En tiempos de mis abuelos, la mayoría de los niños no tenía la oportunidad de asistir a la escuela. Pero esa lamentable situación no les impedía aprender todo lo necesario para desarrollar una vida exitosa, tanto en el ámbito laboral como en el social.
De hecho, esos "viejos" dudaban de que lo que nos enseñaban a los niños en la escuela tuviera alguna utilidad para mejorar nuestra vida de adultos. Así es que, medio en broma medio en serio, intentaban calibrar nuestro aprendizaje con preguntas capciosas que solían rematar contándonos algún chascarrillo.
Una tarde, después de comer y antes de volver a la sesión de tarde de la escuela, mi vecino Rosendo, que había sido un acreditado maestro albañil, me dijo:
- A ver lo que sabes, Pepe: ¿por qué los mochuelos viven en el Bernagal?
Como no supe qué contestarle, él me lo explicó:
"Una tarde salieron de paseo las autoridades del pueblo: el cura, el alcalde y el juez. Escucharon una discusión acalorada y corrieron a separar a los contendientes. Se trataba de un colorín (jilguero) y de un mochuelo que se disputaban el mejor lugar del Llano para vivir. Las autoridades se ofrecieron como jueces de la disputa y propusieron que elegiría el sitio más cómodo aquel de los dos pájaros que cantara mejor. Echaron suertes a las pajas y le tocó empezar al colorín. Cantó varias coplas que dejaron a los miembros del jurado con la boca abierta.
Cuando hubo acabado su actuación el colorín, los jueces le dijeron al mochuelo:
-Maestro, ahora es su turno- y el mochuelo comenzó y acabó en un abrir y cerrar de ojos.
- ¡Miau!
- ¿Conque "miau", no? Pues... al Bernagal.
Así es que, desde entonces, los colorines pasan sus vidas entre la frescura de las alamedas y los pobres mochuelos viven sofocados en las calurosas y resecas tierras del Bernagal".