Trabaja, pero seguro, decía, creo recordar, una campaña televisiva de los años setenta.
Una buena frase, que conviene recordar en estos días, y en los que vendrán, en los cuales las altas temperaturas son incompatibles con el esfuerzo físico, sea este por trabajo o por deporte; por precaución, mejor parado que muerto.
Pero lo del trabajo seguro es algo bastante complicado en tiempos en los que lo difícil es tener seguro el trabajo, por inseguro que este sea; contratos basura, sueldos testimoniales, jornadas muy por encima de lo firmado en el contrato, contratos a renovar si al empresario le conviene y si el trabajador sabe lo que le conviene ya sabe lo que tiene que hacer, que es pasar por donde al contratador le acomode que pase. Olvidar las condiciones reflejadas en el contrato, olvidar las medidas de seguridad, si estas dificultan la productividad, olvidar toda la legislación laboral que protege al productor (si es que tal legislación aún existe después de las sucesivas reformas laborales). Y, naturalmente el trabajador con un contrato que debe ser renovado, olvida todo lo que hay que olvidar porque cuando la necesidad obliga la memoria es escasa. Y no conozco a nadie que trabaje por un sueldo si no es por necesidad.
Soy de los que opinan que el trabajo y el ocio son las dos actividades esenciales para una vida plena y satisfactoria, al menos para las mentes curiosas, inquietas y activas. Descubrir el mundo que nos rodea, mejorarlo en lo posible, adaptarlo a las necesidades humanas, producir lo necesario para el sustento, el vestido y el refugio. Tareas todas nobles y ennoblecedoras, a la par que absolutamente necesarias. Pero, también el juego, el deporte, las actividades culturales, o, simplemente, estar frente a una puesta de sol o un amanecer sin otra cosa que hacer que disfrutar del espectáculo son absolutamente necesarios y, por ello cualquier trabajo que no permita el ocio necesario o cuya retribución cubra apenas la subsistencia más básica de quien lo ejerce es una profunda injusticia que no deberían permitir unos sindicatos que apenas se dejan oír.
Bien es cierto que la necesidad obliga a quien necesita perentoriamente ganar su sustento y el de su prole y no es a esa gente a la que crítico, ni criticaré jamás. Lo que realmente me resulta irritante es que existan leyes que permitan estas situaciones, que permitan que empresarios poco éticos y nada legales exploten las necesidades de las personas más necesitadas para ganar unos euros más.
Y, por tanto, estoy irritado con este gobierno que alienta ese tipo de situaciones y saca pecho con los datos del empleo. No me digan que se han creado tal o cual número de empleos; los datos que me importan, y que nos deberían importar a todos son, cuánto ganan esos trabajadores, cuánto cotizan a la Seguridad Social, cuáles son las condiciones reales de esos trabajos, si son puestos de trabajo fijos o temporales y caso de ser temporales, que lo son en la mayoría de los casos, si son de un mes o de una semana. Detrás de las frías estadísticas hay personas que malviven en una sociedad en la cual otras hacen obscena ostentación de riqueza y, mucho más indignante aún, de riqueza obtenida no con el trabajo, si no con el latrocinio y el saqueo de los bienes del Estado, que son los de todos, pero que se reparten entre unos cuantos.
Pero todavía resulta mucho más estomagante ver como todas estas situaciones parecen causar la mayor de las indiferencias a quienes deberían de molestarles profundamente, por ser los perjudicados de este pillaje sistemático en el que se han convertido los gobiernos del PP saqueadores de bolsillos, imputadores de derechos y amparadores de corruptos. Y los perjudicados somos los trabajadores y los pensionistas, los estudiantes y los usuarios del sistema público de salud, las mujeres que cobran por debajo, muy por debajo de su trabajo. En definitiva, los perjudicados somos todos y casi todos los que les votan una y otra vez. Me lo expliquen.