturalmente no hablo de los aspectos legales ni éticos de que comercien con nuestros datos, parto de la creencia absoluta de que es ilegal y poco ético que lo haga.

 El asunto es que tengo asumido desde hace mucho tiempo que, en internet, en el que casi todo es gratis, nuestros datos son el pago que hay que asumir. Cosa distinta es nuestra privacidad. Datos como la filiación política, gustos musicales, modo de vestir, creencias religiosas, por ejemplo, son los que necesitan las empresas de publicidad para ofertar aquello que realmente nos interesa, de modo que a mí me llegan ofertas de guitarras eléctricas, libros y música blues, pero no me llegan ofertas ni de motos ni de herramientas de bricolaje. En buena medida esto es obra de las famosas cookies que tenemos que aceptar al visitar una página de internet, que nos rastrean a lo largo de nuestra navegación diaria, del mismo modo que también es obra de las interacciones que efectuamos en Facebook y otras redes sociales.

 Confieso que, para mis colaboraciones en este medio, más de una vez he consultado en Facebook el perfil de determinada persona, antes de acudir a un acto en el que la persona por mi “espiada” iba a intervenir. Es una forma de obtener información sobre las personas, que incluso utilizan las empresas a la hora de buscar personal a contratar.

 Somos responsables de lo que publicamos, no es la primera vez que lo escribo y en este mundo digital, en el que se mueven miles de millones de euros y dólares a diario, conviene ser muy consciente de que el verdadero producto somos nosotros y los datos que facilitamos a la hora de actuar enredes sociales, hacer compras online, jugar o divertirnos del modo que sea.

 Que nuestros datos van a acabar en gigantescos bancos, y que van a ser analizados exhaustivamente por expertos en marketing y propaganda política es algo que debemos dar por descontado. Que podemos quejarnos y solicitar ser incluidos en la lista Robinson, también es cierto, con lo cual a fin de cuentas tenemos la posibilidad de controlar de algún modo que nuestros datos no lleguen a quien no deseemos que lleguen, o al menos que nos los usen para interrumpir la siesta o llenar nuestro correo electrónico de ofertas no deseadas.