Me compro una gorra en un comercio local, la elijo con el nombre de mi pueblo bien visible, si hay que hacer publicidad, que sea de Alhama, o de la comarca.
No es que me sorprenda demasiado, pero la prenda está fabricada en la República Popular China, como tantas otras cosas de uso cotidiano que vienen de oriente, y no las traen los magos, si no los barcos mercantes (esos mismos que luego tienen que descargar los estibadores), de lo cual se desprende que antes de tapar mi cabeza ha tenido que pasar por un buen número de manos de gente que ha participado en los trabajos necesarios para que la gorra llegue desde China hasta la tienda de Alhama.
No es la primera vez que aludo a que vivimos en un mundo globalizado e interconectado en el que todos dependemos de todos para prácticamente casi todo y por lo cual los curiosos experimentos como la traducción del Principito al Andalú, realizada con toda seriedad y presentada con toda seriedad por el Sindicato Andaluz de Trabajares, me parecen simplemente anecdóticos, tanto como, por ejemplo el deseo de algún colectivo granadino de independizarse de Andalucía y Sevilla, como representantes, las dos, de todos los males del Reino de Granada. Por la misma razón tampoco veo mucha viabilidad en la proclamación de la República Catalana que se nos anuncia.
Vivimos en un mundo en el cual los países-estado, cada vez cuentan con menos poder a la hora de elaborar políticas propias, me refiero dentro de la Unión Europea y, por tanto, no sé a qué viene lo de querer entrar en donde ya estamos como nación independiente (me asalta ahora la duda de si las barretinas y las “esteladas” serán, igual que mi gorra de Alhama, made in China.
Los problemas de la globalización, de la cual no podemos sustraernos, no los vamos a resolver rompiendo el marco histórico en el que nos hemos desenvuelto a lo largo de los últimos, digamos, cinco siglos, por poner una cifra redonda. Y no es que yo esté afirmando que este marco, al que llamamos España no sea mejorable, todo es susceptible de ser mejorado o de ser empeorado. El Principito en Andalú, resulta prácticamente ilegible (mucho más que mis miradas), por el Reino de Granada el AVE y los hospitales van a tardar lo mismo y con la estelada colgada de todos los balcones oficiales, una vez resuelto el tema de la opresión española, tampoco se van a resolver los problemas ni de un día ni de un año para otro.
El paro va a seguir, la pobreza de los pobres va a seguir creciendo al mismo ritmo que crecerá la riqueza de los que ya son ricos, hace bastante tiempo que lo son y el fondo de la bandera o los colores que esta tenga, que agite el pobre en la manifestación, no va a influir de ninguna manera en el vivir cotidiano.
Porque no son las patrias, ni la catalana, la andaluza, la granadina o la española las que están en peligro, ni tampoco los pueblos de esas patrias, no existe eso que se llama “el pueblo”, como un todo unido y homogéneo con una única forma de pensar, si no que existen individualidades, que dado el caso, se pueden trasformar en masas fáciles de manejar apelando a la emotividad y, sobre todo, apelando al enemigo externo (España, Cataluña, los del Barcelona, los del Madrid, los del aparato, los de la militancia) todos son falsos enemigos creados interesadamente para desviar la atención de lo que realmente importa: Que las gorras de Alhama de Granada se hacen en China, de lo que se desprende que en nuestra tierra no hay fábricas textiles para inundar de gorras, esteladas o lo que haga falta al mundo. A partir de ese hecho, aparentemente anecdótico es desde donde hay que empezar a cuestionarse el discurso oficial que se nos hace de la realidad, de una realidad en la cual los andaluces no queremos trabajar haciendo gorras. ¿No será que los andaluces no hacen gorras porque aquí no hay fábricas de gorras?¿Y no será que no las hay porque resulta más barato comprarlas a China que hacerlas aquí?
Ese y no otro, es el problema de fondo que viene afectando a la vieja Europa, que faltan muchas fábricas de gorras o, por decirlo crudamente, que hay muchas manos buscando empleo en una fábrica de gorras, de teclados de ordenador o de guitarras eléctricas entre el sin fin de productos que nos llegan del país asiático.
Algo tienen que idear los que aspiran a gobernar y los que gobiernan para hacer posible el estado del bienestar en unas sociedades en la que cada vez hay menos trabajadores y lo que hay cada vez cobran sueldos más bajos y cotizan menos.