Por mucho que Alien sea horroroso y letal, lo que verdaderamente me impactó fue esa explicación del súper ordenador que controlaba la nave.
La tripulación no es necesaria para el buen final de la misión, que no es otra que la de traer a nuestro planeta a ese ser, el perfecto asesino. No es, por tanto, el bicho el que me horroriza, si no la empresa, creo que es una empresa privada, capaz de idear semejante plan. Capaz de traer esa maldición casi bíblica y de sacrificar a la tripulación de la nave, de paso.
Y mucho me temo que para las grandes compañías internacionales todos somos sacrifícales, y aquí abandono ya el tema de la ciencia ficción para entrar de lleno en la más cruda realidad de las industrias energéticas capaces de subir el precio de electricidad durante el invierno, para ganar veinte millones de euros de forma supuestamente ilegal, o las farmacéuticas cuyos manejos resultan mucho más indeseables para la salud que los efectos secundarios de los fármacos que producen, y para quienes los pacientes no son sacrificables mientras puedan pagar los medicamentos. Podría seguir comentando las simpáticas maniobras de los grandes bancos y compañías de inversión capaces de provocar, ¿crear?, crisis como la que ellos disfrutan y todos los demás padecemos y que los gobiernos aprovechan para tenernos donde nos tienen que es francamente mal. O no tan mal si hacemos caso a quienes nos gobiernan.
Todos somos sacrificables en menor o mayor grado. Si somos habitantes de ese Occidente omnipotente y omnipresente, somos explotables, si sois de esa parte que no pertenece al lado bueno del mapamundi, Siria, Yemen, República Centroafricana, Sudan del Sur... lamento decir que no es que vuestra vida no valga nada, es que en muchos casos vuestros cadáveres tienen más valor que vuestras vidas. ¿Se acuerda alguien hoy de Elian? Es duro decirlo, pero esa es la cruda realidad. A veces tienen más valor los muertos bien presentados y manipulados, que los vivos de esos mismos países que parecen importarles muy poco a los dirigentes de Occidente, mucho más interesados en recursos energéticos que en seres humanos.
Y lo peor de todo esto es que mientras esas compañías, muchas veces desconocidas, hacen y deshacen nosotros nos entretenemos con las guiñoles que reclaman nuestra atención, sean estos los entrañables repartos de misales de la madre Marta Ferrusola (presuntos), los esforzados esfuerzos de presidente del gobierno español por hacernos creer que vivimos poco menos que en Arcadia o los casos de latrocinio que se suceden con pasmosa frecuencia, por no hablar de la guerra fratricida que enfrenta a unos de los principales partidos de España. Insisto que todo eso, con ser preocupante, no es lo verdaderamente importante. De quienes ocupan cargos electos nos podemos desprender en nuevas elecciones, si así lo estimamos oportuno. A los directivos de Iberdrola, hasta ahora la única imputada por la fiscalía, no los podemos elegir, como tampoco tenemos muchas posibilidades de elegir a los de Golmand Sachs, que influyen más en nuestra vida que toda la alineación completa del Real Madrid y el Barcelona, por raro que les pueda parecer. Esa es una de las razones de que abogue por la política y los políticos porque con éstos sí que tenemos un cierto control, al menos el de votar o no votar o el de ponerlos como chupa de dómine. En cambio ¿quién ha elegido a Olaf Díaz Pintado? (dejo al lector curioso averiguar quién es este señor) del cual no digo que esté implicado en nada turbio si no que es más poderoso que Messi o Ronaldo y, por tanto, tiene más capacidad de influir en nuestras vidas cotidianas.
Por tanto voy terminando casi como empecé, señalando que si en Alien, el Octavo pasajero, creo que el principal monstruo no es el que ilustra esta mirada, si no la empresa que organizó la expedición para traerlo a la tierra; y del mismo modo creo que los culpables de nuestros males no son ni los políticos que elegimos o no elegimos (aunque no niego que tengan su parte alícuota de responsabilidad) sino más bien esas compañías de inversiones, de servicios y de suministros, entre otras cosas , que, en definitiva son las que pueden dejarnos, si así lo estiman necesario para sus fines, su fin: el lucro; sin luz, sin agua, sin gas o directamente en la puta calle, por usar la expresión más castiza para decir a la intemperie.
Tomar clara conciencia de que somos prescindibles y sacrificables, como los peones del ajedrez que somos realmente no es nada agradable, pero al menos sirve para saber el papel que nos corresponde en esta partida en la cual todos los peones nos enfrentamos a todas las restantes figuras, todos los peones blancos y negros. Bueno es recordarlo.