Todo va mal. La semana pasada se murió mi perra y el domingo, cuando la tristeza se nos iba pasando va y se cae el tejado de la iglesia.
De la pena tan grande al cura se le secó hasta el vino y algunos dicen que se pegó toda la noche levantando tejas, unos que para rescatar a los santos, otros que para no perder la paga, pues sin iglesia y sin Biblia se ha dado cuenta que igual va a tener que quitarle el dumper al Chova para hacerse albañil oficial del ayuntamiento.
Todo por el dichoso viento, tres días con sus tres noches estuvo soplando, desde lo alto del pueblo hasta lo hondo, arrancó hasta los olivos más viejos. Algunos dicen que ese viento lo traen los moros, pues en la tele explican que con mantas gigantescas levantan aires desde el Sahara. Y tiene que ser verdad porque el aire que trae es medio marrón.
Pero el disgusto que tenemos en mi casa es más grande todavía, porque esto como decía mi abuela en paz descanse, como el pelo, son bienes raíces y tarde o temprano volverán a crecer. A perro muerto, perro puesto. La pena que tiene mi padre ahora es peor, si es que en la vida hay penas grandes y penas chicas y no se trata todo de la misma tristeza. Ayer a mi hermano le dio por decir que él no quiere dar más clases, que quiere cambiar de trabajo, que lo que ha hecho hasta ahora ya no le llena. Con lo que cuesta ser profesor y sacar la oposición. Estamos todos muy confundidos, se ha juntado lo peor en la misma semana. Que si la perra, que si el tejado de la iglesia, que si los moros quieren reconquistar Al-Andalus y ahora esto.
Toda la culpa la tiene mi primo, que se fue al extranjero detrás de una polaca. A él no le importó dejar los estudios, le quedaba el último año de ingeniería electrónica y aunque la electrónica no la ha dejado sí ha cambiado la ingeniería por el M. Mala mezcla. Mi hermano siempre ha hablado mucho con él y se ha visto muy influenciado. Mi primo es de esa gente que cambió de vida porque una vez se leyó un libro de esos del mindfullness, ‘El monje que vendió el Ferrari’ o ‘Hábitos atómicos’, qué se yo. Basura para flojos, dice mi padre. El pobre no termina de salir de una para meterse en otra, sabe que a mi hermano se le ha ido la cabeza y pienso que razón no le falta, ahora le ha dado por decir que él está harto de cobrar catorce pagas y tener dos meses de vacaciones, que él prefiere ganarse los cuartos de verdad, ponerse él mismo los horarios y ser su propio jefe. -Mira lo que le ha pasado al cura-, dice. Como si la iglesia se fuera a extinguir porque una parroquia se cae, mira la pila de templos que echaron abajo los rojos, para qué, para luego levantarlos otra vez. -Economía circular lo llaman ahora-, le dice mi padre con el cuchillo del jamón en la mano mientras corta un taco de mortadela. La cosa está muy mal.
Pero lo peor de todo es que mi hermano siempre ha sido el más listo y este cambio de guion en su vida, esta búsqueda de nuevos horizontes como diría mi primo, le tenía a mi padre cagándose en el olimpo y en todos sus dioses puestos en fila india.
Menos mal que el día que dijo en mi casa que quería ser limpiabotas mi madre puso sopa, por lo que mi padre no tuvo ni tenedor ni cuchillo para persuadirlo.
Mi hermano dio una explicación muy simple -de limpiabotas hay trabajo de sobra. Por ejemplo, cuánto lleva sin haber aquí uno. Las modas vuelven. Dice el primo que allí en Alemania ahora se llevan otra vez los discos de vinilo y que los jóvenes se compran tocadiscos. Lo mismo pasa con los videoclubes. Todo vuelve, igual va a pasar con los limpiabotas, pero yo prefiero la calle a las películas, de ahí lo de limpiabotas. ¿Quién le va a limpiar los zapatos al cura y a todos los feligreses cuando terminen de buscar a los santos entre los escombros? No me dan miedo las ruinas, porque yo llevo un mundo nuevo en mi corazón, mira padre cómo crece el mundo en este instante. Yo ya he pensado toda la estrategia, me pongo un poco más para bajo, en la Pila la Carrera y allí con el agua de la fuente le dejo los chapiris finos a todo el que baja para La Joya-.
