Coprolalia



Cuenta la leyenda que cierto obispo recién llegado a Granada preguntó qué era ser malafollá, que lo escuchaba mucho, alguien le pregunto si conocía a Fonseca y el obispo contestó:” ¡No hace falta que me digas nada más!

 Para definir la coprolalia basta con preguntar por Spiriman o Candel en cuyos videos se manifiesta ese uso de las obscenidades, las groserías y los insultos más chabacanos, que en otra gente es síntoma de un síndrome y en el caso del personaje público, creo que es más falta de la más elemental educación y de un cierto endiosamiento que de otra cosa.

En el caso de quien sufre el trastorno, uno de cuyos síntomas es la coprolalia, este derroche de expresiones groseras es inconsciente, mientas que en el abanderado de él mismo creo que es absolutamente consciente.

 Cada uno se expresa según su forma de pensar y entender la vida y la educación recibida en el hogar y en las aulas, y en nuestro país el insultar y ser insultado forma parte de la vida pública ya desde nuestro Siglo de Oro. No en vano los más conocidos de los poemas de Quevedo son insultos destinados a Góngora, a las mujeres, especialmente a las viejas y a los homosexuales, sin dejar de lado a los maridos engañados. Pero mientras que el Señor de la Torre de Juan Abad fue capaz de hacer del insulto un arte, en nuestros días la pobreza del lenguaje derivado de la poca lectura nos ha conducido a vomitar cosas como las que se pueden oír en redes sociales, y televisiones, incluso en la prensa, si vamos a eso.

 Insultar requiere cierto aprendizaje del idioma y sus recursos estilísticos y cuando se carece de ese bagaje, se demuestra claramente dos cosas: Que no se tienen argumentos sobre los que basar la descalificación del insultado, y que se carece de elegancia. Llamar a Susana Díaz “Gusana Díaz” además de ser de un infantilismo preocupante no proporciona ningún elemento por el que se pueda criticar a la presidenta de la Junta, que el doctor Candel le diga a una no sé si compañera, superiora o subordinada “me la suda a cuantos te hayas follado”, lo único que demuestra es que al doctor le es indiferente la vida sexual de la agredida o no, no lo sé. Generalmente a quienes la vida íntima de los demás nos es indiferente no vamos pregonando algo que se da por sabido.

 Quevedo por el hecho de poner en versos sus insultos no dejaba de ser misógino, homófobo y antisemita y conste que no lo estoy insultando si no que me limito a calificarlo, pero al menos todo eso quedaba envuelto en versos más o menos ingeniosos, que es lo que falta en la mayoría de quienes en la actualidad se dedican a descalificar a los demás, salvo algún caso aislado como el escritor Pérez Reverte o el parlamentario Gabriel Rufián, que sí es verdad que demuestran cierto ingenio y elegancia a la hora de fustigar a quienes no piensan como ellos. Pero lo que no hacen es aportar datos, razonamientos o elementos de juicio para demostrar lo que pretenden defender, que es, o debería ser de lo que se trata, no de descalificar al oponente si no de demostrarlo equivocado o nocivo en su forma de pensar.

 Porque no es cierto que todas las ideas sean respetables, ahí tenemos el ideario nazi, que por mucho que siga vigente en mucha gente no es en absoluto un ideario respetable. E incluso las ideas o propósitos más nobles, como el deseo de mejorar la sanidad granadina, no se deben defender al modo del doctor Candel que últimamente parece más empeñado en demostrar un alto grado de coprolalia que en mejorar el funcionamiento de un sistema sanitario que con él o sin él es evidentemente mejorable, como todo en la vida lo es, pero soltando las barbaridades contra el personal que lo sostiene que suelta Supriman no veo yo que se acorten las listas de espera, se conteste a los teléfonos de gestión de citas antes, se aceleren las pruebas diagnósticas o se mejore en nada la vida de los pacientes granadinos. Que en definitiva es de lo que se debe tratar y en esa dirección han de ir todos los esfuerzos. Mas ayuda contratar a 600 trabajadores para la sanidad andaluza, como va a hacer la Junta de Andalucía, que acusar a nadie de bajarse las bragas para conseguir ascensos.