Bienvenidas sean las donaciones para luchar contra el cáncer, vengan de donde vengan.
Bienvenidos los éxitos deportivos que contribuyen a hacer feliz por un ratito a los amantes del deporte como espectáculo. Mis condolencias a la familia de Ignacio Echebarria, cuyo ejemplo, por heroico que sea, espero que no cunda, máxime en un país como el nuestro en el cual las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado saben hacer su trabajo.
Dicho esto, reconozco que para que España funcione se necesitan muchos más héroes que los anteriormente aludidos y, reconozco, también que puede ser que de esto ya haya escrito; pero no soy yo quien elige lo que es actualidad informativa y creo que nunca se es redundante al exponer los más que suficientes méritos de quienes se enfrentan cotidianamente a la tarea de intentar vivir un día más en nuestro país o, siendo de aquí mismo, en otro sitio, porque aquí le falta el trabajo necesario.
Hablo de gente a la que conozco y a la que no nombro, por respeto a su intimidad: funcionarias que trabajan muy por encima de su sueldo y que además deben afrontar el pago de una hipoteca, mantener a sus hijos y lo hacen sin perder la calma ni la sonrisa. Paisanas muy bien preparadas que deben buscar su pan lejos de la tierra que las vio nacer. Podría continuar detallando casos de gente anónima que, simplemente con hacer bien su trabajo o su voluntariado, mejoran de forma muy visible la sociedad en la que viven, pero creo que a estas alturas casi todo el mundo puede poner rostro al tipo de gente al que me refiero; si no es que quien esto lee forme parte de esa inmensa mayoría de la gente que acude a sus trabajos a hacer que España funcione cada día a pesar de los pesares, a pesar de Mariano, de Pablo y de Pedro y del resto de los santos laicos del santoral parlamentario.
También quienes lucharon en la clandestinidad para hacer posible que hoy disfrutemos de un periodo de cuarenta años y un día de democracia merecen ser señalados como héroes, por mucho que a quienes se les ha dado todo hecho, afirmen, y están en su derecho de hacerlo, que aquella Transición, que yo escribo con mayúscula, fue una chapuza y una traición.
Sucede que cuando murió el general Franco a pesar de ser apenas un niño de trece años, no acababa de entender muy bien de que iba la cosa, pero sí entendía que España era diferente y no por las razones que se aducían. Lo era por ser una dictadura en la cual los partidos políticos estaban condenados a ser “ilegales y clandestinos” y en el cual estaba prohibido casi todo lo que no era obligatorio. Por la época mi padre estaba parado, lo recuerdo porqué el 20 de noviembre de 1975 tenía cita para sellar en la Oficina de Empleo, lo digo a modo de anecdótica curiosidad y para patentizar que se podía estar parado sin disfrutar de las bondades de la democracia.
Mucho hemos cambiado en el transcurso de estos cuarenta años y un día en los cuales entre todos, a trancas y barrancas, peleándonos, poniéndonos zancadillas, de mejor o peor grado, hemos ido construyendo un espacio de convivencia más o menos pacífica, gracias, sobre todo, me permito insistir, a los muchísimos héroes sin nombre ni apellidos ni una calle ,plaza o parque con su nombre, pero que han contribuido a que todos podamos despertarnos cada día en un país en el que se puede vivir sin sobresaltos y decir lo que se piensa sin que, creo que esto que voy a escribir lo he escrito antes, nadie llame a tu casa de madrugada.
Cosa muy distinta, detalle que no olvido ni perdono es que llamen para echarte de ella, pero esa es otra historia de la que también habrá que hablar.
“Hay más cosas en la tierra y en el cielo, Horacio, que las que sueña tu filosofía”