A mi padre no paraba de temblarle la cuchara que cada vez daba menos viajes por el peligro de desbordamiento. Mi hermano seguía: -Y claro, tú pensarás que cuando ya hayan sacado a los santos de debajo de las tejas y los escombros, dónde me voy a ir a limpiar botas y zapatos. Podría irme a Valencia, que allí hay una de polvo que no veas, pero a esos pobreticos con lo que tienen encima ni ganas les van a quedar para llevar los chapiris limpios-.
Mi hermano seguía, parecía un revolucionario convenciendo a los suyos. -Padre, yo no voy a ir a ningún lado, me he dado cuenta que el negocio de la próxima década está aquí en el pueblo. Mira, el otro día, cuando se murió el perro me bajé a los jardinillos a hincharme de llorar, como está lleno de moros y no me conocen no me da fatiga ninguna que se me pongan los ojos coloraos. Fue allí, sentado en un banco cuando me di cuenta que el suelo lo habían cambiado enterico y que ya no había cemento. Se pegaron todo el verano levantándolo para acabar echando arcilla rara o albero, no sé lo que es. Lo que sí sé es que cada vez que ahora pasa alguien por allí se le llenan los zapatos de tierra. De la pansá llorar que me di se formó un charco enorme y me di cuenta de que la gente que pasaba cerca mía salía toda llena de barro. El día antes de que se cayera el techo de la Iglesia fui a misa. Todo el suelo estaba lleno de polvo de la gente que pasaba por los jardinillos y acababa en la iglesia pidiéndole a dios y los santos cosas de fé. Eso me hizo pensar que podía montar yo un negocio con el cura y limpiar la iglesia y así sacarme unos eurillos, pero cuando al día siguiente me asomé a la ventana y vi que se había caído el techo me di cuenta que mi idea, mis planes de cambiar mi vida para siempre se habían ido a la mierda. Pero casi al mismo tiempo se me ocurrió lo de limpiabotas, porque el polvo se irá de la iglesia y espero que de Valencia, pero de donde nunca se irá jamás será de los jardinillos. De hecho, lo mío no es solo recuperar un oficio antiguo que casi se había extinguido, porque padre, madre, vosotros siempre habéis sabido que yo, como el primo, he sido muy moderno; este cambio de planes en mi vida representa un gran acto revolucionario contra el ayuntamiento, contra la diputación, la Junta y contra el Gobierno de España, contra el establishment también, si nos ponemos e incluso contra la modernidad mecánica. Es un acto revolucionario contra el que nos quita el trabajo y nos sube la vivienda, contra el gran hermano que nos quiere pobres y tontos, y encima ahora también nos quieren con los chapiris sucios. Basta de esperar las pagas del estado y sobre todo pagar impuestos para que unos imbéciles gestionen nuestro dinero. Yo ya estoy harto de que nos mal financien con ayudas y subvenciones. A este fascismo capitalista no se le discute, se le destruye y que mejor manera que hacerme limpiabotas-.
Mi padre se acabó la sopa, los pajarillos esperaban su limosna apoyados en la ventana después de la ventolera, esperando a que mi madre sacudiera el mantel y dejara el tejado lleno de migas de pan. A lo lejos estaban los moros, esperando a que pasara un trabajo o alguno con ganas de casquera. El cura supongo que aún estará esperando feligreses que le ayuden a rescatar santos. Quien ya no espera es mi hermano, que con su maleta y sus cepillos ha roto las tablas de la ley, para que sepan los obreros que no hay patria ni dios ni rey.